La frase “menos de cinco contradicciones es dogmatismo” recuerdo leérsela por primera vez a Hibai Arbide hace unos años, aunque la he visto replicada y atribuida a la sabiduría popular unas cuantas veces desde entonces. Es un tema recurrente por omnipresente: algo que nos vemos obligados a renegociar constantemente, un pequeño tira y afloja diario entre lo que somos/hacemos, lo que queremos ser/hacer y lo que podemos (o nos dejan) ser/hacer; sobre todo para quienes creemos en la política prefigurativa.
Las contradicciones no son ajenas al Say It Loud, que lleva tiempo intentando erigirse en faro y crear una alternativa dentro del circuito de festivales que sirva de ejemplo y trascienda sus propias fechas y fronteras. Una apuesta por espacios públicos y autogestionados, por la economía social y cooperativa, que en los últimos años ha cobrado más forma que nunca y que, tal y como explicaba su organización hace unos días a Nando Cruz, huye del autoboicot y el rechazo a lo popular: “queremos demostrar que un festival no comercial puede programar artistas de primer nivel internacional”. En ese “no comercial” y en su desarrollo pueden caber contradicciones y tensiones, pero hasta ahora las habían resuelto de forma pragmática y humilde. Este año, sin embargo, los nervios venían por otro lado.
La salida de la denominada sentencia del procés, la respuesta popular y la escalada de la represión han absorbido titulares y energías durante toda la semana pasada, y un reguero de conciertos cancelados han acompañado cada día de movilización. Lejos de los (loables aunque distantes) comunicados publicados por distintas instituciones de la música y la cultura catalanas, el Say It Loud debía enfrentarse a una contradicción urgente: cancelar para volcar todos los esfuerzos en la calle, especialmente ante la huelga convocada para el viernes, o seguir adelante con el festival y utilizarlo de alguna manera que mantuviera y reforzara el vínculo que han ido tejiendo con su contexto vecinal, social y político. Apostaron, de forma pragmática y humilde, por lo segundo: celebrar el Say It Loud y destinar el 100% de los beneficios a las represaliadas de estos días. Las comparaciones pueden ser injustas, pero es imposible no pensar en las cajas de resistencia que podrían hacer otros festivales si donaran la mitad de los suyos.
Así, con el Telegram sonando cada cinco minutos, arrancaba el concierto de Delvon Lamarr Organ Trio en la Fabra i Coats de Sant Andreu, dando el pistoletazo de salida al Say It Loud 2019. La propuesta más añeja del festival, enraizada en los 60 y los 70 tanto por el punto de encuentro musical al que dan pie como por el sonido del trío, inevitablemente marcado por el clásico Hammond B3 de Lamarr. Mostraron su cara más cercana al soul y el funk con un virtuosismo puesto al servicio de la química entre batería, guitarra y organista, dejando de lado la pirotecnia instrumental y centrándose en el juego constante. No es casualidad que el clímax fuera un medley en el que, tomando el “So Fresh, So Clean” de Outkast como centro gravitatorio, se dejaban llevar por temas de Snoop Dogg y Dr. Dre, Gnarls Barkley, The Temptations, Survivor, Journey, Bob Marley o The Beatles. Ya que hablábamos de rechazo a lo popular…
Su contrapunto fue el otro combo instrumental del festival, el que dirige Yussef Dayes (foto de abajo), encargado a su vez de abrir la jornada del sábado. El londinense es uno de los culpables de la nueva ola de jazz que ha brotado en la capital británica en los últimos años, y tras su separación de Kamaal Williams -juntos firmaron esa suerte de clásico contemporáneo que es “Black Focus” (Brownswood Recordings, 19)- se ha dedicado a explotar la improvisación sin ataduras ni apenas estructuras. Así fue la mayor parte del concierto: una jam cósmica, hipnótica, donde Yussef Dayes es capaz de canalizar influencias del drum’n’bass, el jungle y el grime y unirlas con un jazz contemporáneo que parece buscar, a su manera, la raíz y la esencia del género. Le acompañaban Rocco Palladino (bajo) y Charlie Stacey (teclados), sólidos y capaces de seguir las explosiones súbitas de Dayes y de dejarle espacio, quedando casi siempre en un segundo plano. Nadie que haya visto tocar a Yussef Dayes puede culparles por ello.
Ambos fueron momentos álgidos de este Say It Loud, aunque el papel de cabezas de cartel les correspondía a otras. En el caso del viernes (y del festival entero) a Little Simz (foto principal), que por sí misma justificaba la afirmación de los organizadores del festival respecto a los “artistas de primer nivel internacional”. Simbi Ajikawo es una de las voces más brillantes que ha dado el rap británico en la última década, y “Grey Area” (Age 101 Music/Popstock, 19) la culminación de una carrera que ya había cristalizado en el irregular pero notable “Stillness in Wonderland” (Age 101 Music/Popstock, 16). Es, en otras palabras, el momento de una Little Simz que aborda lo personal y lo político con la misma naturalidad. “They would never wanna admit I’m the best here from the mere fact that I’ve got ovaries”. Todas las artistas emocionales y musicales de “Grey Area” estuvieron presentes en el directo, que Little Simz lleva con la maestría técnica que la hacía destacar ya en su primera etapa, aquella en la que aún no había dado con la tecla. Hasta muda (arrancó “Boss” megáfono en mano y sin sonido a causa de un problema con el micro) hay pocos capaces de hacerle sombra.
Combo Chimbita, por su parte, debutaban el sábado en Barcelona -los estrenos son casi una seña de identidad del Say It Loud- con su reciente “Ahomale” (ANTI-, 19) bajo el brazo. Una visión del afrofuturismo firmada por un grupo colombiano residente en Brooklyn que busca su razón de ser en lo espiritual, lo sagrado y lo ancestral; envuelto aquí en una psicodelia enriquecida tanto por la corriente rockista y experimental del género como por la música tradicional colombiana y la herencia caribeña y afrolatina. Carolina Oliveros busca hipnotizar y lo consigue, con una voz potente, un vibrato impecable y una presencia escénica magnética, aunque el trance parece deslizárseles entre los dedos justo cuando están a punto de alcanzarlo. Con todo, el camino que tienen por delante no debería conducir a otro sitio que no sea la primera línea del futurismo tropical (si no están ya allí).
Los colombianos cerraban el escenario principal del festival, mientras que el resto de nombres pasaban por la mesa que había situada frente al sound system de Rebelmadiaq, coronado por la inscripción “Estima la música, esclafa el feixisme”. El viernes Cut Killer fue uno de los que mejor le sacó partido sin ser, a priori, su hábitat natural. Una sesión de vieja escuela, frenética, llena de joyas y técnicamente espectacular, en la que no podía faltar el “Nique la police” que inmortalizó “La Haine” de Mathieu Kassovitz. El “fuck the police” que gritó resonaba mucho más allá de la Fabra i Coats en aquel momento. Names You Can Trust, por su parte, ofrecieron el sábado un showcase centrado en la cumbia sonidera mexicana que acabaría un poco deslucido porque… bueno, porque poca gente se atrevía a bailarla. Irían de menos a más, eso sí, y dejarían unas cuantas perlas por el camino. Una de esas sesiones de quemar Shazam.
En cuanto a la música jamaicana, que ha venido siendo uno de los pilares del festival a lo largo de su historia, la primera muestra la daban el viernes The Heatwave y Ras Demo (foto de arriba). Destacó, sobre todo, el primero, con una selección cuidada, tremendamente bailable y sin fisuras que cerró la primera jornada del festival con el listón altísimo. No sé si diría lo mismo de Johnny Osbourne y Lone Ranger, que pusieron la guinda al sábado pero parecían confiar más en su estatus legendario que en otra cosa. Si algo demostraron, más allá de su variedad de registros, es que los clásicos de su repertorio siguen funcionando. La sesión previa de Fatta, selector del sound system francés Sound Stereo, también pasó por ser un poco más tópica y mecánica de lo esperado, sobre todo si la comparamos con el recital que habían dado justo antes Feminine Hi-Fi. Las brasileñas, acompañadas por la voz de Aghata Saan, firmaron una sesión vibrante y festiva en la que dejaron claro que no necesitan tirar de clásicos -aunque cayeron un par de himnos- para reventar la pista. Cuando ves que se lo pasan tan bien las que están encima del escenario como las que están debajo, suele ser buena señal.
Ciutat, cultura, comunitat. Estas tres palabras, impresas en el logo del Say It Loud, intentan resumir la ambición (pragmática y humilde) de ser algo más que un simple festival. Incluso en una edición tan difícil como esta, justo el año en que por primera vez concentraban la programación en dos días y en un solo espacio, se han mantenido fieles a esos tres conceptos y a su compromiso con la gente que integra su red social y cooperativa, sean las barras de AlterEvents, el Sindicat de Manters o las personas que estos días son mutiladas o arrojadas en una cárcel sin que se respeten sus derechos fundamentales. En aguas tan turbias y revueltas como las que navegamos, el Say It Loud no es otra cosa que un faro construido sobre tres pilares. Ciutat, cultura, comunitat.
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