El peinado, los vestidos, el contrapunto vocal de Tito Pintado (que antes había presentado las prometedoras nuevas canciones de Anti), el segundo plano de Ibon Errazkin, los teclados de Joan Vich, las partes grabadas, una encantadora y risueña Teresa Iturrioz y, por supuesto, también las canciones, en un orden inalterable, formaban parte de un férreo guión en el que puede que no hubiera espacio para la sorpresa, pero sí para el encantamiento. Cuatro momentos lo resumen. El primero, “Costilla de Adán”, empezando de forma abrupta, obviando toda clase de entretenimiento introductorio. Más tarde llegaría “Pío Pío”, en dos partes, cambiando la estructura original y esta vez sí que sólo con lo puesto: guitarra, teclado y voz. Más que suficiente para dar forma a pianísticos requiebros y a un luminoso collage que estimula la sonrisa (también en “Mi perrito librepensador”). Tercer momento, y de nuevo prescindiendo de las bases enlatadas (demostrando de paso que cuanto antes deben atreverse a plantear así la mayor parte del directo): “Té chino”, con la voz de Teresa más enérgica y segura que en ningún otro tramo del concierto (más incluso que en sus esplendorosos rapeados). Y el cuarto, que en realidad es el resultado de sumar dos de las tres versiones que hicieron: “Gracias a la vida” (Violeta Parra) y “Cabeza cuadrada” (Terry IV). Festivas, entre los sonidos latinos y el reggae, perfectas para despedir una noche que fue tal como se esperaba: especial.
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