Desconozco si en las cada vez más numerosas academias musicales, enseñan esa máxima universal que dice que cuando alguien emprende una senda, es tan importante saber de dónde parte como saber a dónde va. Pero ¡ojo! Sin olvidar nuca que ese mismo punto de partida, no puede basarse en la impostura. El artificio puede ser tan letal con la carrera de un músico como la vanidad. Por eso cuando uno se encuentra de bruces con una artista tan auténtica, tan de verdad de la buena como Queralt Lahoz, se queda sin argumentos a la hora de glosar la bienaventuranza de haberla conocido. Y máxime cuando uno se cruza con ella en ese momento dulce del despegue. Ese punto de palanca artístico que la va a proyectar hasta el infinito y más allá. Pero con los pies en el suelo. Siempre con los pies en suelo. De eso ya se encargará el recuerdo de su abuela María que la alumbra y la guía con ese orgullo de clase que la sociedad, y no solo los jóvenes, debemos recuperar para luchar contra el fascismo de los ignorantes. Queralt sabe muy bien de donde viene y, visto su concierto del pasado viernes en una expectante sala La Nau, sabe también muy bien a donde va.
Pocas veces tiene uno la oportunidad de ver un concierto de una artista que, con tan solo un Ep de cinco temas, no desfallezca ni un momento. Pocas veces se encuentra uno con la sensación de que el siguiente tema va a superar al anterior. Arropada por Marc Soto de La Sra Tomasa a la batería, los teclados de Pau García y los samplers de Fede Jahzzmvn, Queralt Lahoz sale vestida para matar a la primera de cambio. Sin hacer prisioneros nos clava una ‘puñalá’ que nos deja sin aliento. Y es que ese ‘cómo quieres que te quiera como yo quiero a mi madre, si una madre no se encuentra y a ti te encontré en la calle’ son versos que compartimos de forma complice y al unísono. Acaba de salir y ya nos tiene comiendo de su mano. Poco importa que la canción sea un inicio tan exigente para la propia artista que por momentos parece faltarle el aliento. Es tan catártico que barre esos comprensibles nervios que acompañan cualquier principio.
Y a partir de aquí, del punto de partida, una explosión de ritmos, colores y sabores que picotean del pasado sin perder de vista el presente, nos van a asaltar por todos los frentes posibles. Queralt puede ponerse sabrosona y viajar de forma caprichosa y libre del Malecón de La Habana al Albaicín granadino, del tumbao al hip hop pasando por la copla. Y hacerlo todo con una personalidad tan arrolladora que te deja sin aliento. Es evidente que bebe de la La Mala, pero también de la Kinky Beat de La Verneda y de aquello que en su día se bautizó como el sonido Barcelona que reposó sobre los hombros de Ojos de Brujo. Es evidente que fija la mirada en un grande como Enrique Morente al que cita en pleno concierto con “sus cuatro columnas de cieno”. Muchas cosas son evidentes, pero tejerlas y destejerlas con tanta dinámica sobre el escenario no resulta nada sencillo. Porque de lo contrario nos enfrentaríamos a una Queralt Lahoz cada semana y eso no pasa. Queralt es única. Como única es esa “Linea 18” que la puede encumbrar porque suena a éxito por los cuatro costados. Un tema que engancha y te balancea de forma dulce. Muy dulce. Y eso que Queralt tiene una voz rasposa que nace del barrio y no tiene el terciopelo de la clase alta. Una voz lo suficientemente fuerte como para despedirse con la contundencia que precisa ese “Me Gusta” que entona toda la sala.
El viaje ha llegado a su fin y lo hace dejándonos un enorme sabor de boca y el regustillo amargo de que todo ha transcurrido muy deprisa, como si de un sueño se tratara. Y es que hasta la aparición sobre las tablas de Rapsusklei para colaborar con la de Santa Coloma ha sido un suspiro que casi roza la anécdota. Porque, lo importante de veras, es que Queralt Lahoz nos gusta, nos gusta y nos gusta. Así que la sensación de haber visto uno de esos conciertos que los años se encargarán de engrandecer es plena. La certeza que tengo es que, pasado el tiempo, podremos admitir con orgullo que estuvimos ahí. Aquella vez que Queralt despegó hacia el estrellato desde La Nau del Poble Nou de Barcelona.
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