Este ha sido el fin de semana hegemónico del Primavera Sound, salvo por un pequeño detalle: mientras Rosalía capitalizaba la jornada más multitudinaria de la historia del festival, más de la mitad de su aforo –35.000 personas– llenaba el RCDE Stadium para presenciar la descarga de Rammstein en el otro extremo de Barcelona. Nada reseñable, podría uno llegar a pensar, a juzgar por la poca cobertura mediática, exceptuando las ediciones digitales, dispensada al concierto de los germanos. Algo que, a estas alturas, ya no sorprende. Tampoco es que Rammstein lo necesiten. Con el cartel de sold out colgado hace meses en la que ha sido su única fecha en nuestro país, la banda conmemora sus veinticinco años en activo con una gira de estadios motivada por la presentación de “Rammstein” (19), su primer disco con material nuevo en una década. Un trabajo en el que, sin abandonar las guitarras, ganan relieve los matices y las texturas electrónicas y en el que siguen sonando frescos y fibrados. Hasta nueve de sus once temas pudieron escucharse el sábado, una muestra de la confianza que Rammstein ha depositado en este nuevo trabajo y que, sin duda, supone una buena señal para cualquier banda.
Tras una intro sinfónica y una sensación de calma tensa previa a la tormenta, los teutones abrieron fuego, en un sentido literal, con una primera explosión estruendosa que debió escucharse hasta en el Fórum y que marcaría la pauta. “Was Ich Liebe”, medio tiempo de intensidad creciente, avanzó reptante con resonancias a Nine Inch Nails y a unos Depeche Mode tan oscuros como las columnas de humo negro que brotaban de las torres levantadas en el gol sur. Visiones post-apocalípticas a las que contribuyó un escenario imponente pero minimal con ecos a “Metrópolis” y a “Mad Max”, con cuatro turbinas nucleares gigantes, chimeneas y elevadores incluidos. Tampoco faltaron las referencias visuales al totalitarismo –esas grandes banderolas rojas con el logo de la banda–, un epatante recurso estético marca de la casa que, como en el caso de Laibach, esconde una crítica, a menudo inadvertida, a su trasfondo ideológico.
Por su parte, las set pieces pirotécnicas llevaron a otro nivel todo lo visto en este campo, chamuscando las pestañas incluso del público de las gradas. Un despliegue inflamable sin precedentes que encendió la mecha de una audiencia entregada desde el minuto uno y que, por suerte, cosa curiosa, no eclipsó la música. “Links 2, 3, 4”, la segunda canción de la noche, nos puso a todos firmes con sus contagiosos pasos marciales y sus guitarras cortantes a lo Ministry; la siguieron “Sex”, la machacona “Tattoo” o “Zeig Dich” y sus inquietantes coros entre Ghost y “Carmina Burana”; piezas nuevas que intercalaron con hitos del metal industrial como “Sehnsucht” o “Mein Herz Brennt” y su majestuosa intro de aires góticos.
En general, el setlist mantuvo el equilibrio, aunque se resintió en algunos momentos: la pesadillesca “Puppe”, la balada “Diamant” o el remix de “Deutschland”, con los músicos enfundados en trajes de neón, entre la autoparodia y un simpático homenaje a Kraftwerk, quedaron en segundo plano. Tampoco ayudaron, por predecibles, algunos “gags” escénicos ya conocidos como el del teclista Flake cocinado en una olla durante “Mein Teil” o el cañón de esperma exhibido en la pegadiza “Pussy”. Rammstein siempre han hecho gala de un peculiar sentido del humor, grotesco y proclive al equívoco, si se quiere, pero que, sin duda, tiene su qué. Un rasgo que, junto a los trazos de shock rock y de cabaret decadente de su show, ejerce de contrapunto perfecto a cierto tremendismo temático, pero que harían bien en ir reciclando. En cualquier caso, daños colaterales que no afectaron a los engranajes de un directo sólido que siguió avanzando tan ajeno a sutilezas como seguro de sus bazas: la citada “Deutschland” se impuso como el futuro himno que ya intuíamos; “Radio” nos hizo bailar –más aún–; y se ventilaron las incontestables “Du Hast” y “Sonne” apenas traspasado el ecuador del set.
Con aires de mariscal del averno, Till Lindemann condujo a sus tropas y a la audiencia entre el fuego cruzado, con el estadio convertido en una fundición infernal. Así encaramos el clímax, en el que destacó una versión ligera de “Engel”, interpretada junto a las pianistas francesas de Duo Jatekok, las teloneras, en una suerte de cuadrilátero elevado en un lateral de la pista. Y, como traca final, “Rammstein”, canción de su debut “Herzeleid”, indisociable de “Carretera perdida” de David Lynch; y una irresistible “Ich Will”, que puso el broche de oro con su rítmica oscura. No sabemos si Rammstein han tocado techo o no. Su crecimiento parece no tener límites pero, sin duda, les queda mecha para rato.
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