La disposición del escenario daba pistas de lo que que iba a ocurrir a continuación. A la izquierda la tradición, un coro flamenco a cuatro voces que no dejó de empujar a lo largo de la hora y media que duró el concierto. A la derecha la modernidad: Pablo Díaz-Reixa (El Guincho) casi en penumbra, disparando las bases, ejecutando las percusiones y hasta puntualmente aportando voces y guitarra, responsable absoluto del aspecto musical del show, piedra angular del proyecto que ayer hasta por dos veces recibió el reconocimiento público de Rosalía. Porque Rosalía se reivindicó en su segunda gran noche en Madrid –aún recordamos su concierto de Colón...- precisamente a base de rendir homenaje a los suyos, desde el calentamiento previo con flamenco sonando por monitores, hasta esas pausas milimetradas entre los diferentes bloques del concierto que, además de para tomar resuello, sirvieron para dar gracias al público y a los componentes de su equipo por participar del sueño. Pura folklórica.
Otro aspecto de la disposición escénica tomaba la temperatura conforme avanzaba el show. La pasarela se convirtió en termómetro desde el arranque con Pienso en tu mirá (explosión de felicidad en el patio) y A palé: Rosalía, divina con su traje mitad geisha mitad animadora de instituto y acompañada por el cuerpo de bailarinas, unía desde el fondo del escenario esos dos universos a izquierda y derecha, tradición y modernidad. Universos que si en algún momento fueron antagónicos ella se ha encargado de casar y convertir en pop global. Conforme el concierto avanzó en intensidad, gradualmente, se impuso la conquista de la pasarela, hasta terminar al borde de ella dándose un baño de masas con (cómo no) Malamente, en pleno baile flamenco-expresionista y jaleada por un público que para entonces ya estaba fuera de sí.
Entre medias del arranque y el bis final con las dos canciones más emblemáticas de El mal querer hubo tiempo, claro está, para mucho más. Para un concierto milimétricamente diseñado que apenas se diferenció de los que había dado unos días antes en Barcelona cuando Ozuna saltó al escenario por sorpresa para interpretar Yo x ti, tú x mí. Por un momento, cuando empezaron a sonar los primeros compases de Con altura, las cerca de veinte mil personas presentes en Wizink Center fantaseamos con la posibilidad de que J Balvin también hiciera lo propio. No hubo suerte...
Pero más allá del cameo de Ozuna, ovacionado por el público en un reconocimiento no sólo a su persona sino también al cambio de paradigma en el mainstream global, el concierto de Rosalía se sostiene por sí mismo por lo que es: una alucinante reinterpretación del concepto de show acuñado en EEUU por las grandes superestrellas del r’n’b, trasladado a nuestra particular idiosincrasia, desarrollado con muchísima imaginación y tan ambicioso como realista en lo que a la producción de visuales y del espacio escénico se refiere. En ese sentido por ejemplo, la figura de El Guincho como director y ejecutante de toda la parte musical resulta tan efectiva como inteligente, e infinitamente más honesta que la de Billie Eilish -por citar una artista que hoy por hoy transita territorios no demasiado alejados de los de Rosalía- que en sus conciertos pretende sin conseguirlo recrear la fantasía de que los músicos interpretan las canciones en directo. Obviamente este juego se sostiene gracias a una artista magnética, que asumió su condición de superestrella incluso antes de que propiamente pudiera calificársela como tal, tan dotada en el aspecto vocal como trabajadora a la hora de desarrollar una faceta de bailarina impensable hace un par de años, cuando Rosalía era “simplemente” la joven promesa del nuevo flamenco.
Apenas hubo espacio a lo largo del concierto para recordar Los Ángeles: un Catalina cantado a capela con el que, puro Rosalía, la de San Esteban de Sasroviras hizo el amago de romper a llorar de la emoción. No volvió a haber más lágrimas en esta ocasión y sí muchas invitaciones al baile: un reconocimiento al carácter de pioneras de La Grecas (Te estoy amando locamente), su único tema en catalán (Milionària) recibido con pasión por el público madrileño, y hasta canciones que ya ha interpretado en directo en otras ocasiones pero que permanecen inéditas como grabaciones de estudio (Santería, Lo presiento, Como Alí). Obviamente canciones que no vuelan todas “con (la misma) altura”, pero que en conjunto conforman un show impecable. Un show que no merece la máxima puntuación tan sólo por la esperanza, fundada a estas alturas, de que Rosalía continúe creciendo como artista sin perder su olfato para aprehender lo popular al tiempo que afronta nuevos retos artísticos.
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