Noche de flores lisérgicas, Motown y fuerte amor
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Noche de flores lisérgicas, Motown y fuerte amor

8 / 10
David Pérez Marín — 25-01-2023
Fecha — 13 enero, 2023
Sala — La Trinchera
Fotografía — David Pérez Marín

Noche fría en Málaga, de esas que piden sofá y manta a gritos… Pero no, hoy toca entrar en calor con un cóctel molotov que nos explotará en el pecho, a base de psicodelia-rock multicolor, refinado neo-soul y llamaradas de power pop hecho con mucho amor.

La mecha de la ineludible velada la encienden Ballena, que juegan en casa y convocan a gran parte del público que rebosa una sala La Trinchera preparada para la ocasión, con cartel de “sold out” colgado desde el día anterior incluido. Y es que, había muchas ganas de vivir la puesta de largo de Fuerteamor (22), el aún humeante tercer trabajo de los malagueños y su mejor colección de canciones hasta la fecha. Así, desde que salen a las tablas, en una actuación reducida de tiempo, pero no de intensidad, queman las naves y nos disparan a quemarropa y sin pausa su flamante colección de hits: De esa elegía Ballena a Jimi Hendrix en “Hijos del Vudú”, a seguir sacando chispas de las seis cuerdas en “MApH”, con ese latido fuerte del álbum en su épico estribillo, para pasar luego a mecernos en la dulce brisa pop de “Dolores”. La banda desborda química sobre el escenario y los cinco músicos se hacen uno en cada interpretación, con los presentes devolviéndoles el fuerte amor que desprenden y acompañándolos en muchas de las letras nuevas a viva voz. Sixto le da un relevo al micro a Miguel en “Juntos” y continúan los fuegos artificiales en esa montaña rusa del querer que recorren en “Fuerteamor”, teletransportándonos en la “Máquina del tiempo” y sumergiéndonos en ese “Friday I’m love” malagueño con “Semana Ballena”, para proseguir ese regusto a The Cure con esa base rítmica relampagueante y enjambres de riffs luminoso, con Miguel de nuevo a lo Robert Smith en la recuperada “La fiesta de Iniesta”. Nos rematan con una “Sassenach” a corazón abierto y salimos a la calle, con una sonrisa de oreja a oreja, a coger aire, antes de que aterrice la nave capitaneada por Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro.

Tras la gran ola de Ballena, sale a escena la banda más lisérgica, elegante y potente del panorama patrio, Rufus T Firefly, en formación de sexteto: con Juan Feo a las percusiones y Manola compartiendo teclados y coros como últimas estelares incorporaciones, más las guitarras imprescindibles de Carlos Campo y el genuino groove del bajo de Miguel de Lucas. Los de Aranjuez, con Víctor y Julia como bicéfalo dragón eléctrico al mando, siguen girando y cerrando ciclo con su estupendo séptimo disco de 2021 bajo las alas, El largo mañana (21); trabajo que, guardando la esencia de neones y estrellas de sus predecesores, suma aires neo-soul, con el espíritu de Marvin Gaye y Curtis Mayfield sobrevolando en gran parte de sus pistas y, esta noche, inundando cada palmo de la sala. Repasan el álbum casi en su totalidad, más otras siete canciones repartidas entre sus dos anteriores obras cumbres, Magnolia (17) y Loto (18).

De la mágica sensualidad espectral y a fuego lento de “Torre de Marfil”, al “despertar del bosque muerto y el aullido del viento hecho canción” con la espacial “Tsukamori”, primero de los cinco temas con aroma a “Magnolia” y cuerpos celestes. Bajan las pulsaciones con un mar de teclados zigzagueantes y las percusiones souleras de la titular “El largo mañana”, improvisando y solventando con maestría problemas técnicos, seguida de la compañera de surcos y palpitar, “Sé donde van los patos cuando se congela el lago”, rebosante de sinuosos ritmos africanos y funky intergaláctico rompe caderas. El perfume de “Loto” llega con el adictivo pulso del bajo y los teclados envolventes de unos de sus incontestables himnos (la canción con el título más largo que conozco), “Un breve e insignificante momento en la breve e insignificante historia de la humanidad”, con la sala al completo cantando la letra bajo ese “rayo que no cesa” y con Gata Cattana en nuestra mente. LSD en el aire y “todo el esplendor del universo concentrado” en La Trinchera con dos clásicos florecientes más de la banda: “Magnolia” y la explosiva y sideral “Druyan & Sagan”, con la que alcanzamos una de las cimas de la noche y no abren un vórtice a otra dimensión de milagro.

Balacera de psicodelia y Motown en vena con póker ganador del último disco: Esas dos mitades heridas que se encuentran y se sanan (o lo intentan) mutuamente en “Me has conocido en un momento extraño de mi vida”; para pasar a estar en paz y que nos salga de los ojos “Polvo de diamantes”, con unas percusiones muy marcadas y latidos de R&B setentero que funde con teclados espaciales marca de la casa y, la noche, irremediablemente “cae encima de nosotros como una lluvia suave”. Los músicos exprimen sus instrumentos en una armonía abrumadora, con Cabezuelo intercambiando guitarra por teclados una y otra vez, doblándose de pie convulsivamente sobre las teclas, como si en su espina dorsal “bailara Andrómeda desencadenada”. Visiones y evocadores recuerdos que no cesan, con Julia golpeando el centro de la Tierra en “Lafayette” y “en la llanura de mi imaginación”; para terminar y empezar (“la vida empieza hoy”) con la onírica serenidad y “anochecer de plata” de “Selene”, absorbiéndonos y centrifugándonos con su huracán de riffs y big bang rítmico final.
Se despiden y vuelven a embriagarnos con olor a “Magnolia”, primero haciendo que de la “cicatriz nazcan flores lisérgicas y nos lleven al más allá”, con la sala al completo flotando “hasta el centro de una Nebulosa Jade” en la que nos hubiéramos quedado a vivir para siempre; y como colofón, ese otro himno interestelar en el que seguimos el “aullido del lobo / en un caballo de fuego, / atravesando los cielos / y el surco de la memoria…”, un “Río Wolf” que nos pasa por encima como un tsunami de fuego.

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