Días antes del señalado evento se rumoreaba que la final de la Champions League iba a hacerle dura competencia al esperadísimo y potente anticipo del festival madrileño. Y eso que contaba con la exclusiva de los norteamericanos Green Day interpretando en su integridad sus dos álbumes más celebrados, “Dookie” y “American Idiot”, que cumplen treinta y veinte años respectivamente. El impacto nostálgico estaba asegurado.
Viendo las colas kilométricas poco antes de que empezara la jornada a primera hora de la tarde, aquel absurdo de la final era uno de esos bulos (no sé si maliciosamente interesados) que se propagan por el foro. Puede que el fútbol se haya convertido en ese deporte de masas en el que juegan dos y siempre gana el Real Madrid -así que no conviene contraprogramar al equipo galáctico de Florentino-, pero el punk rock en sus distintas variantes sigue ejerciendo un poder de atracción incombustible. A cada cual lo suyo. Road To Río Babel se saldó con ambiente festivo, algunas colas para beber y cenar, y un derroche de energía musical coronado por los californianos.
Y los asistentes -algunos luciendo camisetas vintage del Madrid-, seguía entrando de buen rollo al recinto cuando empezó el evento, bajo el sol espléndido de un día no tan tórrido como podría haberse temido. Las hermanas británicas Maid of Ace se encontraron ya con una parroquia numerosa y entregada, que disfrutó mucho de su rock asilvestrado que bebe de fuentes tan recias como podían hacer en los noventa unas Babes in Toyland. El volumen atronador prometía que su set iba a ser el más contundente de la tarde…y así fue. Todo el mérito para ellas.
Tan salvaje y macarra fue lo de las hermanas de Hastings, que el punk ska de buen rollo y limpia ejecución de los californianos The Interrupters se me hizo un poco académico, versiones de Bob Marley y Billie Eilish incluidas. Esto no fue obstáculo para que pusieran a bailar al personal, gracias a su contrastada pericia instrumental y la voz y presencia escénica de su cantante Aimee Allen.
Emlan fue la primera apuesta nacional de la tarde: el joven compositor catalán desplegó sus melodías de “chiclepunk” acompañado por banda y una escenografía que incluía una pequeña rampa con skater grafitero, entrañable guiño a la vieja escuela. Más tarde, en el mismo escenario, otra banda local, 30s40s50s pondría en escena una versatilidad que les hace transitar con soltura de los riffs de rock clásico al hardcore, el indie y hasta pinceladas psicodélicas y de metal, con la voz de Bely Basarte y la debilidad por los noventa unificando todo.
The Hives - Foto de Ainhoa Laucirica
El escenario Johnnie Walker iba a albergar a The Hives tras la irónica liturgia de la marcha fúnebre. Los suecos disfrutan de una especie de segunda juventud, y serían capaces de poner a bailar a un muerto: quizá venga por ahí lo de su sintonía. No sólo tienen una colección de riffs y canciones imbatibles, sino que interpretan su material poniendo todo -y cuando digo todo, es el cien por cien- con precisión nórdica y pasión mediterránea. Sin proyecciones, fuegos artificiales, ni alharacas. La única concesión en su puesta en escena fueron, como siempre, los comentarios en español macarrónico de Howlin´ Pelle Almqvist, el frontman más simpático del mundo, que volvió a darse un baño de masas, agradeciendo el entusiasmo a los “35.000 madrileños” acompañado al final por el resto de la banda y sus misteriosos roadies vestidos de ninjas.
El problema de tocar después de un grupo en estado de gracia como The Hives es que, a poco que te descuides, con temazos volcánicos como “Main Offender”, “Hate To Say I Told You So”, “Walk Idiot Walk” o “Countdown To Shotdown” , te roban el show. Aunque eso también puede servir de estímulo. Precedidos por los compases de Queen, Ramones, la marcha imperial de “El imperio contraataca”, y un conejo despistado -a medias del bolo, un enorme avión hinchable sobrevolaría al público-, apoyados por el imponente diseño del escenario -una interminable colección de pantallas de amplis iluminadas-, con proyecciones, llamaradas explosivas (y hasta tres músicos de apoyo, ejem), Green Day se dedicaron a hacerle justicia a sus canciones. Las ejecutaron con solvencia, garra y buen sonido. Era lo que todo el mundo esperaba. Y más con semejante despliegue.
A los de California no les faltan ni melodías ni estribillos, un juvenil Billie Joe Armstrong, sobrado de voz, parece haber hecho un pacto con el Diablo, y los tres dieron otra lección de entrega y profesionalidad. Bonito detalle que él y el bajista Mike Dirnt sacaran en la parte de “Dookie” los mismos instrumentos que exhibían en la época… Fueron nada menos que 35 canciones, los dos discos enteros prometidos, junto a material de su nuevo álbum “Saviors” (incluyendo su nuevo hit “Dilemma”) y de otros álbumes. El bonito final con Billy interpretando solo “Good Riddance (Time of Your Life)” prueba que sus canciones han pasado el test más exigente, el del tiempo.
Foto de Mariano Regidor
El profundo calado de canciones como “Basket Case”, “When I Come Around” o “American Idiot” se mide en el amplísimo rango generacional de sus fans, que vivieron una noche memorable -especialmente, la chica que subió al escenario- dentro de un show tan ágil, espectacular y competente como despojado de cualquier peligro mugriento asociado al punk primitivo. Pero, ¿quién quiere peligro a estas alturas en que se venden camisetas a cuarenta y cinco euros y todo está milimétricamente medido?
De recordarnos un poco el imprevisible caos original de la escena californiana se iban a encargar Lagwagon, cuyo hardcore old school, un poco lastrado por el sonido, congregó a un respetable grupo de fieles al otro lado del recinto. La gran mayoría ya salían de la Caja Mágica con el buen sabor de boca de las más de dos horas de Green Day -aunque el metro no pudo absorber la avalancha, y la vuelta al centro se hizo un calvario para bastantes-, y quién sabe si a celebrar lo del Madrid. Que una cosa no excluye la otra. Se trata de seguir bebiendo de la fuente de la eterna juventud.
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