Nadie ha querido perderse el vigesimoquinto aniversario del Sónar. O, al menos, eso es lo que parecía desde el jueves antes de que se hicieran públicos los datos de que este año 126.000 personas, la mayor cifra de su historia, han pasado por el festival. El calor abrasador del pasado año, que convirtió la cita en una sauna extrema, gracias a los astros no ha hecho su presencia, haciendo la experiencia festivalera muchísimo más llevadera que en la anterior edición. Sin ir más lejos, ya a primera hora del jueves, miles de personas se acercaron al Village para ver el directo del catalán Undo, quien cumplió con creces rescatando las mejores bazas de aquel siempre a reivindicar “Disconnect” que editó hace dos temporadas. Ojalá paseara aún más su live set (ya que como Dj podemos verle más frecuentemente) porque, sin duda, puede mirar con la cabeza bien alta al directo de muchos otros productores internacionales. Mientras tanto, por su parte, Kode 9 reivindicaba la estética de los videojuegos y el anime en el escenario Dôme con la ayuda de los visuales de Kōji Morimoto. Valiéndose de beats igual de escurridizos que opresivos, el capo de Hyperdub sumergió al público en una distopía a lo Gotham que bien podría haber funcionado como banda sonora del fin del mundo. Pese a presentarse a primera hora de la tarde el público quedó encantado.
La vuelta de Despacio al Sónar de Día cuatro años después de su primera incursión siempre es motivo de celebración. El soundsystem especial para la ocasión, así como la baja iluminación del espacio (el cual tenía más de cuarto oscuro que de club) convirtieron el espacio en un microcosmos con entidad propia en el que el tiempo se detenía. Durante las casi dos horas que pudimos estar durante la jornada inaugural los hermanos Dewaele (o lo que viene siendo lo mismo, 2manydjs) y James Murphy apostaron por una sesión de vinilos que deambulaba entre la música disco apta para chills y el electro más elegante. Poder escuchar y bailar sin agobios gemitas como “Russia” de Elisa Waut, “Adventures In Success” de Will Powers, “The Safety Dance” de Men Without Hats, un remix del “Capisco” de Mina o aquel “Deadly Valentine” de Charlotte Gainsbourg remezclado por los propios Soulwax siempre es una delicia. Qué vuelvan cada año, por favor.
El egipcio Rozzma dio toda una clase magistral de ritmos arabescos hedonistas bien de autotune, pero en el escenario Complex, minutos después, Niño de Elche acompañado del bailaor Israel Galván pusieron a toda la platea en pie. Y con razón. Por momentos parecía un número de surrealismo cómico más propio de El Tricicle, pero la pareja llevó por sí sola un entretenidísimo show en el que los zapateados de Galván marcaban el ritmo para que el cantaor mostrara su cara más experimental. Sorprendente y fascinante por igual, nadie pudo resistirse a una actuación de esas que se quedan grabadas a fuego en la memoria.
En el Village George FitzGerald fue a lo seguro mostrando los mejores momentos de sus “Fading Love” y “All That Must Be”, sí, pero los ahí presentes en realidad lo que querían era acabar la fiesta por todo lo alto con el maestro Laurent Garnier. El francés en dos horas condensó lo mejor de su vasta discografía como anticipo a la sesión de cuatro horas que marcó el cierre de esta edición (en la que abriría el espectro musical más allá de su propia discografía). (Sergio Del Amo)
viernes 15 de junio
El viernes día, Francisco López es un maestro de la experiencia, como bien demostró en su actuación de este año en el Sónar. Su VirtuAural Electro-Mechanics acongoja cuando nos rodea la oscuridad y nos concentramos solamente en lo que entra por nuestros oídos para viajar por nuestro cerebro. (Ernesto Bruno)
El catalán Refree era uno de los primeros en calentar motores en la segunda jornada con el estreno de un show que se movía entre la indietrónica y la IDM minutos antes de que, en el mismo Complex, Laurel Halo, acompañada del percusionista Eli Kezler, se decantaran por una propuesta no apta para todos los públicos en la que la improvisación lo dominó todo. (Sergio Del Amo)
Este año, la fiesta del Sónar día se destapó de forma sorprendente el viernes tarde. Las cosas empezaron a acelerarse con la pinchada de la Dj y locutora radiofónica británica Jamz Supernova. Consciente de lo que iba a venir a continuación, apostó por la cara más bailable de sus gustos (que son amplios, como bien demuestran sus selecciones), cargando las tintas en los ritmos más calientes y percusivos. El pistoletazo de salida perfecto para la tarde que nos tenían preparada Diplo y sus amigos africanos. Porque desde que la ugandesa Kampire tomó el escenario ya no hubo vuelta atrás. Una hora de sesión en la que se permitió pasar del pop africano de guitarras melódicas al tropical bass no excesivamente abrasivo. A sus espaldas, una compañera ondeaba con orgullo la bandera de Uganda de un lado a otro. Mejor funcionó el set de los sudafricanos Distruction Boyz, que se trajeron la energía encima desde Durban para compartirla con el público barcelonés. Quizás les costó arrancar porque su gqom tiene más de housero que de la energía africana más bailable, pero conforme se dejaron llevar, el público se les sumó sin excesiva dificultad. Ahora bien, diría que la partida la ganó el nigeriano Mr Eazi. Mucho más desmadrado que en estudio (lo del r’n’b quedó bastante aparcado, la verdad), no dejó de moverse por el escenario mientras aceleraba su repertorio hasta provocar la excitación de buena parte de quienes le habían preferido a Sophie. Por su parte, Diplo también tuvo clarísimo que allí estaba para disfrutar y hacer disfrutar. Apostó, por tanto, por los ritmos africanos y por las mezclas rápidas. Tardó apenas unos minutos en arrancarse la pulsera del festival que entorpecía el movimiento constante de sus manos sobre los CD-J’s. Lo que nos ofreció justificó sin dificultad su posición en el cartel diurno de maestro de ceremonias. (Joan S. Luna)
Pedro Ladroga ha ido creciéndose poco a poco. Desde la primera vez que le vi en concierto –algo apocado, abriendo para C. Tangana años atrás-, el sevillano ha ido afianzando su personalidad y soltándose en escena. Si hasta ahora era uno de los nuevos traperos/raperos más particulares y al tiempo influyentes en otros compañeros de generación, ahora además puede defender su directo con mucha más soltura. Bromeó mucho con quienes le coreaban y se choteó bastante a costa de los tópicos del género. Que siga así. (Joan S. Luna)
Casi dos horas después de que su ex-compañero de correrías musicales, Refree, apostase por la experimentación electrónica con el respaldo de las proyecciones con mensaje del realizador Isaki Lacuesta, Rosalía le descubría al mundo su reinvención definitiva. Era algo que se presagiaba desde hace tiempo y que el estreno de “Malamente” ha acelerado. Rosalía no nació para ser una nueva Sílvia Pérez Cruz, sino para ser una urban diva, algo que tiene ya al alcance de la mano. Respaldada por El Guincho, imponente desde su tarima y en perfecta sintonía con lo que la firmante de “Los Ángeles” pretende conseguir de cara al futuro, palmeros y coristas y un grupo de baile que ejecutaba a la perfección cada número, Rosalía se descubrió por fin como esa artista total que pretende ser. Y no había mejor escenario para presentarse renacida, pero todavía muy flamenca, que el del veinticinco aniversario del Sónar. La expectación –y la cola- fue sorprendente para una artista de aquí –también hay que tener en cuenta que todavía son legión quienes no la han visto sobre un escenario-, pero también el espectáculo ideado por Rosalía y su equipo. Ahora bien, como puesta de largo funcionó, pero falta por pulir un aspecto esencial, el ritmo del concierto. Los parones se hicieron eternos y, sobre todo, demasiado habituales, aunque obviamente fue fruto de la necesidad de llegar a tiempo con todo el espectáculo para el Sónar. Mejorará, lo tengo claro, y ese día lo pasaremos muy bien con sus conciertos. (Joan S. Luna)
Mientras Rosalía llenaba el Hall hasta los topes, Sophie se presentaba en el Dôme con nuevo show bajo el brazo justo el mismo día que salía a la venta su “Oil Of Every Pearl’s Un-Insides”. O mejor deberíamos decir que se marcó una performance, ya que la productora vino acompañada de dos bailarinas y Caila Thompson-Hannant (sí, la verdadera voz que prácticamente siempre se esconde tras sus apitufados vocales) y no escatimó en coreografías sado (emularon los bailes del vídeo de “Ponyboy”, sin ir más lejos). Se le podría achacar que la música estuviera pregrabada de antemano, pero aquí lo que prevalecía era el espíritu de un cabaret decadente que estéticamente hubiera hecho las delicias del propio Arca, quien por cierto estaba de público por el festival. Lo mejor fue, sin duda, la muy Kate Bush “Is It Cold In The Water?” y la celebradísima “Immaterial”, todo un pepinazo de PC Music que puso el Dôme patas arriba y cerró el espectáculo en todo lo alto. Si el pop de la próxima década se parece a esto lo compramos con los ojos cerrados. (Sergio Del Amo)
Pasemos ahora a la noche. Algo ha cambiado en el universo Gorillaz. Digamos que Damon Albarn ha decidido definitivamente convertirse en el líder principal del proyecto. Es cierto que siempre lo ha sido, no nos engañemos, pero ahora ya poco importa su banda de dibujos animados. Gorillaz son una banda –amplísima, dicho sea de paso- de carne y hueso frente a la que Albarn ejerce de frontman con un protagonismo total que comparte fugazmente con los vocalistas invitados (desde De La Soul, que se sumaron para interpretar “Superfast Jellyfish” y “Feel Good Inc”; a Jamie Principle o a la explosiva Little Simz, que revolucionó el escenario en “Garage Palace”). Si su banda virtual no tuvo excesivo protagonismo más allá de las proyecciones, tampoco la tuvo su material más reciente (el de “Humanz”, su disco del pasado año, y los avances de “The Now Now”, a publicar en un par de semanas) más allá de “Humility”, que funcionó realmente bien, por cierto, y “Sorcererz”. Albarn apostó más por una actuación festivalera que, pese a algunos altibajos, contentó a los más fieles e hizo titubear a quienes no andan tan familiarizados con su material. Los mejores momentos posiblemente los tuvimos con “Stylo” y “Feel Good Inc”, pero ahí ya depende de gustos, así que mejor que cada uno elija el suyo. (Joan S. Luna)
Muchos de los que abandonaron Gorillaz porque su cuerpo les pedía unas buenas dosis de baile se dejaron caer por el set de Alicia Carrera, quien estuvo acertadísima pinchando techno igual de oscuro que primitivo poco rato antes de que Young Marco se encargara del warm up de Bonobo en el Club. El holandés nos trasladó a Ibiza por unos minutos apostando por una selección tech-house en la que sonaron desde el “Ikhalaphi” de Thomas Mkhize hasta el remix de Batida de “Ndiri Ndanogio Niwe”. (Sergio Del Amo)
En el SonarLab, Oddisee tiró de oficio y dio un concierto de rap clásico, orgánico y vitalista marca de la casa. A pesar de que el formato del festival jugaba en su contra -los matices de Good Company y el juego con el público son fundamentales en su directo y se aprecian mejor en sala- y de que no se ajustaba tanto al perfil Sónar como otros, supo jugar sus cartas. Un repertorio inmejorable, con todos los hits de “The Good Fight” (15) y “The Iceberg” (17), una técnica impecable y con ello una demostración más de que lleva tres años instalado en un estado de forma espectacular. (Darío García Coto)
Bonobo ha dado un paso de gigante durante los últimos años, ampliando increíblemente su número de seguidores y al mismo tiempo su paleta estilística. De ahí que empezarse su actuación más que bien respaldado por un público que fue disolviéndose a aquellas horas. Su puesta en escena con banda se resintió del horario y del escenario, lo que favoreció el flujo de gente hacia otros escenarios. Quizás debería comentar más al respecto, pero tampoco creo que sea necesario. Nada en contra más allá de que no fue el momento. (EB)
A quienes Bonobo les supo a poco a esas horas de la noche y buscaban en el recinto una buena dosis de sonidos más duros siempre les quedó el dj set de Modeselektor, quienes obviaron cualquier atisbo de experimentación y ofrecieron una sesión de lo más musculada de techno que funcionó increíblemente bien. Probablemente fue una de las sesiones más enérgicas que se pudieron disfrutar en todo el festival. Todo lo contrario de Diplo. Como todos tiene mejores y peores días, por supuesto, pero su set tiró por el camino fácil de la EDM de garrafón (sólo le faltaban los pasteles y la balsa hinchable para confundirlo con Steve Aoki) y guiños al reggaetón como cuando sonó “Gasolina” de Daddy Yankee. Por mucho que colara su “Lean On” lo cierto es que esperábamos muchísimo más de él. O, como mínimo, un set mucho más arriesgado acorde con su figura. (Sergio Del Amo)
Por lo que respecta a los sonidos urbanos (por generalizar, del trap al grime y así nos entendemos mejor), la noche tuvo sus más y sus menos. Yung Lean ofreció un show bastante más jamaicano en espíritu de lo que nos tenía acostumbrados y más abierto de miras que en su anterior visita. Con ello salió ganando, sin duda. En el SonarLab, Preditah apostó por una suerte de greatest hits del grime de los últimos años. Es posible que no sorprendiera como esperábamos, pero disfrutarlo, lo disfrutamos mucho. La decepción –relativa, no vayan a pensarse- llegó con la caída del cartel del siempre imprescindible Wiley. Y digo relativa porque la sesión de un Kode 9 más brutote que de costumbre nos arregló aquella parte de la noche, al tiempo que nos ponía a tono para recibir a Bicep, un dúo en las Antípodas de lo que estábamos escuchando en esos momentos. Matt McBriar y Andy Ferguson echaron la vista atrás –algo que ya les caracteriza en estudio- para recuperar el espíritu de veinte años atrás bajo la mirada imaginativa de la actualidad. Su actuación fue impecable, y eso no puede decirse cada día. (Joan S. Luna)
Luchar contra Diplo y Bonobo no es tarea fácil, pero a estas alturas no hay nada que amilane a nuestro Angel Molina. Acostumbrado a salir victorioso en cualquier terreno y situación, su programación en el SonarPub fue todo un acierto y quien apostó por él resultó sobradamente vencedor. Puso el listón alto, muy alto, la verdad. (EB)
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