El sevillano Teatro Cajasol recibió el pasado sábado, dentro del ciclo La Espiral Acústica, a su ilustre paisano Antonio Luque, profeta en su tierra (y, por más de uno de los asistentes, candidato a suceder hasta al mísmisimo Benedicto). Se presentó casi una hora después de la cita acordada, para deleitarnos en un cálido formato acústico días antes de la publicación de su nuevo trabajo "Enhorabuena a los cuatro" (Mushroom Pillow, 2013).
La espera mereció la pena. Sobre el sombrío escenario, ante una gran afluencia de público, sin su hastío y desgana habitual, sacó brillo a su sarcasmo, a sus potentes letras, guitarra y cubata en mano, sin artificios, sin mostrarse ajeno a la penosa situación del país y haciendo hincapié con sus reflexiones a la enferma clase política que nos rodea, comenzando con "Esplendor en la hierba", a la que siguió una aún más si cabe crecida "El cabo de Trafalgar". Con acertado set-list y carisma, alcanzó el clímax desde el principio, siguió desgranando su carrera plagada de éxitos con "Gitana", y celebramos escuchar "La plaga"; y es que es en su decimotercero trabajo cuando se ha atrevido con una chirriante sevillana, donde los brochazos de socarronería de Sr Chinarro casan a la perfección con su esencia; sentimentalismo en "El cuchillo y el pastel", siendo la interpretación más espléndida de la noche.
Un relajado Luque, azotó entre canción y canción a una infestada sociedad, empatizando con sus antiguos compañeros de la fábrica de Donuts, abanderando los despidos y aprovechando la condición de obra social de la entidad que acogía el concierto para dar una necesaria bofetada sin mano. Así transcurrió la noche, virando de la amplificación de los sentimientos a la opresión de nuestro ruín momento actual. Sin florituras preliminares, continuó con "El alfabeto morse", manteniendo el buen pulso con "El lejano oeste", y estremeciéndonos con "1984", composición llena de aristas, que se incluirá no en el disco que se pone a la venta a finales de mes, sino en el próximo, en la que recurre al libro de Orwell para narrar su época en el instituto Mateo Alemán, arrollador tema que cumple con creces las expectativas.
Parafraseando a Sun Kil Moon, anunció que no iba a tocar demasiadas canciones de su nuevo disco ya que no es partidario como espectador de acudir a conciertos donde no conoce las letras, y se arrancó con el rescate la rompedora "Una llamada a la acción". Sin mantener la distancia de seguridad con su público, se produjo una escisión, y confió en que la percepción de sus admiradores hicieran el resto. Así, los ocupantes de las butacas eligieron los clásicos que empezarían a desfilar, adaptando el repertorio al gusto de los fans allí congregados, que, entusiasmados y satisfechos, reclamaban más y más. El catálogo se fue conformando con "Remordimientos", "Del montón", "Babieca" (que alimentó un sonoro aplauso desde el primer acorde), incluyendo en su arsenal "El rayo verde", y, a pesar de su manifiesto descontento con "Menos samba", hizo una concesión con "Dinero (otra vez)". La enorme "El gran poder", la injustamente olvidada en directo durante años "Farolillo rojo" y "Los ángeles" (la mejor canción de Sr Chinarro según él), fueron las elegidas para rematar el deleite del personal. Luque escribió otra gloriosa página en su vida esa noche. Un hombre sabio que canta lo que el resto piensa.
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