Se suele decir que después de la tempestad llega la paz. Por contra, el norteamericano Alan Sparhawk invierte el proceso natural: la calma chicha de Low, el proyecto de slowcore que defiende con su mujer, no saciaba su solapada vocación de guitar hero. Así que el de Duluth lleva un par de años resarciéndose al frente de Retribution Gospel Choir. El trío explota hasta la extenuación las posibilidades que ofrece el flujo voltaico. Por momentos, semejante baño de decibelios levanta sospechas de rabiosa canita al aire. Sparhawk repite en el flamante “2” la fórmula del autotitulado debut de su aventura paralela. Una propuesta sólida, vibrante y robusta moldeada en giras con Wilco y Meat Puppets. El presente tour español está sembrando respuestas de perplejidad ante la furia desatada del combo. No conceden tregua: constantes embates de alta tensión encienden la chispa del más muermo de la sala. Taumaturgia de pedalera, palanca y delay. Como el Neil Young de “Cowgirl in the sand”, Sparhawk saca música de las entrañas, la eleva y la deja suspendida en su propio eco. En cierto modo, retoma la esencia histórica de su sello, Sub Pop. Aguerrido, volcánico y limpísimo en la ejecución de su Gibson, el pelirrojo circunda el grunge embrionario. Tocando con los dientes, a lo Hendrix, si es menester. A diferencia del álbum, Retribution Gospel Choir se recrudecen en vivo. ¿Y sus secuaces? El baterista Eric Pollard encandiló al público con su convulsa expresividad. Cuando pedía paso, ese espectáculo torrencial adquiría visos de jazz-rock. Expansivo sostenimiento de notas, digitación incendiaria y una voz leonina. O sea, los componentes básicos de una tormenta eléctrica. Acabado el concierto, la gente de Granada resopló. Habían asistido a una liturgia fatigante.
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