Sobre el éxito de público del festival habrán leído ya largo y tendido, así que centrémonos en el aspecto que más relación guarda con nuestra publicación, la parte musical. Por lo menos la que tuvimos la suerte o la voluntad de poder llegar a ver. Este ha sido –nuevamente- un año de puestas en escena más o menos espectaculares. La primera fue la de Daedalus, quien presentaba su Archimedes Show. Camaleónico hasta decir basta, el angelino jugó con infinidad de estilos, desde el dubstep hasta el hip hop más abstracto, aunque lo que llamó la atención fue ese juego de espejos que disparaban mil y un haces de luz por la sala más recogida del Sónar día. Aunque también hubo quien se presentó a pelo, como Flying Lotus, que protagonizó dos sesiones supuestamente distintas. Decimos distintas porque solamente asistimos a la que Steven Ellison protagonizó en el showcase de Brainfeeder, su sello, que ya colmó parte de las expectativas que habíamos depositado en su nueva visita a nuestro país. Ahora bien, fue más curioso presenciar la actuación de Thundercat, es decir, de Stephen Bruner, miembro ocasional de la mítica banda hardcore Suicidal Tendencies. Su maestría al bajo y su capacidad para crear ambientes de jazz futurista sorprenden, pero su propuesta requiere de grandes dosis de voluntad del oyente para ser disfrutada en toda su amplitud. Y desgraciadamente no fue mi caso. Mucho mejor entra el pop electrónico del jovencito británico Orlando Higginbottom, a quien conoceremos de ahora en adelante como Totally Enormous Extinct Dinosaurs. Tímido aunque con una imagen ciertamente excéntrica (en la línea de Patrick Wolf o Jónsi), interpretó buena parte de su primer álbum, una de las sorpresas en largo de la temporada en curso. Consciente de lo modesto de su puesta en escena, se hizo acompañar en todo momento por unas bailarinas que protagonizaron coreografías discretas, pero la clase necesaria para no chirriar al enfrentarse al material del veinteañero. Jamie Lidell se desenvuelve mucho mejor, y canta con mojo. Al frente de Mostly Robot –quienes debutaban en directo-, ofreció distintas caras de si mismo, desde la que descubrimos en Supercollider hasta la de soul star, aunque dicen –ya no estuve ahí para corroborarlo- que no se les dio nada mal atreverse con Aphex Twin o que Tim Exile estuvo muy certero loopeando y manipulando sonidos. Fuera, los catalanes The Suicide Of Western Culture ofrecieron su primer concierto del festival, para su emisión en directo para Radio 3, y salieron tan bien parados como de costumbre, permitiendo que todo el público viene en todo momento cómo manipulaban sus diversos instrumentos y cachivaches electrónicos.
El viernes también hubo para todos los gustos. Sin ir más lejos, las sesiones fueron de lo más diverso, desde la sorprendente zurra de buena parte de la sesión de Daniel Miller –fue una sorpresa verle tan bruto- a un Trevor Jackson que repitió el sábado por la noche sorprendiendo por su efectividad en el diminuto escenario SónarCar en el recinto de noche, pasando por los jovencitos franceses Club Cheval, que tuvieron a todo el SonarDôme en danza durante hora y media. Entre los directos, permítanme destacar el californiano Jacques Greene (acompañado por un vocalista), que puso los puntos sobre las íes en lo que a clase se refiere, lo contrario que Nguzunguzu, el dúo de Los Angeles formado por Asma Maroof y Daniel Pineda, alumnos de la Red Bull Music Academy y mucho más musculosos y rítmicos. Que el británico Dj Mag les destacase entre lo más prometedor del festival es algo exagerado, aunque superaron la prueba del directo sin problemas. Hubo también concierto sorpresa de Rusty Warriors, dúo de electro rock en el que milita Jaumëtic y que conecta con energía y desparpajo con el espíritu de gente como Cyberpunkers o South Central.
El concierto más complejo al que asistí fue, sin lugar a dudas, el del combo noruego de jazz vanguardista Supersilent junto al mítico John Paul Jones, quien se mostró comodísimo desde el primer momento. No sé cómo acabaron, pero el inicio fue francamente abrumador. Aunque siendo veraces, si hubo algo abrumador en esta edición del Sónar fue el sorprendente maping de Amon Tobin y ISAM. Espectacular desde el minuto cero hasta el final, fue uno de esos momentos que vale la pena disfrutar. Desgraciadamente, la música de Tobin sonó durante buena parte del show (aunque con una fuerza tremebunda) como mero acompañamiento de las imágenes. Apenas le vimos fugazmente, todo lo contrario que a James Blake , que ofreció una de sus sesiones características, manteniéndose demasiado templado durante la parte del set que pude ver. En el SonarLab, los británicos Jack Beats intentaron birlarle audiencia y casi lo consiguen con una pinchada mucho más fiestera, más eficaz, pero también mucho menos personal. Viendo cómo acabo, hubiese estado bien presenciar toda la actuación de Nicolas Jaar y sus compañeros, pero es lo que tienen los festivales y la coincidencia de horarios. Por ello Friendly Fires tuvieron suerte de que su público no fuese el mismo que el de Richie Hawtin. Gracias a ello mantuvieron a la gente bailando durante todo su show, un show que se ha convertido en la respuesta classy y británica a las bacanales rítmicas de !!! Durante algunos momentos sonaron reiterativos, pero su arsenal de modestos hits funcionó a la perfección.
Lo cierto es que la noche del sábado fue todo un éxito en cuanto a resultados se refiere, aunque no sea menos cierto que New Order no sonaron bien. Le pusieron ganas cuando arremetieron con su repertorio más balearic o con sus grandes éxitos (que los hubo a puñados), pero los elementos no estuvieron de su lado para que la noche funcionase. Lo peor, alguna neworderización de los clásicos de Joy Division (como esa “Isolation” sin garra). Ver parte de su actuación impidió que viviese el crescendo completo que protagonizaron The 2 Bears, que empezaron pinchando calmados para acabar interpretando temas de su “Be Strong”, micrófono en mano. En todo caso, sepan que no hubo ni un bajón en toda la noche. The Roots, una vez acabada la parte más jazz de su actuación, empezaron una maratón de rap, funk y rock que dejó sin respiración. Si han escuchado ustedes que su actuación fue impresionante, no lo duden ni un instante: lo fue.
Mucho más complicado fue ver los conciertos de Metronomy y Azari & III en el escenario SonarLab. No cabía ni un alfiler, así que lo mejor fue dirigirse a las sesiones de Pretty Lights y Madeon. Curiosamente, el joven americano tuvo bastante más clase que el francés (que no dudó en echar mano de clásicos indie en versión electrónica), provocó al público con bastante descaro y se convirtió en el entrante ideal para Die Antwoord. Y sepan que la actuación de Ninja (el cerebro de todo esto), Yo-Landi y Hi-Tech fue un escándalo. Die Antwoord no dejaron a nadie quieto. La gente quería fiesta y ellos se la dieron, sin descanso, sudorosa y sucia, con unas proyecciones que tienen su gracia y con una efectividad que se incrementó incluso en los momentos más maquineros y barriobajeros. Tanto fue así que cuando se atrevieron a utilizar un tema de Enya como base, en lugar de llevarse botellazos se metieron a la gente en el bolsillo. Eso sí, el gran espectáculo de la noche fue el protagonizado por el artista electrónica más millonario de Canadá, el flacucho Joel Thomas Zimmerman. Quizás sería mejor hablar de cuestiones musicales o de su vocalista invitada, pero con un despliegue audiovisual como el suyo ni siquiera eso hace falta. Deadmau5 es electro casi trancero para grandes estadios, y como tal funcionó. Joan S. Luna
El pop electrónico más oscuro con la mirada puesta en los ochenta tuvo en Sónar 2012 un par de pases destacadísimos. El primero fue el jueves por la tarde en el SonarComplex con el debut en Barcelona de Trust. Robert Alfons (ahora ya sin la ayuda de Maya Postepski de Austra) se presentó acompañado de un batería y una teclista (de riguroso negro ambos) para dar forma a los hits llenos de referencias sexuales que puebla su celebrado debut “TRST”. Alfons, un cruce entre Dave Gahan y un teenager casi imberbe que acaba de descubrir la mala vida, atacó cada tema con un arrojo y un baile de San Vito que convirtió el concierto en una verdadera fiesta de la carne. Olor a cuero negro y látex para rompepistas del calibre de “Dressed For Space”, “Gloryhole” y “Chrissy E”, entre otras. Un día después, en el SonarVillage, Austra, también canadienses y vinculados a Trust por la antes nombrada Postepski, dieron forma a su particular visión musical en clave nuevaolera, cabaretera y algo siniestra (la corista cejijunta de la banda desprendía un mal rollo difícil de describir con palabras) del orgullo freak. Más bailables y accesibles en directo que en disco, el pase de Austra fue oxígeno pop entre tanta electrónica. Una agradable sorpresa que, ojo, consiguió el favor del público a pesar de su extravagancia y las salidas de tono casi dignas de la world music de su vocalista.
Lana Del Rey debutaba en España con todos los ojos sobre ella; de los fans y de los detractores. El concierto de la norteamericana fue mejor de lo esperado, la decisión de no utilizar las bases pregrabadas y las fugas raperas que afean sus canciones en disco fue acertada, y en lo vocal se acercó a una prestación digna. Ahora bien, a pesar de todos esos inputs favorables, la cosa no pasó de un correcto ejercicio de estilo. El concierto, muy lineal y plano sin ni una salida de tono que rompiera el ritmo comatoso (el momento en que Del Rey bajó al foso para hacerse fotos con los fans fue meramente anecdótico), demostró que a la autora de “Born To Die” le falta carisma, encanto y magnetismo, algo que tendrá que conseguir en un futuro si pretende convencernos de su valía. Sobre sus reiterativas proyecciones que acompañaron el recital (llenos de lugares comunes como Elvis, moteles de carretera, Jessica Rabbitt, y fotos con los morritos de Lana…) que parecían más un publireportaje de la cantante yanqui que un complemento a la actuación, preferimos no entrar al trapo.
Era el día y Hot Chip lo sabían. Los británicos aparecieron el sábado en el SonarPub con ganas de demostrar la condición de grandes dentro del pop electrónico actual, que lo suyo va en serio más allá de esos arrebatos geek que, parece ser, les negaban su condición de primeras espadas del género. Y bien, Alexis Taylor y cía taparon la boca de los escépticos al entregar un concierto festivo en un SonarPub donde no cabía ni un alfiler. Muy pop en espíritu y con una entrega que no habíamos visto en conciertos anteriores en nuestro país, cayeron varias canciones “In Our Heads”, su excelente último disco, y el delirio llegó al repasar rompepistas inapelables como “And I Was Boy From School”, “Over And Over”, “I Feel Better” y “Ready For The Floor”, esta última enlazada con una coqueta versión del “Everywhere” de Fleetwood Mac. Acompañados de un par de músicos más (una entregada chica a la batería, y un nerd que venía a ser el sexto hombre de la banda), el concierto de Hot Chip podría ser catalogado, sin miedo a equivocarnos, como el de la consagración definitiva del grupo. Xavi Sánchez Pons
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