Concluir que Queens Of The Stone Age son, casi con toda seguridad, la mejor banda de rock musculado del mundo en directo no implica descubrir ningún pastel. Sin embargo, una cosa es la consabida teoría y otra, muy diferente, sufrir de frente (y en toda la jeta) esa descarga eléctrica estratosférica que implica de manera inequívoca la presencia del quinteto sobre el escenario. Si, además, el escenario en cuestión es el del ciclo madrileño Noches del Botánico, el asunto podría tornarse histórico, tal y como, en efecto, ocurrió con la presencia del combo norteamericano. Una velada que pasó a engrosar, al instante, el (de por sí nutrido) listado de conciertos memorables del festival. La banda se presentaba al ritmo cinematográfico de “The Orgy” de Basil Poledouris (en lo que sería una declaración de intenciones), ante un aforo abarrotado de pasionales seguidores del stoner y el rock de trazo grueso y desértico.
Josh Homme, Troy Van Leeuwen, Jon Theodore, Michael Shuman y Dean Fertita ocuparon posiciones y lucieron estatus con orgullo desde las iniciales “Little Sister”, “In My Head” y “Smooth Sailing”, apuntalando una intensidad de tipo creciente mientras presumían (con pose y aspecto) de ser enviados del demonio. Un pacto que bien podría explicar el porqué de esas composiciones ardorosas, explícitas y viciosamente adictivas que, al contacto con el directo, prenden en una hoguera de volumen, precisión y puro nervio. “My God Is the Sun”, “Emotion Sickness”, “The Way You Used To Do”, “I Sat By The Ocean”, “Made To Parade”, “3's & 7's”, “I Think I Lost My Headache” o “Go With The Flow” quedaron dibujadas en medio de una devastadora tormenta de arena, adornada con un espléndido juego de luces piramidal que potencia la pegada del propio espectáculo hasta (casi) generar incredulidad.
El contacto de Homme con la audiencia existe sólo en el espacio transcurrido entre algunas piezas, tramo en el que se muestra comunicativo. Un espejismo que matiza su férrea postura de tipo duro, casi impávido, liderando a una banda asalvajada que propone un inframundo sin aparente salida y desborda en los bises con una secuencia irreversible: “God Is In The Radio”, “No One Knows” y una cegadora (literalmente) “Song For The Dead”. Un despliegue de instintos primarios al amparo de canciones titánicas y ejecución intachable, en una fórmula matemática imposible que dejó veinte elegidas y dos asfixiantes horas señalando al concierto de rock perfecto. Queens Of The Stone Age sodomizaron a un público complacido con el violento cortejo y posterior consumación, seducido sin remedio ante las hostias sonoras de los que, en efecto, no pueden sino ser hijos del mismísimo diablo.
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