Con media ciudad de resaca o presumiendo de disfraz terrorífico (en todos los sentidos, lamentablemente) se presentaba un plan irresistible para el jueves noche. De esos que bien valen doble café y ducha reparadora. Celebramos el quinto aniversario de Miel de Moscas, un sello abonado al riesgo. Hogar de bandas como FAVX, Perro o Trepàt, y hasta hace bien poco de Gentemayor y Crudo Pimento. Responsables además desde este año del Canela Party, uno de los festivales más divertidos de por aquí. Fácil deducir por dónde van los tiros, básicamente por cualquier sitio que no huela a complaciente.
Los grandes protagonistas de la noche venían como invitados desde Montreal, ofreciendo un show tan breve como intenso. En apenas tres cuartos de hora, los canadienses Suuns tuvieron tiempo para desplegar su arsenal sonoro y repasar una trayectoria que supera por poco la década. Rock vanguardista apoyado en la electrónica más densa, con un alma pop reluciente (Make It Real) bajo capas de beats pesados y noise. Maestros del desasosiego, capaces de mantener una estimulante calma tensa antes de reventar, caso de la estridente montaña rusa que es 2020, que llevaba a más de uno al éxtasis en la pista de baile. A continuación, Ben Shemie y los suyos brindaban con el público en lo que parecía un amago de bis que no sería. Pero no acababa ahí la fiesta. Se trasladaba inmediatamente al Fun House, uno de los puntos calientes de la noche madrileña, sin el típico límite horario de las salas discoteca. Allí pincharía Don Gonzalo, responsable de ese oasis granadino que es Discos Bora Bora; y actuaría Vive la Void, el proyecto de Sanae Yamada, teclista de Moon Duo.
Pero retrocedamos al ecuador de la noche en Shôko. Suena Nocturno de Cuchillo de Fuego por los altavoces y un mensaje advierte que “el show de Perro contiene imágenes que pueden herir su sensibilidad”. Los murcianos, una de las bandas con mejor y más interesante directo del panorama, evidentemente iban a volver a sacar partido de las visuales para dar salida a sus múltiples locuras. Lo suyo es caso aparte, no solo por su provocativo sentido del humor sino por esa maravillosa inquietud. Aunque con sus primeros discos dieron con una fórmula directa y efectiva, el cuarteto sigue buscándose a sí mismo, deconstruyendo su discurso y probando cada vez más con teclados y sintetizadores. Inconformistas y curiosos. No hay más que observar el intercambio de instrumentos que se produce en apenas unos minutos de actuación. Pasando con facilidad de las cuerdas a los sintes o de la batería a tomarse una cerveza si la canción lo requiere. Sonarían de su reciente Trópico Lumpen (Miel de Moscas, 2018) portentos sonoros como Pickle Rick o Celebrado primo, y por supuesto hits de discos anteriores como La Reina de Inglaterra, con las pantallas tomadas por los Gremlins, desquiciados collages porno o un duelo a muerte entre los Power Rangers e Ignatius Farray.
Abriendo la noche, unos que volvían después de un merecido tiempo de descanso. Desde Granada, Trepàt regresaban a la capital con ganas de contarnos algo nuevo y con su esencia intacta. Combinando ese reconocible deje de bandas como El Columpio Asesino o Dorian pero aportando la dosis justa de valentía como para poder recorrer su propio camino. Siempre interesantes en directo, con Miriam Cobo y Patricia Pasquau llevando el timón a la guitarra y bajo respectivamente y Daniel Molina ejerciendo de cerebro (teclado y sintetizador mediante) en la banda que lidera el carismático Juan Luis Torné. Tras un arranque etéreo, entre sombras, la banda aumentaba la intensidad llegando a una cima en la que enlazaban con precisión El amor está en la Tierra y Torturas en los bares, coreada desde el inicio. Noche de lo más heterogénea que vino a demostrar la amplitud de miras de uno de esos sellos necesarios, imprescindibles para aportar variedad a una escena saturada de copia y pega.
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