Pasan los años y Sónar jamás deja de sorprendernos. Sin ir más lejos, el jueves, en la jornada inaugural, uno de los mayores reclamos fue el pianista clásico James Rhodes, un arquetipo de artista totalmente ajeno a la música electrónica que en su debut en el festival se valió de Chopin o Gluck. El autor del sobrecogedor “Instrumental” bromeó acerca de sus llamativos zapatos (que estrenó para la ocasión) y que alguien como él forme parte del cartel de una cita de estas características, pero la verdad es que su actuación en el Complex dejó bastante frío al respetable. Técnicamente Rhodes no es un virtuoso como Nils Frahm, y el repertorio que escogió, lejos de erizar emocionalmente, se quedó a medio gas. Los sonidos jamaicanos abrieron fuego en el festival con el debut del proyecto The Spanish Dub Invasion con Mad Professor en la parte musical y los vocalistas Lasai, George Palmer y Sr. Wilson. La gente bailó con ellos, aunque lo cierto es que serían los dos nombres posteriores programados en el Village los que pondrían patas arriba al escenario. Por un lado, los franceses Acid Arab, con una clase magistral de world music que hermanó Oriente y Occidente a base de house, acid y melodías del Magreb. ¿Quién iba a decirnos que los ritmos arabescos iban a ser el mejor aliado para hacer la digestión a primera hora de la tarde? Por el otro, la estadounidense The Black Madonna (que ya anunció fecha para octubre), que ofreció una sesión divertida y vigoréxica ante la que resultaba francamente difícil no dejarse llevar.
En el Dôme, el ecuatoriano Nicola Cruz ofreció uno de los directos más cálidos y bonitos de esta edición. Si en estudio su fusión de electrónica calmada y sonidos andinos funciona, añadiéndole proyecciones el resultado ya no deja lugar a dudas. Precioso. Sin llegar a los bajos asfixiantes del pasado año bajo su alias de The Bug, Kevin Martin volvió a reunir a los más atrevidos frente al escenario en el que King Midas Sound con Fennesz iban a demolernos con su fuerza solamente apta para los oídos más estrenados. De ahí que, a medida que pasaban los minutos, fuera a más la cuota de disidentes en favor del debut en nuestro país de la MC británica Lady Leshurr. Como si de una prima lejana de Azealia Banks se tratara, su actuación fue algo atropellada vocalmente y sólo se salvó de la quema por el carisma que desprende con su presencia. No tuvo un buen día, pero eso no quita que haya que seguir vigilándola de cerca porque, puliendo algo más su directo, puede acabar sorprendiendo mucho más pronto que tarde. Tampoco tuvo su día el danés Kasper Marott, uno de los pocos Dj’s que se atrevió con el vinilo a lo largo del festival y que, desgraciadamente, tuvo diversos problemas de sonido a lo largo de la primera mitad de su sesión. Kelela derrochó clase r&b en el Hall (aun estando a años luz de coetáneas como FKA Twigs), aunque se la vio mucho mejor con sus viejas canciones que con el material más reciente.
Los canadienses Bob Moses mostraron las mejores bazas de su siempre a reivindicable “Days Gone By” (arrancaron con uno de sus mejores temas, “Talk”) y para nada defraudaron: sonaron cristalinos y, en vivo, su repertorio aboga más por el baile que no por la sensualidad innata de su versión de estudio.
Del resto de la jornada nos quedamos con el directo enérgico de David August o cómo combinar la electrónica con el jazz, rock y demás géneros especialmente fluidos sobre un escenario. Desgraciadamente, la sesión de Kenny Dope resultó algo acomodada y previsible, y pese a que funcionó la actuación de Jamie Woon cayó en los tópicos del soul revivalista en lugar de mantener la intimista calidez r’n’b y al mismo electrónica de sus discos de estudio.
El viernes, abrieron los nombres españoles, con Awwz (que contó con Bearoid como invitado especial), el madrileño Jackwasfaster y sobre todo El Guincho, a quien acompañaban como de costumbre varios miembros de Extraperlo. El canario combinó repertorio reciente y algunos clásicos pretéritos, aunque adaptados a su sonoridad actual, menos rítmica y frenética y más classy. El problema es que, por el camino, su propuesta ha dejado de sonar tan personal como antes y a empantanarse en terrenos en los que otros se mueven con mayor soltura que él. Poco después casi coincidían dos propuestas más alejadas. Por un lado, la japonesa Sapphire Slows, que cuando estaba empezando a contagiarnos con sus preciosas piezas de electrónica con sampleados percusiones tradicionales tuvo problemas de sonido que nos llevaron a otro escenario. Por otro, el colombiano Diego Cuellar, más conocido como Las Hermanas. Cuellar ha reconocido en diversas ocasiones sentirse un verdadero discípulo de la factoría Stonesthrow, de ahí que apostase por unos ritmos bien chulos que mantuvieron a la gente pendiente hasta que Ata Kak tiñó el Village de electrónica primitiva y ritmos africanos bailables, siempre con una capacidad de contagio que se agradeció. Una sorpresa que llegó gracias a la recuperación por parte de Awesome Tapes From Africa. En cambio y pese a que la actuación encandiló a buena parte del público, Congo Natty y sus vocalistas protagonizaron una actuación demasiado festivalera y demasiado evidente (¿en serio hacía falta lo de Bob Marley?). Justo después de los sonidos africanos y jamaicanos, con Danny L. Harle el Village se convirtió en una celebración de lo pop. El que es considerado uno de los referentes de la PC Music tiró de eclecticismo en una sesión divertidísima y despreocupada en la que hasta sonó “Call Me Maybe” de Carly Rae Jepsen. Santigold supo aprovechar que el ambiente estaba caldeado, para meterse al público en el bolsillo desde el principio. Pese a lo mucho que le ha pillado a la estética y al directo de M.I.A., afina mucho cuando se entrega a su lado más pop (el que representan canciones como “L.E.S. Artistes). En el Hall hubo cal y arena, como de costumbre. Después de que Lloret Salvatge, parapetado tras una estelada y respaldado por unas proyecciones que huían de los tópicos, exprimiera su repertorio de ambient con momentos ruidistas, rítmicos y asfixiantes, llegó el sorprendente set del etíope Mikael Seifu, que nos descubrió a una personalidad creativa a seguir muy de cerca. Todo lo contrario fue la propuesta de Kode 9 junto a Lawrence Lek. Demasiado lineal y reiterativa, la actuación no tuvo nada que ver con la demostración de fuerza de unas horas más tarde. Y es que los visuales con estética de videojuego de los noventa, más que aportar al conjunto, distraían la atención.
Tras el triunfo de Niño de Elche el pasado año, el Complex volvió a ovacionarle nuevamente. A él y al resto de la banda, es decir, Los Voluble, su habitual acompañante Raúl Cantizano, Pablo Peña de Pony Bravo y Fiera, y al productor y músico Raul Pérez, que se encargó del sonido. Tras una primera mitad del concierto acentuada por la experimentación y la crítica sociopolítica (los visuales se centraron en el drama de los refugiados y la brutalidad policial en la frontera española), la segunda mitad puso literalmente a toda la platea en pie bailando como posesos mientras en la pantalla se enaltecía el orgullo queer. A los pocos minutos muchos abandonaron la sala, pero quienes se mantuvieron allí presenciaron uno de los shows más apabullantes de esta edición.
En el Dôme no cabía ni un alfiler para ver a Underground Resistance, por lo que si uno quería respirar tenía que buscar alternativas. Y ahí es donde entró en juego John Grant. El estadounidense, con pantalones cortos y gorra, desde un principio dijo (en perfecto español) que quería hacernos mover el culo. Y vaya si lo hizo. A carismático pocos pueden hacerle sombra, pero si a eso se le suma un repertorio tan grandioso (a destacar “Queen Of Denmark”, que sonó espectacular) lo que nos queda indiscutiblemente es uno de los conciertos más apetitosos de la jornada.
En cuanto al sábado, la gran protagonista de la jornada de día fue, sin lugar a dudas, la salvaje lluvia que impidió la movilidad durante las primeras horas del día. Mientras el torrente de agua ocupaba el Village, la gente se resguardaba bajo las lonas o en el primer escenario que les pillaba a mano. Por suerte, hubo mucho valiente y los británicos Ivy Lab consiguieron, a base de drum’n’bass, dubstep y footwork, que la gente se atreviera a bailar bajo la lluvia. Sus tres miembros iban combinándose tras los platos, cambiando de rítmica y de bpm’s, pero nunca faltó la energía. Ah, y fue un verdadero placer escuchar a una banda británica pinchando nada menos que a los andaluces BSN Posse. No hubo tanto baile durante el inicio de Nozinja, seguramente porque hace falta estar familiarizado con la particular propuesta del sudafricano para disfrutarla como es debido. Pero al cabo de un rato uno entiende que en Warp estén encantados con su shangaan electro (género del que Nozinja acredita la invención) y con sus coloridos directos en los que las voces pitcheadas y los bailes imposibles toman el protagonismo. Los primeros minutos tuvieron su gracia, luego ya preferimos ver cómo se las gastaba Daniel Lopatin en el directo de Oneohtrix Point Never. Como esperábamos, su combinación de géneros y la puesta en escena marcaron el devenir de su concierto. Si la noche antes se había mostrado muy comedido acompañando a Anohni, en su reino tiene la sartén por el mango. Hubo, por tanto, un poco de todo, desde pasajes melódicos a interludios en los que tomar respiros, sí, pero también mala baba, gritos filtrados y guitarras en busca de su propio lugar. Y todo ello con muchos matices, justo lo contrario que la sesión de Troyboi, de quien quizás no haya mucho bueno que añadir pero tampoco nada malo. Si publica en sellos como Mad Decent resulta sencillo entender que su sesión tirase de sonidos comerciales, es decir, que pasó de sus propios temas con voces femeninas a hits de gente como Valentino Khan. En todo caso, no engaño a nadie y fue a barraca desde el principio. Algo parecido a lo que hicieron Club Cheval, cuyo house sonó bastante más bruto a ocho manos que en estudio. Por el camino, además de sus temas más emblemáticos, cayeron también alguno de sus remixes estrella. Pero para energía en grupo, la de los británicos Section Boyz y su grime oscuro. Salieron con las pilas cargadísimas y no bajaron el ritmo ni un minuto, combinándose a toda velocidad y tomando el protagonismo por turnos. Vamos, que lo pasamos en grande tanto como ellos mismos.
Si pasamos a la noche, no cabe duda de que la del viernes era complicada. Los conciertos se pisaban y los grandes nombres casi coincidían. Pero hubo tiempo de picotear de todo un poco. Jean-Michel Jarre era el gran nombre de la jornada, un referente que debería haber llegado antes al festival. En todo caso, la edición de sus dos discos plagados de colaboraciones suponía el momento ideal para que se volviera a acercar hasta Barcelona. Al final, su actuación cumplió las expectativas, aunque el desequilibrio entre temas fuera muy evidente. Jarre funciona mejor con sus clásicos que cuando se desmeleza a lo zapatillero. A él se le veía cómodo en ambos papeles, luciendo infinitamente más joven de lo que en realidad es, aunque algo escondido –como sus acompañantes- entre las cortinas de leds. El espectáculo no estuvo mal, cierto, aunque quizás ahí es dónde menos acertó, más que nada porque por el Sónar han pasado a lo largo de estos últimos años puestas en escena apabullantes. De Kode9 contábamos antes que estuvo mucho mejor por la noche que por la tarde, y las contorsiones del público viéndole así lo demostraban. Por suerte, Anohni apareció en escena veinticinco minutos más tarde de lo que estaba oficialmente programado, debido a las proyecciones introductorias. Vestido con una especie de burka que hacía imposible verle la cara y franqueado por Oneohtrix Point Never a un lado y Hudson Mohawke al otro, se mostró más contenido en lo que a intensidad se refiere que en su anterior vida como Antony. Los tres artistas juntos se limitaron prácticamente a reproducir lo expuesto en disco, mientras las proyecciones de mujeres desarraigadas socialmente tomaban casi todo el protagonismo. Con ello, nos quedamos con la impresión de que “Hopelessness” no será tan eficiente en concierto como esperábamos. Mientras Anohni se quedó a medias, unos minutos más tarde James Blake se dio un auténtico baño de masas actuando en el Club, el escenario principal, acompañado por otros músicos. Y pese a las grandes dimensiones del recinto, su actuación caló y caló bastante. Ahora bien, si alguien brilló atendiendo a la entrega del público fue Flume. El australiano, que actuaba por primera vez en nuestro país, demostró con creces porque es uno de los productores más laureados en la actualidad en lo que a electrónica accesible se refiere. Como era de esperar, lo puso todo patas arriba con temas tan efectivos como “Never Be Like You” o su revisión del “Tennis Court” de Lorde. Y, aunque hubo mucho más, nos quedamos con distintas partes del set de siete horas de Four Tet, una delicia que empezó con algo de exotismo y derivó posteriormente hacia la cara más bailable que podamos imaginarle.
El sábado, New Order dejaron mucho mejor sabor de boca que en 2012. Bien es cierto que su último trabajo, “Music Complete”, ayudaba a ello. Pero la verdad es que con la cantidad de temas irrepetibles que tienen en su haber hasta se perdonan las deficiencias vocales de Bernard Summer. Eso sí, no puede negarse que se marcaron el mejor bis de todo el festival. ¿Acaso hay alguna forma mejor de acabar un concierto que tocando “Blue Monday” y “Love Will Tear Us Apart”? Continuando en el Club, los bombos marcaron la noche, sobre todo con Booka Shade que ofrecieron un repaso a su trayectoria sin apartar el pie del acelerador un instante. Un par de horas después, Fatboy Slim no defraudó y dio al público lo que realmente quería a esas horas de la madrugada: las justas dosis de hooliganismo para dejarse el alma bailando con el puño en alto. El británico ofreció uno de los sets más divertidos de todo el festival con diferencia, combinando géneros (noventas con bastante sonido actual) y echando también mano de lo más característico de su viejo repertorio big beat. Todo lo contrario que Jackmaster, quien fue a lo seguro y solamente dejó noqueado al respetable cuando en los minutos finales rebuscó de entre su maleta gemas disco funk que supieron a gloria para huir, aunque sólo fueran unos minutos, de la hegemonía techno. Porque faltaron matices durante algunas horas en las que el recinto apostó demasiado por el bombo. Por suerte ahí estuvieron también propuestas con algo de aire como dos de los grandes nombres del grime, el ya veterano Skepta y el más que futurible Stormzy. Ambos dieron sobradamente la talla y sorprendieron con buena parte de la audiencia (sin duda los británicos) coreando algunos temas. Skepta sonó impecable y hasta se permitió invitar al escenario a sus colegas (si no me equivoco se trató de los propios Section Boyz), aunque curiosamente “Shutdown” sonó con menos fuerza que hits como “That’s Not Me”. Mientras los rapeados y las voces de Skepta y Stormzy mantuvieron el músculo en todo momento y sus ritmos sonaban más gordos todavía de lo esperado, el canadiense Kaytranada hizo justicia a su completo álbum “99.9%”. Obviamente, en el Dj set faltaron las colaboraciones de lujo, pero lo que no faltó es la proyección de la fantástica portada del disco que firma ni más ni menos que el español Ricardo Cavolo. Hubo más, entre ello las siete horas de sesión de Laurent Garnier, pero el cuerpo ya no aguantó.
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