No todas las salas de conciertos tienen la desfachatez de resistir a 25 años de crisis económicas, cambios de tendencias, revoluciones tecnológicas e incluso pandemias. La Sala Mardi Gras lo ha conseguido y ha cerrado su aniversario con una banda que encarna a la perfección su espíritu: Sex Museum. Si el rock nacional fuese un árbol, Sex Museum serían parte de los anillos más centrales del tronco.
La banda madrileña, con raíces asentadas en los años 80, demuestra carismáticamente que todavía es capaz de fertilizar las tablas de cualquier sala de conciertos. Desde el primer acorde de la instrumental “Dopamina”, el público entendió que aquello no iba de nostalgia ni de postureo, sino de rock en estado puro. Curtidos en cada rincón de la península, Sex Museum ofrecieron un concierto preciso, compacto, sin fisuras, con la contundencia de quien ha convertido el escenario en su hábitat natural.
Hubo sudor, electricidad y una ovación constante, porque los fieles de la sala no dejaron de celebrar el encuentro ni un segundo. Pero si ellos llevan casi cuatro décadas en la carretera, la Mardi Gras no se queda atrás. En este cuarto de siglo ha sido mucho más que una sala de conciertos: ha sido refugio y hogar para quienes entienden la música en vivo como una necesidad. En tiempos de algoritmos y consumo fugaz, sigue apostando por la autenticidad. Y qué mejor manera de reafirmarlo que con una banda que encarna esa misma filosofía.
Un final de aniversario a la altura de la historia de la sala. Mardi Gras cierra así, con la siempre contundente visita de los madrileños Sex Museum, la celebración de su cuarto de siglo con una lección de resistencia de un “garito” que ha sobrevivido a todo y con una banda que sigue tocando como si la historia del rock dependiese de ello. Puede que los tiempos cambien, pero mientras haya troncos firmes, el bosque del rock seguirá en pie.
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