Space Is The Place Festival, algo diferente

Lüger jugaban en casa -su management era también organizador del minifestival- y les tocaba inaugurar este primer volumen del Space Is The Place, un evento de resonancias free que le hacía un guiño al maestro Sun Ra. Conscientes de ello, los madrileños dejaron de lado su repertorio asible y mostraron una cara abstracta y ruidosa, entregados a un motorik más pasado de rosca de lo habitual, vestido con pedazos de wah wah a un volumen realmente brutal. Brutalidad es también un adjetivo que casa perfectamente con los italianos Stearica, un trío formado por guitarra/teclados, bajo y un batería de pegada dura que se mueve por terrenos cercanos al math rock y que presentaba su nuevo trabajo grabado de la mano de Acid Mothers Temple tras dos años de gira conjunta. Calentaron el ambiente antes de dar paso a la verdadera atracción de la noche, unos Acid Mothers Temple que se presentaban con la baja de Tsuyama Atsushi, que se rompió el brazo unos días antes. Su sustituto al bajo, con una pulsión de corte “pinkfloydiana”, le dio otra dimensión al cuarteto, haciendo aun más protagonista al trabajo a las seis cuerdas de Kawabata Makoto. Repitieron buena parte del repertorio de su visita hace dos años en la sala Boite -la posterior, también en Caracol, me la perdí…-, atacaron una suerte de versión de “Foxy Lady” y Makoto terminó colgándose del techo de Caracol para dejar allí suspendida su guitarra en un acople infinito. A día de hoy uno de los mejores espectáculos de rock’n’roll que se pueden ver en directo.
La segunda jornada arrancó con unos Reznik recién llegados de su gira europea. Su breve set, apenas treinta minutos, y mi retraso a la hora de llegar a la sala me impidió verlos. Lo siento… Llegué a punto para asistir a una nueva salvajada a cargo de Akauzazte, de los que disfrutamos por vez primera en Madrid en una sala de mediano aforo. No les impresionó: salieron con su repertorio más guitarrero por delante y con Arra convertido en un martillo pilón a las mazas y los tambores. Aunque sigo encontrándoles más disfrutables en las distancias cortas, volvieron a demostrar porqué muchos les señalamos como el grupo noise-industrial de referencia en nuestro país. Pero los verdaderos protagonistas de la noche y casi del festival eran Om, por primera vez en Madrid. Y para un servidor también la gran decepción. Se concretó lo que se podía sospechar desde el principio: la fórmula de bajo-batería ribeteada cánticos chamánicos -y un problema: Al Cisneros NO es un buen vocalista- se podía hacer demasiado monótona. Y eso por mucho que ver como Emil Amos golpea los parches, con tanta precisión como dureza - rotura de varias baquetas incluída- con un estilo por momentos casi jazzístico, resulta todo un espectáculo. Tuvimos que aferrarnos a ello para no aburrirnos demasiado…