Hay fiestas que terminan con tus colegas deseando volver a casa y tú empeñado en quemar la noche hasta el final, hasta que el cuerpo aguante. Esta situación resume bastante bien el paso de Kaiser Chiefs, este viernes, por la madrileña Sala Arena. Con un rebelde Ricky Wilson que, a pesar de la resaca, se moría de ganas de destrozar la pista de baile. Los británicos están acostumbrados a ser la sensación de todos los festivales. Tenían las entradas agotadas y, pese a su deterioro vocal, Wilson hizo lo posible para salvar el encuentro. Es difícil ofrecer un concierto de calidad si tu cuerpo no soporta todo el peso de la noche y además tu banda hace poco para remediarlo. La solución terminó encontrándola entre el público.
“No sé mucho español pero si hay alguien en la sala que sepa traducirme que lo haga. Podéis cantar conmigo todas las viejas canciones que os suenen y si os sabéis alguna nueva también. No es mi mejor noche para cantar”. La cita no prometía mucho después de una desgarrada y afónica apertura. La potencia sonora del grupo se vio tremendamente reducida entre las paredes de la Sala Arena. Y se confirmó que los Chiefs no son una buena banda para el formato pequeño. Eso sí, no hay quien le quite el espíritu de showman a Ricky. Intenso, muy seguro de sí mismo y adicto a los aplausos. Sexual, con unos aires de divo propios de una estrella glam de los 70. Agresivo y desenfadado, incluso terminó a puñetazos con el micrófono en un par de ocasiones. La rabia, y el alcohol, que corría esa noche por su sangre tenía que ser liberada de alguna forma.
Tratándose del 14 de febrero, no podía faltar una pequeña dosis de ñoñería. “Feliz San Valentín. Esta canción va dedicada a todos los enamorados de la sala”, comentó Ricky. Mientras, se marcó una insólita escena, propia de un ídolo de ‘carpeteras', subiendo a una chica a las tablas para demostrarle su amor. Bailaron un vals, se le declaró arrodillado en mitad del tema, todo era tan bonito que entre el público una joven terminó gritando: ¡Pero que le toque el culo o algo!
“Never Miss A Beat”, “Ruby”, “Everyday I Love You Less And Less”; o los chicos levantaban la cita a base de clásicos o aquello no había forma de digerirlo. “Acabamos de estrenar nuestro single “Coming Home” y tenemos muchas ganas de interpretarla esta noche en directo”. El guión les obligó a presentar esta balada de pop británico, pero viendo la saturación del líder quizás no fue una buena idea. El mejor momento musical lo firmó la gran “The Angry Mob”. El resto, un arsenal de nuevas canciones que los fans no terminan de asimilar, la desaparición de aquel sólido caramelo que era “Listen To Your Head” y la ausencia de imprescindibles como “Love’s Not A Competition”.
Y llegó el momento del bis, acompañado de un regreso de Wilson al espectáculo con las pilas sobrecargadas. El artista comenzó a lanzar al público todo lo que encontraba en el escenario. Al principio regaló una simple camiseta, un setlist, una cerveza; pero la broma continuó con el amago de tirar los teclados al foso o empujar uno de los amplificadores. Finalmente, la víctima fue el pie de micro que se paseó por toda la sala al más puro estilo estrella del rock para finalizar de nuevo en los brazos de su dueño.
“Oh My God” cerró todo este apocalipsis sin sentido, creado por la banda en su lucha por la supervivencia. El micrófono voló por los aires y acabó en manos de una chica, subida a hombros de su compañero, que defendió el estribillo de la canción como pudo. Wilson se metió entre la multitud, atravesó la sala y se sentó frente a la cabina de sonido. No había forma humana de desconectar al frontman. Sin duda, fue un encuentro bastante impredecible, un todo vale en el país de los Kaiser. El paso de los británicos por la Sala Arena se convirtió en un espectáculo más propio de una sala de variedades que de un concierto de rock. Decidieron dejar la música en un segundo plano y tristemente gracias a eso salvaron la noche.
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