Sermones etéreos
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Sermones etéreos

7 / 10
Unai Endemaño — 01-10-2014
Sala — Atabal
Fotografía — Unai Endemaño

En medio justo de la semana, tendríamos que ir al encuentro de los Wovenhand de David Eugene Edwards. Lo haríamos en Biarritz, ya que en esta última ocasión no habría fecha reservada para el norte peninsular, y no estábamos dispuestos a perdernos la presentación oficial del aclamado Refractory Overdure. Dos horas tan solo nos costaría el paseo, unos cuantos tropiezos por el pueblo, antes de llegar a la sala Atabal y los minutos que tardaríamos en pedir un refrigerio como recompensa.

Llegaríamos justo para ver el tramo final de los teloneros pertinentes, unos franceses que actuaban entre la bruma, con una voz sin alma, en medio de una sala en la que nadie exhalaba un suspiro más alto que el otro. Con el elocuente nombre de Throw Me Off The Bridge, Interpretarían gradaciones insípidas en sus partes más etéreas y resultonas cada vez que subían un poco de intensidad. Resentirían la falta de un bajista, y por ello acabarían sonando un poco huecos. Serían en cualquier caso, una consecuente introducción para lo que nos había hecho desplazarnos hasta Biarritz, aquella noche de octubre.

Salimos para revisar las instalaciones de la Atabal, una vez finalizada la comparecencia de los teloneros, ya que era la primera vez que teníamos la suerte de presenciar un bolo entre sus paredes. Descubriríamos dependencias modernas y preparadas para la música en directo, con una acústica perfecta y unas luces dignas de obra de teatro. También tendríamos tiempo, como para toparnos con una amplia barra en la que triscarnos una cerveza fresquita, ideal para coger impulso.

Woven Hand andarían calentando cuando decidíamos volver a la sala. Acababan de comenzar a lomos de "Hiss", con su poderosa misa de miércoles cualquiera. David Eugene Edwards aglutinaba todas las miradas sobre su espigada figura y bajos sus mesiánicas letras de chaman volátil. Se le veía tan poderoso como extravagante, con su sombrero de indio desterrado, aportando carácter a la silueta que dibujaba.

Repasaría casi todo su último "Refractory Overdure", y pasaría brevemente sobre su anterior The Laughing Stalk, incidiendo de esta manera sobre la parte más rocosa del conjunto. Reservaría el señor Edwards, para momentos concretos por tanto, sus habituales peroratas de pastor maldito, dejándonos a más de uno con ganas de regocijo místico. Faltarían minutos de trance en el cómputo general de la noche, sin que con esto fuese a desvirtuarse la esencia del bolo, podríamos terminar resumiendo.

De manera intensa por tanto, sucumbiríamos ante las enseñanzas del predicador, mientras acompasaba cada palabra con sus brazos y piernas, interiorizando lo que promulgaba de manera evidente. El resto de los Woven se mostrarían como mercenarios de lujo, sin el incendiario arrojo que trasmitía su líder, pero consiguiendo sonar muy por encima de la media musiquera. Aportando la calidad necesaria que necesitaban los cortes que había que fraguar. Especial mención debiera otorgársele a su batería, quien aprovechaba cada break que dejaban los cortes, para lucir una pegada elegante y medida.

Pocas alternancias tendría el ritmo general del espectáculo, demasiadas pocas para la paleta estilística que maneja Dave Eugene Edwards. Esta sería la mayor pega que acabaríamos encontrando a la serenata. En la parte central de todos modos, se colocarían los retazos más country, apoyados por un banjo electrificado que reubicaba nuestro espíritu sobre las montañas del Colorado. Nos dejábamos imbuir de esta manera, por el oscuro folclore que es capaz de concebir el protagonista de esta historia.

Antes de que los tímidos bises aconteciesen, el citado saludaría y agradecería su presencia sobre las inmaculadas tablas del Atabal, volviendo al de un par de minutos, sin sus compañeros de escenario, solo ante el peligro para ofrecernos la versión más intimista de su persona. A modo de predicador iluminado, expulsando demonios a la vista de todos mientras empujaba el carromato emocional. En esta faceta del artista, veríamos la verdadera dimensión que podía haber alcanzado la noche. Predicando, susurrando y haciéndonos flotar entre sermones etéreos. El peyote parecía que había llegado al final hasta Biarritz.

Se convertiría de esta manera en chaman concluyendo su comparecencia, la cual tendría su colofón precisamente en “The Good Shepper”, a modo de reafirmación sobre lo que habíamos ido a buscar. Al buen pastor maldito y fronterizo, que a lo largo del primer miércoles de octubre, había cantado más que recitado, había trasmitido energía, más de lo que nos había hecho flotar, pero que finalmente había sido capaz de sumergirnos en su particular mundo de salmos polvorientos.

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