La figura de Richard Hawley es imponente. Continúa siéndolo, casi un cuarto de siglo después de su debut, en base a discos todavía dotados de sentimiento y una presencia carismática fuera de toda duda. El de Sheffield presentaba su entrega más reciente, “In This City They Call You Love” (BMG, 24), en una gira española de cuatro fechas que tenía su penúltima parada en una sala But de Madrid que rozó el lleno. Un tour presentado con el siempre recurrente título de “An Intimate Evening With Richard Hawley”, o lo que es lo mismo, con el vocalista prescindiendo de banda. Sin grupo de acompañamiento, aunque no en solitario, pues Hawley se hace acompañar de Shez Sheridan, su guitarrista de confianza ejerciendo también como puntual complemento tras el micrófono.
Ante un respetuoso silencio (pedido, eso sí, explícita e insistentemente mediante carteles y la pantalla del escenario antes del comienzo), el británico hizo un repaso por su discografía, repartiendo repertorio entre clásicos de su generosa trayectoria (“Tonight The Streets Are Ours”, “The Sea Call”, “Standing at the Sky's Edge”, “Just Like Rain”, “Something Is...!”, “Lady Solitude” o “Heart of Oak” entre otras) y piezas nuevas que ganaron en su versión sobre las tablas (“’Tis Night”, “Prism in Jeans” o una “Heavy Rain” espectacular). Hawley cumplió con ciertos supuestos inherentes a su nombre, tejiendo una bonita elegancia emocional de aspecto pulcro que sirvió como argumento de toda la actuación. La complicación viene cuando a un artista se le exige un desgarro emotivo inmutable a lo largo de noventa minutos y, en la práctica, éste resulta intermitente. Puede parecer, entonces, que la propia experiencia no ha terminado de cristalizar en su forma óptima. Las dichosas expectativas, en definitiva.
En el caso del ex Longpigs, el escollo no señalaba al ritmo ralentizado de unas canciones impecables que toleran todo e incluso agradecen esa pausa adicional; tampoco parece versar en torno al sonido, impecable en todo momento. Sin embargo, la intensidad de la velada no alcanzó los niveles ansiados (al menos, no en todo momento), renunciando a una continuidad que se antojaba determinante. Podría decirse que Hawley estuvo agradablemente comunicativo y agradecido, pero no es menos cierto que esa cercanía en forma de charla supone una ruptura con el ambiente austero que parece reclamar el propio formato. Tampoco los virtuosos punteos de Sheridan suman, en un soporte que ni se antoja necesario ni tampoco favorece (en muchos momentos) a la ejecución. Hawley ha decidido poner en primer plano a las propias composiciones, apostando por la sobriedad de lo acústico. Y los adornos, por muy bien desarrollados que estén, pueden llegar a sobrar. La voz grave de Hawley sigue emocionando, por supuesto, pero resuena algo más sumisa entre las formas elegidas y, para bien o para mal, desplaza el perfil de crooner fuera del foco principal.
Richard Hawley y su escudero firmaron un buen concierto, alejado de cualquier sospecha y con picos rayando al nivel ansiado (la preciosa “For Your Lover Give Some Time” ya en los bises, entre ellos). Todos y cada uno de los reencuentros con el autor (y al margen del envoltorio) quedan sellados en base a la satisfacción y agradecimiento mutuo. Su obra intachable y una marcada personalidad creativa son activos demasiado valiosos y determinantes como para que quepa otro resultado. Aunque, en esta ocasión, el formato reclamase a voces un entorno más acorde. Del tipo, por ejemplo, de un acogedor teatro en el que, a buen seguro, hubiera brotado a horcajas aquella magia específica de otras ocasiones que la pasada noche “sólo” se intuyó.
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