Llegó el gran día, la puesta de largo de “Pura sangre” (23), el último y sobresaliente álbum de Israel Fernández, joven cantaor toledano que viene de vuelta con poco más de treinta años. Quinto trabajo discográfico y segundo de composiciones propias, el más personal hasta fecha y de nuevo con el gran Diego del Morao como compañero de aventuras (pareja artística llamada a marcar una época), rezumando más que nunca sabiduría y tradición por cada poro de su piel, pero volando libre e indomable, con una garra, sensibilidad y sentir propio que, sin querer ser “ni príncipe ni rey”, lo reproclaman como icónico nuevo mesías del flamenco de nuestro tiempo.
La importancia de la tarde se siente en el ambiente y la sabe el Teatro Cervantes de Málaga, que cuelga el cartel de no hay entradas desde hace semanas, con sus casi 1.200 localidades expectantes por presenciar este estreno total e inicio de gira. Se apaga la luz y, con una original puesta en escena (cercado de madera en media luna, con una gran cruz en uno de los laterales), pisa las tablas Israel Fernández, con ese personalísimo magnetismo y presencia de rockstar que le caracteriza (botines de tacón cubano, camisa roja con brillo y pantalones claros con estampado de piel de serpiente); guiado por una jinete que lo conduce al centro del escenario, con una rienda atada al pecho del cantaor. Como si de un caballo pura sangre se tratara, comienza a soltarle cuerda y gira poco a poco en círculo alrededor de ella, resistiéndose, mientras suenan las atmósferas electrónicas de Pional y el compás sideral de Marcos Carpio y Pirulo, abriendo el espectáculo Israel con una “Soleá de la casa” que corta la respiración y araña por dentro.
La cosa se antoja histórica y se unen al cuadro (todos con vestimentas camperas) Ané Carrasco a la percusión y Diego del Morao al toque, para seguir por cantes de Cádiz, con Israel sentado en las vallas de madera y lanzando al aire alegrías, para pasar luego a una nueva performance con “Me encuentro solo”, sentidos cantes de levante que domina como nadie, sentado en una silla de mimbre y con la jinete cepillándole el pelo: “Si yo mandara en mi corazón, ahora mismito te dejaría… Pero la llave de mi corazón te la llevaste, y cuando tú quieras, entras y sales”.
Las ovaciones, los jaleos y gritos cariñosos del público se encadenan una y otra vez, con el cuadro al completo rebosando compás a morir y un Diego del Morao que baila sentado como Fred Astaire, haciendo magia a las seis cuerdas con ese soniquete y naturalidad que sólo poseen los genios. Así, Israel nos gana y enamora con cada cante, por bulerías (“Al tercer mundo” y “Despierta”), por toná con regusto a fragua (“Puchero y sartenes”, con Ané “arreglándole” un botín a Israel y haciendo percusión con un martillo), o solo en el escenario al piano de cola, sorprendiéndonos con una abrumadora maestría a las teclas y dejándonos con la boca abierta y el corazón en fuga, interpretando un “Vino amargo” con aroma coplero, a tango argentino y milonga, parando el tiempo y desatando una lluvia de aplausos (Farina incluido, allí donde esté) interminable.
Se dirige al público y muestra la radiante felicidad que siente por este estreno a lo grande en “Málaga la bella”, dejando claro que para él la pureza no tiene nada que ver con razas, colores o mezclas, sino con la sinceridad, verdad y lealtad por lo que se siente, y eso es lo que transmite con su arte inagotable, ahora intercalando tangos, con “Caminos y vereas” como nexo central y con Diego marcándose unas falsetas flamencas que nos despegan de las butacas una y otra vez.
Contraluz futurista y desde el centro del escenario, arropado sólo por una envolvente y onírica electrónica, otro momento cumbre con la serrana interestelar “Seré silencio”, removiendo raíces con unos quejíos que rompen el pecho.
Recta final por bulerías, las “del reproche”, de su anterior y también imprescindible “Amor” (20), más popurrí de letras clásicas, con protagonismo de su querida Pastora Pavón, para terminar por fandangos, “La tuya y la mía”, con Diego del Morao dentro del cercado y el cantaor desde fuera, con la cruz de madera por delante, compartiendo con todos “esa única estrella que queda en el cielo a las claras del día”. Se cae el teatro y se van por fiestas, con pataitas al aire y bailes de puro arte incluidos, con Pirulo a la cabeza, seguido de Ané Carrasco y Marcos Carpio.
Israel Fernández, pureza indomable y nuevo e indiscutible icono flamenco. No se lo pierdan, algún día será leyenda y contarán una y otra vez, con una sonrisa de oreja a oreja, que lo vieron en directo.
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