No solo Aranda de Duero revive en los días de Sonorama Ribera sino que las redes sociales también recogen un ánimo particular durante el festival. Es ahí donde encontré el tweet de un compañero colaborador de esta casa al que respeto y admiro que venía decir algo como que el Sonorama se había convertido en “una farra masiva”. Creo que no le falta razón en algunas de las cosas que explica, pero justamente es ahí donde reside la fuerza y pureza de esta cita anual imprescindible. Sonorama Ribera no es solo música, es la comunión perfecta entre centenares de conciertos, encuentros esporádicos, exaltación de la amistad y unos días de agotamiento que solo terminan cuando empiezas a pensar en la siguiente edición.
Hay una ineludible carga de subjetividad en estas palabras, por lo personal y porque somos muchos los que hacemos uso de este evento como lugar de encuentro de viejas amistades y nuevas que se van sumando, pero hay música también, mucha, y entre toda esa amalgama de shows, encontramos algunas actuaciones delirantes en sus más amplias connotaciones.
Delirante fue la actuación de El Cigala, que venía a rememorarnos sus ‘Lágrimas negras’, apareciendo más de media hora tarde y dejando un show totalmente descafeinado, ya no sé si porque no era el lugar ni el momento, o porque se había tomado demasiado en serio lo de la “farra masiva”. Lo fue también el concierto de Rozalén, con un show impecable en el apartado vocal, pero demasiado centrado en el explicar el relato de sus canciones en un festival con tiempo limitado. Lo fueron los más que correctos directos de Mikel Erentxun y Bunbury, en los que muchos, quizás equivocados, esperaban algo más de Duncan Dhu y de Héroes del Silencio. Es justo decir que no fue únicamente correcto sino de sobresaliente que el zaragozano, en el marco del festival, subastara su chaqueta en favor de los refugiados. Ya se ve que un concierto no es lo que te hace grande.
Hasta aquí las notas menos positivas de esta edición, ahora hablemos de las cosas que hace bien el Sonorama. El Sonorama hace bien colocándote un escenario Charco, centrado en la música latinoamericana, donde la muy necesaria propuesta Instituto Mexicano del Sonido, claro cabeza de cartel esa jornada, brindó un auténtica fiesta. Con banda al completo, algo que no hubiera desentonado en el recinto principal, conjugaron un espectáculo ecléctico, loco y vibrante. Lo mismo que Nathy Peluso, que reunió a una masa de gente inesperada y que se dejó el alma a orillas del río. El Sonorama hace bien apostando por los comediantes que liberan un poco el estrés de este país cada día. Para ellos fue el nuevo escenario de humor por el que pasaron algunos nombres ya míticos como Loulogio, Los Gandules, Pantomima Full o Venga Monjas. Como sugerencia, si esto llega a altas instancias, sería cojonudo poder evitar el sandwich sonoro que se produce por la cercanía a dos de los escenarios principales y que desluce un poco las actuaciones.
También el festival maneja de forma sobresaliente sus shows más especiales, las sorpresas, y la ubicación de estas. No hablamos del guilty pleasure de Taburete en el cierre del festival, sino de las enérgicas y directas actuaciones de La M.O.D.A, Lori Meyers o Varry Brava en la Plaza del Trigo. Justo en el mismo lugar en el que Carolina Durante pidieron acceso directo al escenario principal para la próxima edición. Hace mucho tiempo ya que la personalidad de Diego se comió a su forma de cantar, ¿a quién cojones le importa ya si afina bien o mal? “Cayetano” entró en la historia de la música española en el Trigo. Les ocurrió lo mismo a Cala Vento, que suenan a gran orquesta jugando a dúo, y que demostraron una personalidad propia de una década de trayectoria. No hay ninguna duda de que estamos ante dos de las bandas que más darán que hablar en los próximos años.
No solo hubo rock en el Trigo, también en el recinto Los Nastys, Los Punsetes, Texxcoco o Lagartija Nick se tomaron en serio sus actuaciones. Los primeros hasta acabar desnudándose (literalmente) en el festival; los segundos, con un show plagado de hits que merece ya un reconocimiento unánime; los siguientes, con una fiabilidad y una contundencia construida a base de guitarrazo limpio; y los últimos con la que fue una de las mejores actuaciones del festival junto con el espectáculo frenético de Vintage Trouble. “La leyenda de los hermanos Quero” sonó a himno.
Por su parte, algunas de las delicias internacionales del cartel como The Subways, Nada Surf, Morcheeba o Milky Chance dieron argumentos de sobra para el disfrute. Los británicos con un concierto muy tempranero, con el sol pegando muy duro, pero mostrando su profesionalidad sin parar de animar a los pocos fieles que habían aparecido. Cómo no, cerraron con su himno “Rock and roll queen”. Asimismo, los neoyorkinos Nada Surf escogieron su setlist más soft, pero se hicieron con el respetable en temas como “Popular” o “Blankest year”. En este sentido, Morcheeba parecían estar tocando en el escenario principal con un concierto infalible en el que no faltaron “Otherwise” o “Rome wasn’t built in a day”. Lo mismo que Milky Chance que reventaron de graves la misma ubicación en un espectáculo en que la extendidísima “Sweet sun” se comió al hit “Stolen dance”.
Vi muy de lejos a Izal, pero parece que después de un año controvertido, nadie ha podido con el torbellino de canciones que son “Copacabana”, “Qué bien” o “Pánico práctico”. Un karaoke masivo en la que sin duda fue la actuación más multitudinaria del festival. Poco menos gente se encontraba viendo la, este año sí, notable actuación de Dorian. “Arrecife” o “La tormenta de arena” enmendaron con contundencia los problemas de sonido del pasado. Igual de fiable estuvo Xoel López, con una deliciosa “A serea e o mariñeiro”, que sirvió como reivindicación de la música española, sí, de toda la música de este país. Mención aparte merece el más macarra de los Gallagher, que quiso regalar al respetable un buen puñado de himnos nostálgicos de su etapa dorada por medio de “Whatever”, “Rock ‘n’ roll star”, “Supersonic” o la coreada “Wonderwall”, sin dejar de lado melodías más nuevas como “Wall of glass”. No cabe duda de que, a pesar de no ser su mejor actuación, buena parte de los que estaban allí antes del comienzo ya la habían elevado a los altares como la mejor actuación del festival. Los 90 volvieron a brillar durante una hora.
El Sonorama plantea cuatro jornadas de música y desenfreno inabarcables si uno no posee el don de la ubicuidad. Son unos días de propuestas muy variadas, algunas de ellas pretenciosas, otras delicatessen imposibles de disfrutar en cualquier otro festival. Sí, son días de verbena, de charanga, de pistolas de agua y juerga sin fin por las calles de Aranda, pero todo ello conforma una experiencia que hace que no sea únicamente un festival sino una forma de situar en el epicentro de la música española a un pueblo que acoge con los brazos abiertos.
Entiendo de sobra a los más puristas que quieren disfrutar tranquilos de todas las actuaciones, pero nadie espera que el Sonorama compita en reputación internacional o cartel con algunos de nuestros festivales más notorios. Guste más o menos, Sonorama pelea en la liga de vivir una completa experiencia festivalera y de reivindicar lo nuestro, nuestra música, algo que tantas veces hemos criticado que no se hacía. Si hay un festival de verdad que represente a este país en toda su esencia, seguramente lo encontraréis en una pequeña ciudad castellana que lleva veintiún años latiendo con fuerza.
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