El mánager de Soda Stereo, Daniel Kon, comentó en una ocasión en una entrevista que a Gustavo Cerati no le gustaba el pasado. Es la razón por la cual, a la hora de proyectar el espectáculo “El séptimo día”, el equipo creativo buscó dar nueva vida a las canciones de la mítica banda argentina imaginando cómo hubieran sido los Soda del futuro: excéntrico vestuario, formato innovador, propuesta atrevida.
Con la mirada puesta en un tiempo de más allá, el Cirque du Soleil se ha instalado hasta el día 23 de septiembre en el estadio Luna Park para cerrar con broche de oro la gira de un show que ha recorrido 10 países y 16 ciudades de América con más de 250 funciones y del que han disfrutado un millón y medio de espectadores. El despliegue visual es abrumador. Desde las primeras notas y hasta el final del show desfilan por el escenario una tropa de acróbatas, bufones, pallasos, bailarines, trapecistas y músicos que revisitan los grandes éxitos del vasto repertorio del trío porteño con las fórmulas del circo contemporáneo.
Cabe decir que pese a su voluntad rompedora, el show no puede hacer otra cosa que apelar a la íntima melancolía de los seguidores de la banda. Haber escuchado mil y una veces las canciones de los de Cerati se hace condición casi imprescindible para disfrutar plenamente de un espectáculo que está pensado como una especie de reencuentro a medio gas para el fan: no proporciona la euforia del concierto en directo, pero cumple con la proposición original de verter el imaginario de Soda Stereo sobre un nuevo universo.
En algunas ocasiones, el resultado es mejor en otras. Poco lucen los malabares con el diábolo que acompañan “Persiana Americana” o la proyección en una pantalla de la artista que dibuja en arena durante “Un millón de Años Luz” al lado del espectáculo que ofrece la artista mexicana Zendra Tabasco, quién baila en el aire con el cuerpo entero colgando del pelo mientras suena “Luna Roja”. Otro de los momentos álgidos es la interpretación subacuática de “Hombre al agua”, en la cual dos bailarines se sumergen en un tanque de agua y aguantan la respiración largo rato mientras interpretan una coreografía bellísima. El combo final lo abanderan las intensas “En la Ciudad de la Furia”, “Primavera 0” y “De Música Ligera”, esta última con todos los artistas desplegando sus gracias por la pista y el público como coro apasionado. Y pese a la calidad musical, los cabos sueltos que deja la realización juegan en contra de la puesta en escena. El espectáculo, pensado como interactivo y como una invitación abierta a que el público participe, no acaba de resolver bien la cuestión de cómo integrar los equipamientos en la pista de baile sin que para los asistentes sea un engorro tener que moverse de un lado a otro empujados por el equipo de seguridad. El argumento que conduce la historia también queda algo diluido entre las canciones. No se acaba de entender la premisa de que el joven protagonista que encarna el papel de L’Assoiffé (el Sediento) se encuentra enjaulado cuando suenan los primeros compases de “En el séptimo día” para simbolizar la opresión de la dictadura argentina sobre toda una generación, que queda destruida por la liberadora ola de entusiasmo que representó Soda Stereo en los ochenta, durante los primeros años de construcción de la democracia.
Sin embargo, la narración clarividente queda siempre en un segundo plano cuando lo que está en juego es recuperar los himnos que marcaron el imaginario de una época y homenajear a una banda que conquistó América. Lo que prevalece en “El Séptimo Día” es la sensación de haber entrado por momentos dentro de “el triángulo” que conformaron Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti, y que nunca nadie hasta El Séptimo Día había logrado traspasar. Los acérrimos de Soda Stereo quedarán sin duda complacidos. Para el resto, faltó algo más.
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