Doble cartel de lujo para los amantes del metal (y más allá) que aumenta aún más el nivel medio de los conciertos del género que estamos viviendo en esta recta final del año. High On Fire y Meshuggah: dos modos de aproximarse al metal muy distintos pero que encajaron a la perfección; desde la torrencial, macarra e irrefrenable tormenta de riffs de los primeros hasta el preciso, asfixiante y futurista clinic de los segundos. Los de Matt Pike abrieron al trapo con su incombustible y devastador formato de power trio y una sacudida inconfundible que sonó infinitamente mejor que en anteriores enfrentamientos: “The Black Pot” y “Carcosa” resquebrajaron nuestros tímpanos; “Rumors Of War” y “Slave The Hive” -todas de su último “Luminiferous”- nos retorcieron el pescuezo; la más melódica “The Falconist” nos dio un breve respiro rebajando el tempo en mitad de la contienda; mientras que la furibunda “Fertile Green” y el cierre épico con “Snakes For The Divine” nos dejaron con ganas de más.
Pero necesitábamos energía para resistir el embate de Meshuggah y su turbulento viaje sideral hacia los confines del metal. Experimentales, insondables, aparentemente fríos pero con un groove monstruoso, los suecos son toda una institución más allá de etiquetas; no resulta anecdótico, por ejemplo, que los dos miembros de Za! estuvieran vibrando a mi lado con la abrumadora polirritmia de la banda. Un lanzamiento que alcanzó rápidamente la estratosfera con la compleja “Clockworks", coronada por unas sirenas lumínicas que nos trasladaron a una Nostromo en plena cuenta atrás para la autodestrucción. Le siguieron el riff aplastante de “Born In Dissonance”, también de su último “The Violent Sleep Of Reason”, y algunas piezas de su anterior “Koloss” (“Do Not Look Down” y sus esquemáticas y contagiosas guitarras, la vertiginosa “The Hurt That Finds You First” o “Demiurge”). Especialmente celebradas fueron sus recuperaciones de “ObZen”: “Dancers To A Discordant System” nos alcanzó a la altura de la órbita jupiteriana; “Bleed” aceleró la marcha rumbo al perímetro galáctico; y la final “Future Breed Machine”, de su clásico de 1995 “Destroy Erase Improve”, nos adentró definitivamente en un salto temporal dimensional a varios años luz de aquí, del que regresamos, en tan solo una fracción de segundo, tan aturdidos como evolucionados.
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