Faltó pimienta
ConciertosRed Hot Chili Peppers

Faltó pimienta

7 / 10
Don Disturbios — 08-06-2022
Empresa — Live Nation España S.A.U.
Fecha — 07 junio, 2022
Sala — Estadi Olímpic Lluís Companys, Barcelona
Fotografía — David Mushegain

De sobras es sabido que hay algo en el hincha que le nubla la razón. Esa pasión por los colores hacen que vuelvas  a casa contento si tu equipo vence, aunque haya realizado un mal partido, achicando balones fuera del área todo el rato. Lo importante es el resultado. Pues bien, algo de eso hay a la hora de pagar para ir a un macro-concierto de verano. Sabes que pase lo que pase en la cancha vas a salir contento. El precio pagado te obliga a ello sino quieres salir con cara de tonto. Un hecho que se une a la misma pasión que experimenta el hooligan y te nubla la capacidad de análisis. Discernir si lo que has visto merece el precio que han puesto.

Tampoco voy a dar otra vez la tabarra con uno de esos temas que me obsesiona como asistente habitual a una gran cantidad de conciertos durante el año. Me refiero al consabido recurso del 'duende', el 'mojo' o ese intangible que hace que la música pase de correcta a memorable. Mucho se ha escrito sobre la conexión mística de la música; el lenguaje de los dioses; el vehículo del diablo para corromper almas; la más noble e universal de las artes que nos acompaña en nuestro tránsito a lo desconocido, al más allá. Mucho se ha escrito, más y mejor, sobre ello. Yo solo puedo dar fe de que existe, porque lo he experimentado en primera persona y es algo casi corpóreo. Una sensación de éxtasis que no es fácil de alcanzar y que obliga a intentar repetir y repetir como quien busca el vellocino de Oro, el Santo Grial, el Nirvana. No lo encontré anoche por más que, como siempre, lo anhelaba. Imagino también que mi nivel de exigencia, fruto de la cantidad de shows presenciados, es mayor que la del aficionado que solo acude en ocasiones especiales a las grandes plazas. Mi callo es áspero y necesita de mucha pomada para reblandecerse. Un bálsamo que vislumbré en muy pocas ocasiones durante el concierto de  Red Hot Chili Peppers y siempre en las partes más previsibles, las que acostumbra a coincidir con el final del bolo (“I Could Have Lied” “Give It Away”). Dándole vueltas al asunto, no creo que se tratara tan solo de un tema de repertorio. Sonaron “Can't Stop”, “Right On Time” o “I Could Have Lied” y se despidieron con “By The Way”, pero también temas algo ramplones como “Snow (Hey Oh)” o “The Heavy Wing” aunque no “Poster Child”, una de las mejores piezas de su último disco. Sin contar que es un pecado capital despreciar de esa manera discos del calibre de “Mothers Milk” (89) y todo lo que hicieron con anterioridad.

Aunque puede que el verdadero problema del bolo fuese la imposibilidad de que las partes sumaran un todo. A nadie se le escapa la exhibicionista técnica de los miembros de la banda, pero si no respetan el tempo, si cada uno parece tocar pensando en sí mismo, en su lucimiento, sin escuchar a quién tiene al lado, la argamasa que convierte el sonido en una arrolladora bola de fuego, en una máquina de precisión perfecta, no funciona. Y ya lo tienen. Ahí está la clave del asunto por lo que respecta a los directos de Red Hot Chili Peppers. Un día más en la oficina. Cubrimos el expediente, demostramos que no nos conservamos nada mal para la edad que tenemos y, como diría Woody Allen, “coge el dinero y corre”. Por último no me gustaría parecer insensible y no voy a pasar por alto la emoción de ver a John Frusciante de nuevo con la banda sobre el escenario. Por eso duele todavía más que –de nuevo– Red Hot Chili Peppers tampoco lograran ese bolo enorme que se les presupone. No se si es un tema de falta de ensayos, de cierta vanidad que les hace ir de sobrados o de esa obsesión por querer meter más notas de las absolutamente necesarias. Quizás haya un poco de todo ello.

Duele decirlo, pero el directo de Red Hot Chili Peppers continúa sin estar a la altura de su legado. Y algo de culpa tendrá también el material de sus últimos discos. Las cosas como son. Tampoco ayudó a que la noche fuera memorable la elección de los teloneros. Perdón, de los artistas invitados. Thundercat es uno de esos virtuosos del bajo al que ya había tenido la ocasión de ver en el Sónar Festival y la sensación que me dejó ha sido en ambos casos muy parecida y se podría resumir en un rotundo “mucho ruido y pocas nueces”. Aunque confieso que no soy demasiado amante del jazz más preciosista y virtuoso y tanta nota junta me marea. Por su parte, Nas no jugaba en la mejor de las plazas. Pese a ponerle voluntad, nos quedamos con la sensación de que su rap clásico no era la mejor de las opciones para la noche y eso es algo de lo que incluso él parecía ser consciente.

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