Yo estuve allí
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Yo estuve allí

8 / 10
Jesus Martínez Sevilla — 03-06-2024
Fecha — 23 mayo, 2024
Fotografía — Íñigo Ozcoidi

Para muchos aficionados granadinos al rock underground, la fecha del 23 de mayo llevaba tiempo anotada en el calendario. Planta Baja acogía una sesión doble de nivel: jai/egun y Ramper compartirían escenario. El primero publicó el año pasado Argiek Istilu (Humo, 23), un debut sensacional en el que Aitor Martínez, la persona detrás del proyecto, presentaba su personalísimo acercamiento a la guitarra flamenca y su potente lírica en euskera arropadas en una oscura y elegante producción electrónica obra de Jon Aguirrezabalaga. Para Aitor, que vivió durante cinco años en Granada, este concierto era en cierto sentido una vuelta a casa, y no podía estar mejor acompañado para ello que por los cuatro integrantes de Ramper. El grupo granadino lleva unos años ganándose un público fiel gracias a su particular acercamiento a géneros tan dispares como el post-rock, el slowcore, el doom metal o el shoegaze. Su primer LP, Nuestros mejores deseos, editado en 2020 de manera independiente, acaba de ser reeditado en vinilo por el sello asturiano Humo, al que también pertenece jai/egun. Así pues, esta noche todo quedaba en familia.

Entre el público se había congregado un auténtico quién es quién de la escena musical granadina. El espectáculo lo inició jai/egun, con una breve introducción a la guitarra y una melodía vocal sin palabras que, según explicó, pretendía ser un pequeño regalo: basándose en una antigua idea para una canción, trató de componer algo exclusivo para este concierto con letra en castellano, pero finalmente no le salieron las palabras en este idioma y se quedó en este primer bosquejo de lo que, probablemente, acabará siendo una nueva canción. Inmediatamente después, Aitor se puso en pie para entonar “Akapella”, acompañado únicamente de una percusión electrónica que, como si de un martinete se tratase, recordaba al sonido de un martillo golpeando un yunque. Su sombra recortada contra la oscuridad se alzaba imponente, mientras nos introducíamos en el tenebroso mundo de su música. A continuación, con “Berriz”, terminó de atraparnos gracias a sus furiosos guitarrazos, que nos fueron barriendo en oleadas de intensidad creciente.

Quizás sintiendo que hacía falta un respiro, Aitor presentó “Alhacaba” tirando de humor: “la llamé así en homenaje a la mejor cuesta de Granada, qué bien cumple su función”. Los alegres ritmos y melodías, de clara inspiración cubana, y la potente producción electrónica supusieron un pequeño cambio de aires. Eso sí, no duró mucho la tregua: “Alkitran” volvió a arrastrarnos a un espacio taciturno. La interpretación de Aitor fue especialmente expresiva: la profunda tristeza de su voz en los momentos más calmados ponía los pelos de punta, y fue aún más efectiva gracias al total desenfreno con el que se lanzó al último y arrebatador pasaje de guitarra. Con las emociones aún a flor de piel, le llegó el turno a la que quizás sea la canción más pegadiza de jai/egun, “Diabetes bat bezela”. No obstante, Aitor la abordó prestando menos atención a la melodía y subrayando más bien sus extremos emocionales: la primera parte la cantó casi en un susurro, mientras que en su segunda mitad comenzó a masticar las palabras con rabia y terminó golpeando las cuerdas de su guitarra de forma descontrolada sobre la base electrónica.

A estas alturas, muchos oyentes de las primeras filas se habían sentado para disfrutar de un concierto tan apasionado como abismado. Esta era sin duda la disposición adecuada para escuchar la siguiente canción: “Armonikos”, que en el disco es un interludio de guitarra de tres minutos y medio, se presentó en su versión original, el doble de larga y llena de recovecos y motivos recurrentes. Después, encaramos la recta final del concierto con “Kaletik”. Fue un gran tema para cerrar, ya que contiene uno de los grandes giros emocionales de su repertorio: después de un estribillo en el que la densa base electrónica genera una sensación asfixiante, se hace un silencio roto únicamente por unos acordes de guitarra melancólicos. En esta repentina apertura, Aitor canta, descorazonado: “todo este destino me lo voy a comer yo, ¿quién si no?”. Fue un momento devastador, tras el que solo pudimos quedarnos en silencio unos segundos antes de romper a aplaudir. Entonces, Aitor invitó a los miembros de Ramper al escenario para despedirse con una versión ruidista de “Ta hala ere”, que demostró la cercanía emocional y musical de ambos proyectos, pese a la aparente disparidad de influencias y géneros.

Tras diez minutos de pausa, Ramper volvieron al escenario, acompañados de sus colaboradores habituales en los vientos, para iniciar su concierto con “Nuestros mejores deseos”. En los años transcurridos desde que publicaran su debut, esta canción se ha convertido en un himno del post-rock patrio, y esta interpretación lo demostró: ante un público prendado de cada nota, la banda atravesó tormentas de ruido, pasajes dulces y calmados y crescendos magníficos con una fluidez y un control de las dinámicas impresionante. Ya desde este primer momento, se vio a las claras que el grupo llegaba con la maquinaria engrasada por la mini-gira primaveral en la que estaban embarcados. Pudimos comprobarlo a continuación, cuando tocaron “Día estrellado”, una canción nueva donde muestran su gusto por introducir diversos elementos de las músicas populares: no solo hay momentos en que la combinación de la batería y los vientos evoca claramente las marchas de Semana Santa, sino que incluso incorporan en un momento la melodía de la canción infantil “Vamos a contar mentiras”. De forma tan natural que ni siquiera sabría decir cuándo sucedió la transición, enlazaron el final de este tema con la segunda mitad de otra canción nueva, “Un miembro fantasma”. La banda al completo estaba volcada, llegando a un clímax brutal con flauta, trompeta y clarinete sonando a la vez y Álvaro cantando con una pasión inusitada.
En la pausa entre canciones, Ángel, guitarrista de la banda, anunció que estos dos temas forman parte de su segundo LP, el cual estaba por fin a punto de mandarse a fábrica. No obstante, en ese momento volvimos atrás, para escuchar otros dos clásicos de su primer disco. “Pánico en las calles” fue uno de los momentos de más entrega del público, que cantó a coro el título de la canción. Como siempre, el momento en que el bajo de Antonio acumula feedback antes de lanzarse a un atronador pasaje final fue uno de los más efectivos y contundentes del concierto. Y qué decir de “Amalola”, seguramente lo más cercano a un hit, en el sentido tradicional, que tienen en su repertorio. Un momento totalmente comunal para sus fans y que el grupo ejecutó a la perfección. En ello tuvo mucho que ver que Álvaro, antaño un cantante tímido, está cada vez más cómodo en su rol; su mirada iba buscando ojos amigos entre el público y se sonreía cada vez que encontraba a alguien que entonaba con él la letra.

No por casualidad, la siguiente canción, también nueva, se titula “Los ojos de los demás”. Para un grupo obsesionado con la perfección, la mirada ajena es algo tan buscado como temido. Pero esta noche solo había miradas de devoción. La culminación del concierto llegó con “Poderoso puño”, una canción que, aunque pertenezca también a ese segundo álbum aún por llegar, es ya un clásico de sus setlists. Hace unos meses lanzaron una estupenda versión como parte de su participación en el proyecto audiovisual Sesiones Bravas, y en esta ocasión tampoco decepcionaron. Con Aitor de nuevo sobre el escenario, atacaron la canción con la intensidad acumulada durante toda la noche. Fue evidente (por el lenguaje corporal, por la forma en que todos coreaban el estribillo) que estaban disfrutando de esta despedida triunfante a la velada. Mientras Elvira y Miguel tocaban las últimas notas de clarinete y trompeta, ya no quedaban dudas: esta será una de esas noches que dejarán huella, de las que de aquí a unos años tendrán un estatus mitológico, de las que harán que la gente diga con orgullo: “yo estuve allí, yo vi a Ramper con jai/egun”.

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