Enemigos de Dios
ConciertosSlayer

Enemigos de Dios

9 / 10
David Sabaté — 05-11-2015
Empresa — Rock´N´Rock
Fecha — 04 noviembre, 2015
Sala — Razzmatazz 1, Barcelona
Fotografía — Edu Tuset

Un concierto de Slayer es siempre un concierto de Slayer. No hay que subestimarles. Los reyes del thrash metal llegaban a la sala Razzmatazz de Barcelona con el cartel de sold out colgado bastantes días atrás, pero algunos de los asistentes parecían acudir casi por inercia o sin demasiadas expectativas. Se dieron de bruces con un show con bastantes temas nuevos pero que, sin lugar a dudas, sobrepasó todas las apuestas. Quienes ya les vieron en su anterior visita junto a Megadeth sabían bien a qué atenerse, aunque en las distancias cortas de una sala para dos mil personas, donde no les veíamos desde hacía ya unos cuantos años, la cosa mejora notablemente.

Abrieron los noruegos Kvelertak, quienes repitieron su habitual ritual, con el cantante enfundando la cabeza en un búho disecado al inicio del show y ondeando una bandera negra con la inicial de la banda en su recta final. Le sumaron actitud -un diez- pero el sonido no les acompañó. Es lo que suele ocurrir cuando tocas para bandas grandes, que te limitan las condiciones técnicas; si no, no se entiende que los viéramos algo apagados, cuando habitualmente Kvelertak incendian cualquier escenario por el que pasen. Su concierto en el Primavera Sound de 2014 fue espectacularmente mejor. Una lástima. Eso sí, piezas como “Mjod” o “Mânelyst” nos hicieron disfrutar como enanos pese a la triste incomprensión de cierto sector de la audiencia.

Les siguieron Anthrax, otro de los compañeros del Big Four que Slayer se llevan de gira. Quizás conscientes de la brutalidad de los cabezas de cartel, los neoyorquinos salieron a por el oro, encadenando clásicos del thrash metal como "Caught in a Mosh”, “Got the Time”, “Madhouse” o su popular y lúdica versión del “Antisocial” de Trust. Se les vió disfrutar, sumamente profesionales, como de costumbre, y Scott Ian, como es también habitual, fue quién contagió más al personal con sus zancadas y su beardbanging. Frank Bello se mantuvo, al contrario que en otras ocasiones, en un segundo plano y Joey Belladona ejerció de frontman con menos carisma que Ian pero tremendas tablas y una voz sorprendentemente clara y potente. El estreno de su nuevo single, "Evil Twin", aunque bastante contundente, no generó especial entusiasmo; habrá que esperar a la publicación de su nuevo disco a principios de 2016. “Indians” y “Among the Living”, en la recta final, nos reconectaron con su inspirada e influyente discografía de los ochenta.

En cuanto a Slayer, siguen en una liga paralela. Pese a todos los problemas recientes, la edad o los cambios de alineación. Sobre la cortina que tapaba el escenario, unas cruces blancas proyectadas empezaron a girar hasta obtener una serie de cruces invertidas sobre fondo rojo y el logo del grupo, lo que desató el griterío colectivo tapando la intro “Delusions of Saviour”. Unos instantes después, la cortina cayó y se desató la guerra, literal, con un Tom Araya soberbio a las voces que lideró el desafío con agresividad y soberbia, y con una amplia sonrisa al comprobar que el estribillo de la salvaje “Repentless” era coreado con similar ímpetu por toda la sala. Siguieron con una retahíla de cortes que desataron la locura en la pista, con constantes y veloces moshpits con centenares de cuerpos chocando en la abarrotada pista. La coreografía perfecta para bombas de metralla como “Postmortem” -la segunda de la noche-, “Hate Worldwide”, “Disciple” o “War Ensemble”.

Sonó bastante material nuevo, aunque las elecciones no fueron las mejores: habría sacrificado claramente “When the Stillness Comes” y “Implode” por “Atrocity Vendor” y "Piano Wire”; pero lo compensaron con generosas recuperaciones de la época pre-“Reign in Blood”: “Hell Awaits” y la tríada “Chemical Warfare”, “Die by the Sword” y “Black Magic” fueron, sencillamente, impresionantes.

Kerry King se impuso como silencioso maestro de ceremonias, icónico e intimidante; mientras Gary Holt y Paul Bostaph estuvieron a la altura, como excelentes músicos que son, aunque incapaces de borrar de nuestra memoria a sus míticos predecesores. Medios tiempos abrumadores como “Mandatory Suicide” y “Dead Skin Mask” -piezas maestras en sí mismas- completaron hasta una veintena de imparables temas coronados por un encore de altura: nada más y nada menos que “South of Heaven”, Raining Blood” y “Angel of Death”. Jeff Hanneman, probablemente, estaría orgulloso.

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