Smashing Pumpkins. Nadie puede negar el absoluto carisma de Billy Corgan. Nadie negará tampoco su obsesiva fijación por trascender. Nadie dudará, pues, que la megalomanía congénita del alopécico norteamericano viene siendo su principal enemigo. Pero la cosa funciona y por eso hemos tenido que tragar con artefactos tan dispersos como «Adore» y tan desmedidos como «Mellon Collie...». Al final fueron las canciones de «Siamese Dream» las que más convencieron («Cherub Rock» a todo gas; «Disarm» con tres guitarras y leve soporte percusivo cortesía de un Jimmy Chamberlin inconmensurable). Puede que «Machina...» su inminente nuevo trabajo nos devuelva la fe y devoción que profesábamos hacia los de Chicago cuando editaron su segundo disco (sólo identifiqué «The Everlasting Gaze» y fue un trallazo). Y a pesar de que «Tonight, Tonight» (ensoñadora) o «Bullet With Butterfly Wings» (demoledora) sonaron como tenían que sonar, la excesiva autocomplacencia del grupo les llevó a desbarrar en formato jam-session durante más minutos de los debidos, con un James Iha jugando a ser Eddie Van Halen y un Corgan seguro de que todos sus chistes nos iban a hacer gracia. ¿Consecuencias? Pues sencillamente que me fui de la sala con la sensación de que el grupo había perdido la oportunidad de convencerme para siempre de su verdadera valía, esa que les hace capaces de componer canciones tan perfectas como «1979». Otra vez será.
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