Sabemos de quiénes estamos hablando. Habían ido a conciertos y se habían puesto pedísimo, pero ahora se irritan con la música demasiado alta, con la gente parloteando todo el bolo, con las dichosas fotos para las redes sociales. Se meten hasta con las pintas de los chavales, cuando ellos habían lucido zamarras de giras (¡de giras!). ¿Saben, no? El trap ya no les parece música y la electrónica murió en los noventa. Tener 40 años es una mierda a la altura de pasar la ITV. Pero hay que seguir circulando. Pero entrar en la edad de los primeros achaques, gracias a Dios, no siempre significa todo lo anterior.
Los hay que, al cumplir, mejoran. Los hay que pueden seguir teniendo una voz inaplacable, de bluesman clásico, como Robert Finley o seguir pinchando como los ángeles lo mejor del afrobeat, ya el baile es otra cosa, como el mítico productor DoX Martin; también hay géneros que, pese al paso del tiempo, pueden seguir fascinando, como el techno Detroit, sobretodo a manos de cirujanos como Charles Trees o Black Noi$e; y hay festivales que pueden coronarse como referentes de la vanguardia musical pese a ser decanos de los showcases en Europa.
El Rencontres Trans Musicales de Rennes celebró su 40 edición por todo lo alto el pasado fin de semana con un repaso a su amplia trayectoria estilística –electrónica, pop, funk o r’n’b– pero con especial interés por la batidora de sonidos orientales y del continente africano. El radar sur, sur-este, hace años que no falla en el Trans.
Del este: Al-Qasar y su psicodelia arabesca sorprendió. ¿Del gusto de Los Evangelistas? Del sur: mención de honor al live afro-funk de Péroké, el dúo francés retorció sonidos de origen senegalés y etíope en un Greenroom más gris que verde; la humareda del vapper se lleva aún en Francia, al parecer allí no llegó el mito sobre la explosión de sus baterías. El día de apertura, Candeleros, sexteto con músicos colombianos, españoles y venezolanos, sacaron a pasear un auténtico tanque afro-caribeño. Y en la jornada de cierre, Arp Frique se sirvió de afrobeat y afro-funk para embelesar. A ratos, se oyó incluso latin jazz. “Miami Vice” en Dakar.
Vurro
Todo lo afro fue caballo ganador en el festival. ¿Recuerdan el kuduro? ¿Recuerdan Buraka Som Sistema? Todo vuelve. ¿Puede eso mezclarse con sonidos de raíz africana? Pongo se quedó a gusto escupiendo ritmos de baile epatantes en constante crescendo. Kuduro progresivo se llama el invento, aderezado con EDM.
Y para invento, el de Vurro, un multinstrumentista español que, ataviado con cabeza de, claro, burro, se dedicó a homenajear el rock and roll más redneck. Él solito y su bombo. A veces más vale solo… Pero bien ensayado. Que se lo digan sino a Bruno Belissimo. El italiano no sería más que una burda copia de Giorgio Moroder, a ratos yendo de copas con Joe Crepúsculo, si no fuera porque su puesta en escena es explosiva. Loopers, teclados y bajo. Sinvergonzonería ochentera: “Pastafari”.
Los hubo con menos tino en los homenajes. A Brook Line, más francés que los moules, le tocó mala hora para desplegar su set techno el jueves (poco después de las nueve). Tarde se les hizo en cambio a The Naghash Ensemble, el primer grupo armenio programado en el Trans, en la medianoche del viernes. Sus bellas melodías vocales no arrastraron poco público, pero competían con una de las estrellas de la edición, el performer suizo –electro-pop todoterreno– Nelson Beer y después contra una de las grandes vencedoras del festival: Muthoni Drummer Queen, una M.I.A. de origen keniata, con un soundsystem atronador, y envuelta en brillante papel de plata.
A los platos de este Trans hubo de todo: Lyzza, la DJ más expresiva de la edición, fue del trap al acid; Atoem, que cerraron el jueves, se pusieron clasicorros y algo planos; y Gigsta caminó hacia una electrónica más mental. Lejos de la francesa Le Fraicheur, total espíritu rave, una traya que hizo temblar las metálicas paredes del Parc Expo, el antiguo hangar de Rennes donde se celebra el grueso de la programación. Y como sin rap no hay victoria en Francia, la joyita fue Diziz la Peste, funambulista que no tiembla sobre una fina línea de rimas pop y rock, a lo Macklemore & Ryan Lewis, mezcladas también con música de club o crunk.
En fin, hacerse mayor no tiene porqué ser la jodienda que nos han vendido. Ben Lamar Gay, que tampoco debe de andar lejos de alcanzar las cuatro décadas de vida, si no las ha pasado ya, se sirve de estilos del siglo pasado (blues, free jazz o soul) pero les añade una visión escéptica gracias al spoken word o la electrónica. Después de años de las más variopintas colaboraciones, “Downtown Castle Can Never Block The Sun” (Anthem Recording Company,18) es su último álbum y en directo es el desprejuicio hecho música. Corneta, sampler... Chaladura. Cuarentones del mundo, fíjense en este músico de Chicago, que no todo está perdido.
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