Sábado por la tarde. Primer encuentro del ciclo Punto Zero con el sexto día de la semana. Hordas de gente ataviadas al unísono en bicolor recorren las calles de Bilbao con fervor e ilusión. Nuestro paso acompasado al de la masa social se desvía y nos adentra en el retiro musical de la sala BBK de Gran Vía.
El cartel es el mejor contrapunto a lo que pasa fuera. La sensibilidad y el temple de Amaia Miranda en combinación con la prosa afilada, cantada y bailada de Eddi Circa congregaron a unas trescientas almas.
Comenzó la vasca Amaia Miranda, con un show muy cuidado que estrenó allí mismo. A su mundo de simpleza y desnudez se unió la visión global de la cantautora a la hora de estructurar su actuación. Ya desde el comienzo sorprendió al salir por el lado opuesto de la escena, no si antes proyectar su silueta sobre el fondo del escenario mientras tocaba los primeros acordes e iba caminando hacia el centro.
Amaia ideó varios sets donde los tres elementos, voz, guitarra y luz iban dejando bellas estampas. Comenzó con “Epitafio de Seikilos” y “Todas las canciones”, dos temas que pertenecen a su nuevo disco “Mientras vivas brilla”. De él también extrajo “Seda contra amarte” que recordó por momentos al disco “Engine of Hell” de Emma Ruth Rundle. Acompañada en varias ocasiones por la corista Edna Bravo, ambas voces congeniaron y casaron sin pecar en exceso. De su anterior disco,“Cuando se nos mueren los amores”, rescató “Hay una voz”, “Animal” y “Cuando se nos mueren los amores”.
Entre tanta carga emocional sobre el escenario, y silencio sepulcral por parte del público, que en las primeras filas atendió sedente sobre el piso de la sala, Amaia mostró cercanía y sencillez en varias oratorias entre canciones (incluso contó un par de chistes).
Sin dejar de lado la emoción, Eddi Circa y sus “troncas” ofrecieron otra actuación difícil de encasillar en los estándares de estilos musicales. Ya no sólo por la música en sí, sino por el propio desarrollo de lo ejecutado sobre el escenario.
Salieron las cuatro disponiéndose en una perfecta línea a pie de escenario, cada una con sus elementos (guitarra, teclado, ordenador, pads,..). La voz cantante de Eddi se fue moviendo por la oratoria, la prosa, el verso, en definitiva, el recitar frases de maneras muy diversas. Siempre bajo un clima de falsa calma a punto de romper en tormenta, pero que nunca acaba sucediendo, salvo en “Abajo el trabajo”. Letras de empoderamiento sobre notas casi etéreas.
Reforzando su puesta en escena estática, se ayudaron de las proyecciones que manejaba desde su ordenador Ana Venceslá. Pero a pesar de la distancia y de la poca movilidad de las cuatro, la conexión con el público era máxima, y cada verso o estrofa tenía su apoyo o su réplica entre el público que, ahora sí, mostraba su condición de bípedo. Con “Cierva Imperio Perreo” y “Siempre Leal” se acercaron a las Warpaint más melancólicas. Se dejaron caer por sonidos poperos en “En el consulado”. Las bases graves, en combinación con los acordes de guitarra de “Atrapada en mi deseo”, se salieron de la norma y subieron pulsaciones. Salmos sin música entre canciones resonaban en el espacio de la sala BBK al antiguo teatro Gran Vía que un día fué.
Dos propuestas musicales que compartieron más carga emocional, donde lo instrumental tuvo un papel secundario y las letras el principal. Victoria por goleada para lo alternativo (a la música y al fútbol).
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