Hacía poco más de cuatro meses que Rufus T. Firefly habían firmado el que hasta ahora era su último concierto en Zamora, al amparo de ese Avalon Café que los acogió por primera vez cuando la banda comenzaba a dar sus primeros pasos y que ha sido su hogar en la ciudad. Podría pensarse que tal escaso margen de tiempo no justificaba una nueva visita del grupo, si no fuera porque la banda siempre ha encontrado una respuesta entusiasta por parte de los zamoranos. Pero, sobre todo, porque este concierto presumía de unas peculiaridades a la postre determinantes en la propia definición y consecuencias del mismo. La banda liderada por Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro se encuentra inmersa en una gira de presentación previa de “Todas las cosas buenas” (Lago naranja, 25), el que será su nuevo álbum cuando vea la luz a finales del mes de abril.
Una ocurrencia que la banda, en formato de (impecable) sexteto, está materializando en recintos alejados de esas salas de conciertos que tan bien conocen, en lo que supone salir de su zona de confort y, al mismo tiempo, un bis a bis para con su público que, en pleno empeño de los madrileños por convertir el asunto en una experiencia inmersiva, queda materializada a través de los cascos por los que los doscientos afortunados que se dieron cita en el precioso Claustro del Seminario de San Atilano escucharían el concierto. De esta forma, la banda ocupa el centro del espacio, formando un círculo completo a pie de suelo desde donde cuecen esa policromática mezcla de géneros, influencias y épocas que convierten en texturas con sabor propio.
Por su parte, el público (unos sentados, otros de pie) rodean al combo potenciando esa conexión irrompible refrendada a cada nueva ocasión. Un concierto en el que la formación presentó todos y cada uno de los catorce temas que incluirá la edición en vinilo de “Todas las cosas buenas”. Un contenido que, a bote pronto y dada la calidad del repertorio, bien podría optar al título de mejor disco de Rufus T. Firefly hasta la fecha, dentro de un catálogo de por sí poco menos que intachable. El sexteto volvió a probar, en una cita para el recuerdo por múltiples motivos, su pluralidad de miras –estilísticas y creativas–, puestas al servicio de unas canciones que continúan incidiendo en esa profundidad emocional que los de Aranjuez manejan en exclusiva y hacen que el grupo sea un imprescindible de la escena nacional.
Un entorno patrimonial como es el seminario de San Atilano; una mañana soleada a las 13.00h; la cercanía física y empática de la propia banda; la originalidad derivada de escuchar la actuación a través de los cascos; unas canciones en su mayoría descomunales: desde la inicial “Coro” a esa barbaridad final que fue “Todas las cosas buenas”, pasando por “Premios de la música independiente”, “Triángulo de Amor Bizarro”, “La plaza”, la (sorprendente) revisión del “Canta por mí” de El Último de la Fila, “Trueno azul”, la preciosa “Canción de paz” o “El principio de todo”. Conjunción que, en manos Rufus T. Firefly, puede llegar a rozar la perfección. Una banda que sigue creciendo y parece no tener techo, con la que la fortuna ha querido que compartamos época para ser testigos de cada nuevo paso dentro de una evolución que, mientras continúa su senda, se antoja imparable.
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