El Rock Fest Bcn celebró su cuarta edición consolidado como la cita ineludible de Barcelona para los fans del hard rock y el heavy metal. Un festival que ha mejorado visiblemente en prestaciones –las grandes extensiones de césped artificial han supuesto un gran acierto– y al que podemos poner pocos “peros” –acaso el solapamiento de sonido entre dos de sus escenarios–. En cuanto a la programación, como es habitual, una retahíla de grandes clásicos –esta vez incluso de varios pioneros, de Deep Purple a Alice Cooper o Aerosmith–, que también incluyó destacables conciertos de referentes extremos como Emperor, Sodom o Carcass.
Viernes 30 de junio
Entramos en el recinto al compás del enérgico hard rock de los daneses Pretty Maids, en su línea habitual; es decir, potentes y armónicos a partes iguales y con un gran show en el que Ronnie Atkins y Ken Hammer presentaban su nuevo “Kingmaker”. Destacaron piezas nuevas como “Bull’s Eye”, con bastante público valiente bajo el intenso sol de las tres de la tarde en el escenario Stage Rock. El riff de “Red Hot And Heavy” marcó el momento culminante de un concierto con mucha clase. Por suerte había llovido la madrugada anterior, lo que refrescó algo el ambiente e hizo más soportable las primeras actuaciones de la parrilla.
Al mismo tiempo, la Rock Fest Tent, la carpa ubicada en uno de los laterales de los gemelos escenarios principales, acogía la descarga arrolladora de Decapitated, quienes arrancaron fervorosos aplausos (y extremidades y cabezas –es un decir-) con su death metal extremo destroza-nucas. Los polacos tienen a punto su nuevo trabajo, “Anticult”, que probablemente esté ya en las tiendas cuando leas esta crónica. Les sucedieron Ensiferum, quienes compensaron su notable retraso con un hipervitaminado vademécum de metal vikingo épico, potente y festivo, con pinturas de guerra y folk nórdico –con acordeón–. Inesperadamente, una de las mayores comuniones con el público vistas en esta edición.
Destacar de los suecos Eclipse a su frontman y cantante Erik Maternsson, quien puede hacer prácticamente lo que le dé la gana encima de un escenario. Durante su actuación se hizo patente, como decíamos, uno de los pocos inconvenientes del evento: la interferencia del sonido de los escenarios grandes en la carpa, en especial en las pausas entre canciones. Un solape que rompió la magia en algún momento pero que, seguro, se solventará en próximas ediciones.
Paradise Lost, fieles a su dress code negro integral, salieron, desafiantes, a las cuatro de la tarde. Cuesta entender cómo un grupo de su trayectoria y calidad sigue tocando en esta franja horaria en la mayoría de festivales (al menos peninsulares). Una gran incógnita. Estrenaron setlist con una “No Hope In Sight” difícil de reconocer por su emborronado sonido, aunque pronto corrigieron el rumbo con “Pity The Sadness”, “One Second” (introducida por Nick Holmes, sutil e irónicamente, con un “esta canción fue escrita en invierno”), “Hallowed Land”, “As I Die” o unas finales “Beneath Broken Earth” y “Last Time” muy serias. Ahora que han vuelto al mejor gothic doom harían bien en desprenderse de temas regulares que siguen defendiendo en directo como “Faith Divides Us, Death Unite Us”.
Soziedad Alkoholika, por su parte, dejaron claro que siguen sin apenas rival en lo suyo. En la primera parte de su show encadenaron muchos temas nuevos, de perfil más hardcore, en especial de su reciente “Sistema antisocial”, para, superado el ecuador de su concierto, invitar al escenario a Guillermo Izquierdo de Angelus Apatrida (por cierto, los de Albacete protagonizaron una espectacular y brutal descarga horas antes). En su recta final, los de Vitoria recuperaron piezas pretéritas con más groove y punk metal, de “Palomas y buitres”, “La aventura del saber” o “Ratas” a las más antiguas “S.H.A.K.T.A.L.E.” –de explícita letra y dedicada “a todos los peperos”- o la no menos virulenta e incorrecta “Nos vimos en Berlín”.
Abbath protagonizó uno de los mejores shows de la primera jornada. Antes de atacar la primera nota, su líder se paseó por el escenario escupiendo llamaradas por la boca cual faquir. Un golpe de efecto circense que enlaza muy bien con su faceta de showman, sin duda la más pronunciada de todos los grupos de black metal. Ningún impedimento para tomar muy en serio su propuesta, que, si bien arrancó con un sonido bochornoso (“To War” parecía una auténtica cacofonía), fue mejorando hasta brindarnos momentos de auténtica lujuria: de la épica “Winterbane”, con desarrollo y espíritu, a su manera, hard rockero, a piezas de Immortal como “One by One”.
Queensrÿche fue una de las bandas más clásicas del primer día. Con Todd la Torre al frente, vienen convenciendo a la mayoría de sus fieles desde hace ya cinco años. Y es que escuchar temas de “Operation: Mindcrime” como “The Mission”, “Eyes Of A Stranger” o “Revolution Calling” sigue poniendo los pelos de punta, del mismo modo que ese gran himno que es ya “Queen Of The Reich”, a pesar de la ausencia de Geoff Tate. Qué bonito habría sido que hubiese subido al escenario antes de cerrar esa misma noche como colaborador de Avantasia.
Con Krokus la sorpresa fue máxima. Con el disco de versiones “Big Rocks” bajo el brazo, demostraron que en directo hacen lo que quieren (esa “Rockin’ In The Free World” de Neil Young), pero es cierto que teniendo tantos buenos discos y temas publicados desde los setenta quizás no fuera necesario tirar de tantas covers... por mucho que nos guste oír su revisión de “American Woman” de The Guess Who. Con un look de piratas glam con brillantina que podría inducir a error, Running Wild presumieron de tablas infinitas, sonido potente y un frenesí acelerado de heavy corpulento y aerodinámico. Tras un arranque sin concesiones, sus temas huracanados se mezclaron con llamaradas, pirotecnia y surtidores de humo para disparar cañonazos tan efectivos como “Riding The Storm” que compensaron un aburrido solo de batería.
Tras la pieza central de “2001: Una odisea del espacio” a modo de intro, cerraron la noche Avantasia con desfile de cantantes como Bob Catley, Jorn Lande, Ron Atkins y, toda una sorpresa, Geoff Tate, expulsado de Queensrÿche en 2012, quienes tocaron solo unas horas antes. Una lástima que no se reconciliaran, aunque solo fuera por una noche.
Sábado 1 de julio
Tras un primer asalto con tanta acción, el sábado empezaba demasiado temprano. Muchos honorables voluntariosos se congregaron poco después del mediodía para ver a Ronnie Romero y su banda, los madrileños Lords Of Black. Desde que Ritchie Blackmore eligiera a Romero para sus Rainbow, el grupo está en boca de todos y, viendo su actuación, no nos extraña en absoluto. Su concierto funcionó y esa cover de “Neon Knights” de Black Sabbath reafirmó lo que ya pensábamos de este tremendo vocalista.
A José Carlos Molina y sus Ñu les vimos solo unos breves instantes, pero se vio a sus fans disfrutando mientras otros llenaban la zona de comida. Lo de Dirkschneider no tenía margen de error, ya que su setlist fue generoso en temas de su época en Accept. Un recuerdo de su época de gloria, o, mejor dicho, de parte de ella, ya que sin Wolf Hoffmann, las canciones pierden parte de su esencia más heavy metal. Una lástima que no dedicase algo de tiempo a temas propios de UDO, aunque eso sólo lo pensemos nosotros y cuatro fans más.
Lo de Sodom fue de otra liga y, sin duda, supuso uno de los conciertos extremos más destacados de todo el festival. Con una actitud y sonido perfectos, Tom Angelripper, junto a Bernemann y Makka, consiguen que la máquina de thrash metal teutónica se engrase y funcione a la perfección. Escuchar cortes como “Outbreak Of Evil”, “Agent Orange”, “Sodomy And Lust”, “Ausgebombt” o el más nuevo “Rolling Thunder” nos dejó sin aliento. Si encima atacan “Iron Fist” de Motörhead para rendirle homenaje a Lemmy junto al guitarrista de Bömbers, no hace falta añadir mucho más. Justo lo contrario de lo que sucedió con Gotthard: una excelente banda pero cuyo cantante Nic Maeder, sustituto del fallecido Steve Lee, no logra que la magia del grupo quede algo disipada. La versatilidad vocal de Lee era única, tal como evidenció una “Heaven” a modo de homenaje. Eso sí, escuchar el “Hush” de Deep purple dos veces la misma noche fue, cuanto menos, curioso.
Jeff Walker, líder de Carcass, estuvo en la pasada edición del Rock Fest Bcn tocando en las filas de Brujería, paseando por el festival y haciéndose fotos con los fans. Debió gustarle la experiencia, porque el concierto de Carcass ha sido de los mejores de esta edición. Referentes del death metal, división goregrind, los británicos salieron con ganas y aplomo, y gozaron de uno de los mejores sonidos de la jornada. Brutales, técnicos y con un punch grueso y contagioso, combinaron clásicos –propios y de todo el género– de su época “Heartwork” con pequeñas joyas de su más groovero death rock como “Keep On Rottin” o “Black Star” aderezadas con vídeos de autopsias; un material ideal mientras uno engulle unos noodles o un bocadillo de churrasco.
Blue Oyster Cult arrancaron justo cuando una repentina tormenta provocó una desbandada masiva hacia las carpas más cercanas. Por suerte, la lluvia duró poco y muchos otros resistieron bajo la lluvia como si nada. Raros de ver por aquí, la banda se presentó como es debido: “Hemos venido desde Nueva York solo para haceros esta pregunta: ¿estáis preparados para el rock’n’roll?”, a la que el público respondió con un clamor generalizado y los puños en alto desafiando las inclemencias del tiempo. De “Transmaniacon MB” a una “Cities On Flame With Rock And Roll” entre americana y sabbathiana, pasando por “Tattoo Vampire” o su popular “(Don’t Fear) The Reaper” coronada por un solo de guitarra desenfrenado.
Con Emperor llegó, para muchos, uno de los momentos más esperados del festival. Pilares del black metal y del metal extremo en general, los noruegos repasaron íntegro su celebrado segundo álbum, “Anthems To The Welkin At Dusk”, de 1997, del que ahora se cumplen veinte años. Hace tiempo que Emperor, a diferencia de Abbath, no lucen ninguna de las variedades del maquillaje corpsepaint característico del estilo. Su cantante Ihsahn parece más bien un intelectual, con sus gafas de pasta, el pelo recogido en una coleta y su arreglada barba, pero cuando arrancó la actuación descubrieron su verdadera naturaleza, más acorde con la de una apisonadora demoledora, una maquinaria perfecta de destrucción, blastbeats, destellos sinfónicos y solemne brutalidad aderezadas con llamaradas verticales cuyo calor se notaba a decenas de metros del escenario. Tuvieron tiempo de incluir en su setlist tres temas de regalo: “I Am The Black Wizard”, “Inno A Satana” y “Curse You All Men”. Magistrales.
Y llegó el turno de unos clásicos entre los clásicos. Reverencia y pleitesía absoluta. Deep Purple obraron con el oficio y la calidad que se le presupone a toda banda de su trayectoria. Sin ellos probablemente no existirían festivales como el Rock Fest Bcn, básicamente porque no existirían muchas de las bandas que conforman año tras año su cartel. Los de Ian Gillan, a diferencia de tantas otras formaciones de su generación, quisieron reivindicar su material más fresco, algo que les honra de forma especial. Así, no se ciñeron a la pura nostalgia, abriendo con la nueva “Time For Bedlam” y combinando cortes pretéritos (“Fireball”, “Bloodsucker”, “Strange Kind Of Woman”) con canciones recientes (“Johnny’s Band”, “Uncommon Man”). Steve Morse se mostró contenido y virtuoso a las seis cuerdas, aunque la sombra de Blackmore siga ahí; y Don Airey se marcó un largo solo de teclado con la curiosa inclusión de un fragmento del “Mr. Crowley” de Ozzy Osbourne y otro del himno de Catalunya “Els segadors”, un momento muy aplaudido que enlazaron con “Perfect Strangers” y una recta final desarmante con “Smoke On The Water” (himno rockero donde los haya, ¿quién no ha probado de sacarlo a la guitarra?), y unas electrizantes “Hush” y “Black Night”. Tras semejante despliegue, uno espera que su “The Long Goodbye Tour” sea eso, largo.
Pero aún quedaban dos platos fuertes antes de la retirada. Para empezar, el de Sir Alice Cooper, que sigue ofreciendo intensos shows como si el tiempo no pasara para él ni se planteara ningún retiro. Abrió con la contundente “Brutal Planet”, que abre su disco homónimo del año 2000, y con sus riffs de corte cuasi thrash, para centrar el resto de su set en clásicos que transitan del glam al hard rock y del AOR al heavy: “No More Mr. Nice Guy”, “Under My Wheels”, “Lost In America”, la sombría “Welcome To My Nightmare” o una “Poison” salpicada de brillantina y coreada hasta la afonía. Su competente formación actual, de la que destacaron los guitarristas Tommy Henriksen y, en especial, Nita Strauss (The Iron Maidens, LA KISS, Femme Fatale) arropó al cantante en una primera mitad muy rockera que dejó paso a una segunda parte del genuino shock rock que Cooper definió durante los setenta, con batas de médico ensangrentadas, camisas de fuerza, muñecas, cuchillos, sillas eléctricas, monstruos gigantes de cartón piedra (en “Be My Frankenstein”, muy parecido al mítico Eddie de Iron Maiden). En su recta final, una guillotina “decapitó” al propio Cooper, que renació con un brillante traje dorado para interpretar con inusitada energía una “I'm Eighteen” resplandeciente –eso sí, con un palo de micro con forma de muleta, ¿ironía?–. El final, apoteósico, correspondió a una “School's Out” con burbujas de jabón, pelotas hinchables de colores y Joe Perry de Aerosmith como guitarrista invitado que intercaló un fragmento de la líricamente afín “Another Brick In The Wall, Pt. 2” de Pink Floyd. Mágico.
Y cerrando la noche de clásicos, Saxon, repetidores del festival y estandartes de la New Wave Of British Heavy Metal en esta edición. Con vidrieras de iglesia y pebeteros con fuego como fondo, los de Biff Byford se mostraron sorprendentemente en buena forma, desgranando decibelios y pegada al ritmo de proyectiles de largo alcance como “Crusader”, “Motorcycle Man”, “Dogs Of War”, “Heavy Metal Thunder”, “Wheels Of Steel” o las finales “Denim And Leather” y “Princess Of The Night”.
Domingo 2 de julio
La tercera y última jornada del festival arrancó para nosotros con Rage, a punto de publicar su nuevo disco “Seasons Of The Black” y de cuyo alter ego Refuge pudimos disfrutar hace un par de años en este mismo festival. Peavy Wagner continúa igual de bien y la banda cumple con creces lo que promete. Siempre es un lujo poder ver en directo a Black Star Riders, algo así como una banda paralela de Thin Lizzy y con Scott Gorham haciendo lo que más le gusta: puro rock and roll. Aquí se rodeó de Ricky Warwick a las voces y clásicos atemporales de Lizzy como “The Boys Are Back in Town” o “Whisky In The Jar”. Turno para Hammerfall con el vocalista Joacim Cans y el guitarrista Oscar Dronjak al frente, con el primero aprovechando la larga plataforma preparada para Aerosmith para acercarse a las primeras filas. Himnos como “Let The Hammer Fall” o, sobre todo, “Hearts On Fire” siguen funcionando, y Oscar blandió su “guitarra martillo” ante una entregada audiencia.
En cuanto a Sepultura, nos podríamos remitir a la crítica del pasado concierto con Kreator en Barcelona, pero esta vez quizás no les haría justicia, ya que Andreas Kisser y Paulo Jr. se mostraron mucho más centrados y entregados. Aún así, reiteramos lo mismo: temas clásicos como “Desperate Cry” o “Inner Self” han perdido alma, y no por culpa del cantante Derrick Green, sino porque ya nada suena como antaño ni transmite lo mismo. Una verdadera lástima, pese a que temas como “Roots Bloody Roots” u otros más nuevos como “I’m The Enemy” sonaron con músculo e hicieron pasarlo muy bien a su público.
Thunder llegaban con su formación de siempre, algo que, en época de cambios de alineación casi por sistema, cuando no de concatenación de mercenarios, se nota y mucho. Los británicos dieron una lección de clase y buenas vibraciones con su hard rock de aura clásico. “Sé que estáis cansados, pero me importa un carajo”, bromeó su cantante Danny Bowes en referencia a los tres días acumulados de festival. Un cansancio que los australianos Airbourne nos sacudieron de un guitarrazo, irrumpiendo como una locomotora descarrilada, un cohete a propulsión de energía estratosférica comandado por un acelerado Joel O’Keeffe que parece debatirse, por sus carreras sobre las tablas, entre referentes escénicos que van de Angus Young a Mike Muir. Ya sea corriendo por el foso, tirando la guitarra al suelo o lanzando arengas cerveceras, O’Keeffe contagia entusiasmo y despacha con solvencia salvas de rock directo –y algo previsible, dicho sea de paso– como “Too Much, Too Young, Too Fast”, “Live it Up” o “Runnin Wild”.
Alter Bridge, sin duda, se han labrado un nombre propio en la escena hard rockera internacional. Con sus melodías de rock genuino bañadas en guitarras metalizadas posgrunge han logrado forjarse un nombre propio, gracias, en buena parte, a su rotundo directo, con temas tan poderosos como “Isolation”, y, en otro porcentaje no menos importante, por la voz de Myles Kennedy, notable en registro y modulación, y que admiramos por su trabajo junto a Slash. Sin embargo, como ocurre con otra banda con una fiel y creciente legión de seguidores como Volbeat, su propuesta resulta a menudo lineal y carente de chispa.
Se acercaba el final de la maratón y el folk metal medieval de los festivos In Extremo, con gaitas y acento alemán en alegre convivencia, coincidió con el concierto de Europe, quienes repetían tras la buena experiencia del año pasado. Los de Joey Tempest se mostraron algo anquilosados aunque más potentes de lo que cabría esperar, precisamente por su interpretación de endurecidas piezas recientes como “War Kings” o “Hole In My Pocket”. Los suecos no son ni mucho menos unos one hit wonder, con una decena de discos de estudio, pero hasta el último fan del metal más extremo bailó con “The Final Countdown”. Tempest se despidió con la frase "gracias por todos estos años"; una frase que resume bastante bien la esencia del hard rock y el heavy metal: perseverancia y fidelidad. Aquí no hay modas ni se las espera.
Por otro lado, lo sucedido con Exciter en la Rock Tent fue impresionante. Metal por las venas, tachuelas y melenas al aire en las primeras filas, sin móvil en las manos casi en todo el concierto y un grupo totalmente entregado antes la horda de "trves". Su sonido era perfecto y solo molestaba que entrase parte del concierto de Rosendo en las pausas entre tema (con todo el respeto a Rosendo y su música). Por fin escuchamos "Heavy Metal Maniac" en directo con Dan Beehler a la batería y a las voces haciendo aún más grande el nombre de esta banda de speed metal.
Y llegó el cierre de esta cuarta edición, con unos Aerosmith pletóricos. Otra banda que, como Purple, se va –o afirma que se va– y lo hace crecida y en mejor forma que diez años atrás. Abrieron con un vídeo que combinó la épica de “Carmina Burana” con imágenes de la trayectoria del grupo enlazadas con las de la evolución de los reproductores musicales, del vinilo al MP3 y el streaming –otra vez la superación de modas–. Acto seguido, los de Boston estrenaron repertorio a toda mecha con “Let The Music Do The Talking”, toda una declaración de intenciones, extraída de “Done With Mirrors”, para construir un setlist centrado en la segunda mitad de los ochenta y buena parte de los noventa. Así, se sucedieron una “Love In An Elevator” cuya reacción entusiasta del público arrancó sonrisas de la banda; una “Nine Lives” de afinación excepcionalmente extraña; “Livin’ On The Edge” o “Rag Doll”. Con un Steven Tyler magnífico en el apartado vocal, ataviado con gafas de aviador, pañuelos brillantes, bigote y sombra de ojos; y un Joe Perry dispensado riffs de guitarra a mansalva sin dejar de mascar chicle, se vio a los antaño denominados toxic twins muy centrados y disfrutando sinceramente del concierto. Hubo tiempo, por supuesto, para algunas de las power balads que les procuraron una segunda juventud en los noventa, como “I Don’t Want To Miss A Thing” o “Cryin’”; así como para repasar influencias, del blues rock de Fleetwood Mac –unas “Stop Messin’ Around” y “Oh Well” en las que Perry tomó las riendas– a The Shangri-Las –“Remember (Walking In The Sand)”– o The Beatles –“Come Together”–. ¿Más? Por supuesto: “Sweet Emotion”, una potente “Eat The Rich” o una festiva “Dude (Looks Like A Lady”). Y para la despedida (definitiva o no), dos bises imbatibles: “Dream On”, con Tyler en un piano de cola blanco y luciendo registro vocal en un emotivo clímax de vello de punta; y una “Walk This Way” coronada con confetti que acentuó nuestra sensación de haber presenciado el concierto histórico de una de aquellas bandas que encarnan como pocas el concepto de rock star. ¿Último suspiro? Más bien pareció un huracán. ¡Aero-Vederci Aerosmith (y Rock Fest)!
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