Conscientes de estar a punto de atestiguar un hito para el recuerdo en el histórico de la escena urbana y cultural de la ciudad, los alicantinos nos dimos cita durante el mediodía del sábado 4 de noviembre en la cima del Castillo de Santa Bárbara (icono por antonomasia de la ciudad y testigo durante los meses de octubre y noviembre de los Conciertos del Baluarte) con el fin de atender al debut de Ralphie Choo en la Terreta y comprobar con nuestros propios ojos y oídos por qué es considerado uno de los nuevos buques insignia de la Generación Z.
Razones para soportar esta convicción sobre nuestros hombros no nos faltaban. Y es que “SUPERNOVA” no es uno de los mejores debuts nacionales de 2023 por casualidad. La coyuntura, por su parte, nos brindaba la oportunidad de comprobar si este cantante daimieleño sería capaz de defender las distintas piezas de este gran álbum en directo y con dignidad; algo que pudimos corroborar, aunque tal vez no con la rotundidad esperada.
Su pronunciada demora (justificada por un extenso viaje intra-peninsular en coche) fue solventada gracias al calentamiento previo que Tere Priore realizó en calidad de telonera. Argentina de nacimiento y alicantina de adopción, esta jovencísima artista tuvo a bien presentarnos (con banda inclusive) algunos de los particulares tesoros que su bisoña, pero prometedora trayectoria esconde. Con la elástica albiceleste y un mate en la mano, Tere hermanó sus dos tierras recurriendo a su verso más tierno y relajado (“dulce pero crunchy, como la crema catalana”, que diría ella), fluyendo entre acordes de guitarra, ritmos de caja flamenca, coros y vientos. Sin perder la sonrisa ni un segundo, volcó sobre nosotros un sentimiento de comunidad que se fue fortaleciendo a medida que compartía escenario con su hermano Agus, versionaba respetablemente a Julieta Venegas y a C.Tangana, o se abría en canal dibujando sus particulares odas de amor LGTB, cargadas de una indisimulable emoción que su responsable no pudo contener durante los últimos compases de “Sol de Enero” (tras los cuales, sentimos oficialmente formar parte de su familia).
Poco o nada pareció afectar la postergada llegada del artista principal al ánimo de los asistentes, pues tan pronto como Ralphie entró en escena y lanzó su primera y eufórica consigna al público, éste se deshizo en deliciosos y nerviosos vítores, más propios de un fandom consagrado que de uno temporal y pasajero. A pesar de que las horas eran un tanto atípicas para un beat tan oscuro como el que el manchego nos proponía, las luces propias de Alicante comenzaron a espesarse y a encapotarse a medida que el verbo tierno y descarado de Juan Casado (nombre real de Ralphie Choo) se cernía sobre sus devotos acólitos. Cualquier aullido y cualquier mojiganga eran devueltos con pasional entrega (incluso entre el asistente que ya pintaba canas), la misma que el artista parecía depositar en la elaboración de sus pistas en vivo –conformadas a partir de excesivos tramos pregrabados, pero compensados con la emocionante vibración analógica del teclado, el violonchelo y la flauta travesera.
A pesar de humanizarse con sus seguidores, justificando puntualmente el cansancio físico que parecía arrastrar (reconozcamos que todos tenemos pijamas menos quemados que el outfit que el artista escogió), la imparable energía de Ralphie (esa que le hace bailar al borde del colapso, como si llevara chinchetas en las suelas de los zapatos) cumplió sobradamente con la promesa de hacernos sentir parte del trampantojo de su propuesta. Una que no te ves venir, repleta de giros de guión inesperados que van desde la solemnidad de sus interludios con vientos y teclas en clave lo-fi a una tralla pesadísima y contundente que nos separaba los pies del suelo y nos arrojaba repentinas bases a la cara. Su inconformismo creativo se materializó a través de sus infinitas combinaciones de estilos contrapuestos entre sí (de la solera palmeada de “BESO BRUMA” a la aleación de tradición y vanguardia de “TANGOS DE UNA MOTO TRUCADA”, pasando por la hormonada y lujuriosa desvergüenza de “MÁQUINA CULONA”) cuyo nexo de unión parece ser la evidencia final de su corazoncito a través de un discurso impregnado de sentimentalismo relajado y romanticismo quinqui (“Te tiro un beso, dime cuánto”, canta en “VOYCONTODO”).
Aunque en ocasiones la edad hiciera las veces de eximente para disfrutar por completo de la experiencia, hay que estar muy ciego para no ver el potencial que Ralphie Choo porta sobre sí (pocos artistas que hayan debutado hace poco más de un mes pueden permitirse el lujo de pedirle al público que complete sus letras y salir victorioso de tal osadía), siendo su voz el espejo de un discurso generacional sintiente, crudo y honesto que busca figurar y consagrar el relevo de su particular escena.
El presente año concluye con la certeza de que el bueno de Juan abandona oficialmente el nicho y el sambenito de ser el artista favorito de tu artista favorito, a fin de postularse como candidato a estar llenando grandes recintos en los próximos meses, y si no al tiempo.
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