En el festival de documentales musicales y conciertos Rockumentalak los pequeños detalles no son fruto del azar. Minutos antes de que Vulk subiesen al escenario, los organizadores amenizaron la espera pinchando The Jesus and Mary Chain y Brian Jonestown Massacre en el ambigú del viejo cine-teatro de Zarautz. Cuando el grupo vizcaíno acabó su concierto un poco de sopetón, con un agur lacónico de su cantante Andoni, no tardaron en aparecer Sisters of Mercy en el tocadiscos, como el bis de Vulk que todo el mundo esperaba y nunca llegó. En resumen, desde Rockumentalak nos estaban invitando a saborear el universo musical de la noche, la única de todo el certamen que este año no está precedida por un documental.
Ahora bien, si Vulk (foto inferior) fuese una película no desentonaría en esa oda sombría a Nueva York llamada “Taxi Driver”. Igual que Travis Bickle sufre una metamorfosis a lo largo de su personal descenso a los infiernos, Andoni Eguiluz se transforma en un frontman que se mueve como un ágil boxeador en un ring. Agacha el cuerpo, se pone en posición y lanza un gancho al aire. Su voz -poderosa, profunda y grave- retumbaba en el teatro. Y con sus movimientos marcaba el paso de un grupo que sorprende por tener la lección post-punk tan bien aprendida y llevarlo a su propio terreno. Con solo un disco en el mercado, “Beat Kamerlanden”, estos chicos se comen con patatas a la mayoría de veteranos músicos de por aquí y más allá. ¿Que su hábitat más natural es un garito? ¿Que en un escenario con butacas no arañan de la misma manera? Es probable, pero ejercieron de sobra su labor como teloneros.
Sonó “Reverence”, de The Jesus and Mary Chain, y con media sala fuera o en el ambigú salieron los cinco miembros de Toy (foto inferior). “Fall Out Of Love” puso sobre el tapete todas las virtudes (y también algunas limitaciones) del grupo inglés: una avalancha noise de nueve minutos, un cóctel donde caben tanto el shoegaze como pinceladas krautrock y espíritu indie. Un ovillo de ruido tan atractivo como difícil de desenmarañar donde el bajo sonaba más alto de lo debido y la voz de Tom Dougall se perdía en una nebulosa noise. En los momentos instrumentales, con todos los músicos tocando a la vez, la pegada de Toy es incontestable; les faltó equilibrar un poco la balanza para bajar de revoluciones y ofrecer un set más variado.
Hubo alguna que otra concesión melódica que no pudimos apreciar como es debido (“I´m Still Believing”, “My Heart Skips A Beat”), siguen cerrando sus conciertos con “Join The Dots” y pasan olímpicamente de rescatar su primer éxito, “Lose My Way”. Con Toy no se negocia: conciben el directo para llegar, no decir ni mu, tocar lo más alto y fuerte posible y marcharse a casa. Esta lección la tienen bien aprendida.
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