Russian Red, bye bye lo-fi

Lourdes Hernández ya no es aquella chica revelación Myspace. Los tiempos en Eureka y su “I love your glasses” (08) han quedado atrás y con ellos, el amateurismo. Su voz es impecable y su “Fuerteventura” (Sony) una auténtica obra de ingeniería musical que requiere de una puesta de largo a la altura: cálida y con empaque. Por lo que la faceta naíf y despreocupada parece no tener cabida en el nuevo directo. La madrileña y Tony Doogan han vestido un disco repleto de 50s y 60s, pensado para el lucimiento de la cantautora. Canela fina a la que le falta arrojo, aplomo y feeling sobre el escenario; tablas, que dicen. En esta línea se movió el concierto de ayer, de ejecución pluscuamperfecta pero que pide a Lourdes dar un pasito más, desempolvarse tanta timidez y creerse una auténtica teen-pop sesentera, al estilo Lesley Gore.
Pese a la falta de carácter, desde buen principio se vio que el viaje al pasado sería fidedigno: ella, vestido amarillo en el centro, muy bien acompañada de cuatro escuderos trajeados (Charlie Bautista, puro lujo), luces y cartel de neón con su nombre, estilo bar yanqui años 50. Nada más sonar las primeras notas de “The memory is cruel”, nos empapamos del salto de calidad en el sonido. Una batería detallista, eléctricas profundas y teclados preciosistas. Todo al servicio de la capacidad vocal de Lourdes, a la que sólo contamos un par de fallos en los gorgoritos -graves que enmudecen a unos y desesperan a otros-. La atmosfera fue creciendo, entrelazando temas del primer y segundo disco. No faltaron “Everyday everynight”, de detalles country, o una revisión de “Take me home”, acoplada a la nueva sonoridad sin desentonar. También la movida “The sun the trees”, levantando a L’Auditori sold out y, cómo no, la más rica: “January 14th”, surf en sus eléctricas. En una simbiosis meritoria, el reparto no sufrió hasta llegar a “Cigarretes”, paradigma del sonido que la ensalzó, sinónimo de la pureza que impregnaba su primer disco. Fue una de las más vitoreadas, pero la simpleza de la composición ya no encajó como antaño en el conjunto. Para ir cerrando, punto álgido antes de los bises con “They don’t believe”: nuevos arreglos, kazoo y coros; dejó el listón alto, la noche ya no volvería a entusiasmar. Y eso que veríamos una versión -algo desafortunada- de The Magnetic Fields: “Todas mis palabras”… ¡en castellano! Finalmente, tras cinco minutos de aplausos, otro cover, deslucido, de Bonnie Tyler (“It’s a heartache”), poco premio a tan sólo hora y cuarto de recital. En resumidas cuentas, pese a la falta de galones, Russian Red se ha aventajado, y mucho, de sus compañeras de promoción, diciendo definitivamente, bye bye lo-fi.