Poesía eterna
ConciertosFestival Santas Pascuas

Poesía eterna

9 / 10
Alberto Bonilla — 08-01-2020
Empresa — Festival Santas Pascuas
Fecha — 04 enero, 2020
Sala — Auditorio Baluarte
Fotografía — Javier Escorzo

Es difícil negar que uno se acerca a un directo de Quique González consciente de que está ante uno de los artistas más transversales del panorama musical. Esto provoca que uno pueda visualizarle en el lineup de cualquiera de los festivales independientes nacionales o pueda escucharlo como selección musical de un viaje en coche con ese amigo que jamás quiso trascender las fronteras de la radiofórmula. Quique se ha convertido en algo parecido a un patrimonio de todos, un cantautor –de los de toda la vida– que ha sido capaz de enganchar a diferentes estratos de la sociedad uniéndolos bajo una misma bandera: la de las canciones. La plurinacionalidad sometida a una guitarra y una voz. El Ministerio de las melodías.

En ese terreno, en escenario propicio como es la sala de cámara de Baluarte, Quique juega en casa, ya sea con una delantera mítica o con su último trabajo inspirado en los poemas de Luis García Montero. Nada se le resiste, ni a él ni a una de las bandas más acompasadas y brillantes que hayan desembarcado en el Reyno. Por eso, con un cartel de “todo vendido” a las espaldas se dispuso a darnos la “Bienvenida”, canción que abre su último trabajo. Consciente de que el recital iba a ser largo, el propio Quique capitalizó los primeros minutos de su show para desplegar parte del nuevo repertorio. Fueron cayendo temas como “Canción de orquesta” o “Pasajero”, logrando en esta última las primeras palmas de los más exaltados.

Ya con “Sangre en el marcador” empezó a fraguarse una comunión que duraría hasta el final. Ayudaría en este cometido una de sus más conocidas composiciones, “Kamikazes enamorados”, y el rescate de temas –de ello da fe quien ilustra esta crónica– como “Palomas en la quinta” , en el que Quique reivindica una infancia gamberra de la que dudamos si algún día logró desprenderse. “Polvo en el aire” y una preciosista “Las nuevas palabras” fueron la antesala de una “Su día libre” presentada como esa primera cita, y de la vetusta “Fiesta de la luna llena”.

Tras una larga secuencia de canciones, el capitán González dio descanso a la tripulación para afrontar la mitad de la travesía con canciones breves como “No es verdad”, basada en un poema de Kirmen Uribe, y “Seis cuerdas”, de clara inspiración melómana y ambulante. Con estas llegaría prácticamente la cuesta abajo y sin demasiado freno de un espectáculo con un cariz intimista que poco a poco fue desempolvando las alas del rock and roll. Tras las últimas concesiones con las recientes “Todo se acaba” y “Las naves de los locos”, llegó uno de los grandes momentos de la velada con “La luna debajo del brazo”, a pleno pulmón con el respetable, y la detictivesca “Orquídeas”, previa a su reconocimiento público a Jacob Reguilón “que estará un mes más girando con la banda”. A flor de piel sonaron “Aunque tú no lo sepas”, escrita hace 20 años para un Urquijo que todavía hoy recibe cerrados aplausos en su memoria, y “La casa de mis padres”, con una emocionante y desgarradora interpretación. Las múltiples cualidades musicales de González se revelaron una vez más en temas como “Y los conserjes de noche”, que sería la encargada de cerrar la primera jugada escapista del escenario de Baluarte.

Para los bises, como casi no podía ser de otra forma dado el burbujante ambiente, quedaron “Clase media” y la eterna “Salitre” para servir en bandeja un final dudosamente previsto con “Vidas cruzadas”, en completa alianza con un público que rentabilizó hasta el último euro. Y lo que es más importante, hasta la última de las candentes aspiraciones de una fría noche de enero en Pamplona.

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