Los Revel in Dimes tienen la alegría escondida en el nombre; la melancolía, tatuada en la piel; y el coraje para convivir con ambas en un lenguaje que hablan, a partes iguales, con su música y con sus propios cuerpos. Voy a explicarme mejor: casi al final del concierto, Kia Warren, vocalista de la banda, quien en todo momento intentó confraternizar en castellano, dijo algo que pasó desapercibido pero, en mi cabeza, que llevaba un carro de canciones intentando encontrarle significado a lo que estaba pasando sin conseguirlo, se encendió una bombilla: “… estaremos por aquí y… si quieren conversar, do it!, you know what I mean.” Y se echó a reír nerviosa.
Conversar. Digamos que casi la mitad de las canciones que cantaron parecían eso, una conversación. A veces, rota por la mitad; en otras ocasiones, delirante, o atormentada, o enérgica. Juguetona como la que deletreó Chris “Premo” Waller, el bajista. Pero conversaciones. Iban dirigidas a alguien; acompañadas de interlocuciones… o no; si no había un nombre propio, tiraban del clásico “baby”. Muchas veces, hacían referencia al hogar, o un hogar; volver a casa, qué casa, daba igual. La de todos: la música. Sus canciones parecían eso, conversaciones caseras: vulnerables, humanas, reales; no eran diálogos de película, estribillos de canciones de éxito.
Que Kia Warren quisiera luego hablar con nosotros, me hizo verlo más claro. Esa sensación de deseo primitivo en busca de conexión no solo está en sus letras. También emana en la plasticidad de la banda, en su rugosidad: la turbia esencia de todas sus canciones, sin repujar, ásperas como un portazo de silencio cuando no sabes, precisamente, terminar una conversación. Quizás por ello, todas sus canciones parecían repentinas e impredecibles, recién salidas de las entrañas. Estallaban en el medio, al final, o no lo hacían, y obligaban a que el respetable permaneciera allí de pie, esperando a ver cuándo les iba a despertar el hipnotizador con un chasquido de dedos.
En esta banda, todos cantan, todos conversan. Un bajista que toca el bajo como un guitarrista, un guitarrista sin púa que pellizca y acaricia las cuerdas como un bluesman, una cantante que canta himnos para laicos y devotos, y un batería que sabía aplicar el bombo y los timbales para todo tipo de ritmo, porque también conversan los géneros gracias a su música, y aquello pasa del blues al garaje, del soul al punk, sin que te dé tiempo a darte cuenta de que parece que has escuchado a varias bandas distintas en un único concierto de poco más de una hora.
Son una dama del Mississippi bailando descalza en un tugurio donde suena, a toda ostia, The Gun Club. Son eso: naturalidad y sueño, la densidad del barro donde se te entierran los tacones mientras bailas y lo efímero de un momento de trance donde pareces perder la gravedad y la vulgaridad.
Yo, al final, no hablé con Kia Warren, pero si quieres hablar conmigo de esto, encantado. Nos ponemos el disco que presentaban, homónimo, y verás cómo nos pasa como a ellos que no les ha hecho falta título… y a nosotros no nos hacen falta más palabras que una: música. Esa energía oscura y misteriosa que te permite conversar con alguien, contigo mismo quizás, para convencerte de que entiendes por qué merece la pena el coraje que da la alegría y la melancolía de vivir.
Fue, por cierto, un Rabba Rabba Hey! más para la vitrina de trofeos del Satélite T y la presentación bilbaína del MUWI Rioja Fest que se celebrará a finales de agosto en Logroño. Por eso, se repartieron por allí rabas y merchandising del festival, pero, sobre todo, lo que se repartieron fueron recuerdos para la próxima. Te aviso ya, cuando vuelvan los Revel in Dimes por aquí, si vas, van a ser muchos los que te recuerden lo que te perdiste en esta ocasión.
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