Cuentan que, en esta edición del Primavera Sound, participaron un total de 257 bandas y artistas de distintas partes del mundo y de estilos diversos. Ojala tuviésemos tiempo para asistir a todas las actuaciones y ojala contásemos con el criterio suficiente para valorarlas todas en su justa medida. Como eso no es posible, lo que van a encontrar nuestros lectores en este resumen es la valoración que hacemos de buena parte de los conciertos y sesiones a los que pudimos asistir algunos de nosotros. Echarán en falta a muchos artistas, muchas sesiones de electrónica y mucho grupo de primera y última hora, pero es lo que hay. En todo caso, aquí está nuestro punto de vista sobre lo que ha sido esta edición del festival barcelonés.
Jueves 31 de mayo de 2018
La jornada del jueves se inaguraba en el escenario Adidas con la voluntariosa y esforzada actuación de unos f/e/a a los que se les notó con ganas, pero algo superados por los evidentes problemas de sonido sobre el escenario al no haber tenido casi tiempo para hacer la correspondiente prueba. Aún así sorprendió el numeroso público que se acercó a apoyar a los mallorquines. (DD)
Pasar de la descarga de F/E/A a Vagabon fue El Bajón™. Podemos echarle la culpa al sonido hasta cierto punto, pero el grupo liderado por Lætitia Tamko tampoco dio la talla en el resto de sentidos. Una propuesta trillada, en la que el toque lo-fi restaba más que sumaba, y un repertorio soso y plano. En los momentos con más presencia electrónica la cosa mejoraba algo, pero no lo suficiente para levantar el concierto. Yonaka, inmediatamente después, apostaban por lo contrario: rock vigoroso de riffs con groove, sensibilidad pop y maneras de banda de estadio. La actitud de los instrumentistas era bastante impostada, las cosas como son, pero la vocalista salvaba los platos con bastante naturalidad. Nombre a apuntar para fans de Royal Blood. Ah, y como curiosidad: usaron el “No Church In The Wild” de Kanye West, Jay-Z y Frank Ocean como intro. (DGC)
Los que ya habían visto a Sparks en ocasiones anteriores no se debieron sorprender por la solvencia escénica que aún conserva la banda de los hermanos Mael. Aparecieron todos vestidos con una elegantes americanas de color rosa excepto Ron que, con impoluta camisa blanca y corbata, conservó su postura hierática tras el piano hasta casi el final para sorprendenos con un frenético bailoteo para regocijo del personal. Sonaron clásicos como “Tryouts For The Human Race” para cerrar una actuación corta, aunque más que correcta, con la inevitable “This Town Ain't Big Enough For Both Of Us”. (DD)
The War On Drugs fueron de los primeros grupos en sufrir el síndrome del escenario gigante. Su actuación cabe tildarla de voluntariosa, pero la banda de Adam Granduciel funciona mejor en las distancias cortas porque en las largas no posee el carisma necesario para generar ese polo de atracción que su música puede llegar a tejer. Eso provocó que solo las primeras filas de fans entregados disfrutaran de su actuación, mientras el resto del público se lanzaba a un parloteo incesante que deslució buena parte de un concierto que no pasó del puro trámite. (DD)
Kelela actuaba en unas condiciones similares a la de la primera visita de Solange al Primavera Sound, y supo aprovecharlas –lo cual lleva a intuir que volverá con mayores medios-. Combinando presente y (todavía reciente) pasado y acompañada por un par de músicos y dos coristas, consiguió justificar sin demasiado esfuerzo la atención que se le ha dispensado hasta el momento. (JSL)
Con jumpsuit negro, collar de perlas y labios pintados salía al escenario Ray-Ban Ezra Furman para presentar su último trabajo, “Transagelic Exodus”, en un directo que fue de menos a más y en el que el artista no dejó pasar la oportunidad para reivindicar la liberación queer, dedicar un tema a los refugiados e incluso versionar a Kate Bush. (GC)
Mavi Phoenix fue una de las decepciones personales del festival. “Aventura” es un hit como una catedral y es imposible que no funcione en directo, pero de los cuarenta minutos de concierto restantes la mayoría fueron completamente olvidables. Incluso su último single, “Bite”, sonó descafeinado. Cargar todo el peso de la puesta en escena sobre sus hombros fue un error, y acabó dando la impresión de que estábamos viendo un mal directo de MØ. (DGC)
Cerca de las diez de la noche la oscuridad se cernía sobre el escenario Adidas. Anna Von Hausswolff ponía el tono gótico al festival con una soberbia actuación en la que su poderosa voz y los penetrantes golpes de batería terminaron por hacer retumbar el lugar y sobrecoger a todos los presentes. (GC)
La actuación de Björk no provocó la locura colectiva de asistencia que hubiera provocado una década atrás. Sus últimos trabajos no resultan aptos para todos los paladares y fueron muchos los que se dispersaron por el recinto a la búsqueda de otras actuaciones. Quizás fue mejor así, porque quienes quisimos ver a Björk en condiciones pudimos hacerlo. Por lo menos en las condiciones que permite el espacio que se extendía entre los escenarios Seat y Mango. La islandesa vive en su propio universo desde hace ya muchísimo tiempo y lo que hace es, sencillamente, abrirnos las puertas. Si aceptas, vale, sino mejor sal corriendo, así dejarás al resto disfrutar en condiciones. Respaldada por Manu Delago, Björg Brjánsdóttir y un grupo de flautistas femenino, la islandesa protagonizo un concierto para fieles y más bien poco festivalero (“Human Behaviour” fue el momento cumbre para todos los públicos) en el que todo está cuidado al detalle, desde un escenario precioso y lleno de detalles a unas proyecciones que tan pronto apuestan por animaciones en 3D como se acerca a los documentales de National Geographic. Si los fans incombustibles de Björk les decimos que fue increíble, no nos crean; si los detractores les dicen que fue un aburrimiento total, tampoco lo hagan. Opten por la equidistancia y vencerán. (JSL)
C. Tangana fue a por todas. Subiendo a un escalón en el que las comparaciones ya no se pueden buscar dentro de la escena estatal. Tampoco es que el que escribe haya visto nunca un mal directo suyo, pero estaba claro que esta vez quería aprovechar el escaparate del Primavera para impactar. Motos de cross quemando rueda, pirotecnia, lluvia de dólares, confeti, bailarines, pole dance femenino y masculino… Espectáculo puro y duro, sin un momento de descanso visual. Fiel a su línea habitual el repertorio se nutría de sus lanzamientos recientes, “Ídolo” y “Avida Dollars”, aunque rescató singles como “Persiguiéndonos” y “Mala Mujer”. También “Traicionero” y “Guerrera”, con Dellafuente como invitado, aunque estos dos no lograron funcionar tan bien. El único momento que rompió el show fue un discurso que sonaba a autojustificación no pedida, una mancha en uno de los conciertos que más brillaron del jueves. Dejó muchas bocas abiertas y muchas palabras tragadas. (DGC)
La actuación de Nick Cave & The Bad Seeds elevó el nivel de la jornada, marcando de nuevo uno de los momentos más interesantes del festival. De hecho el peor enemigo a la hora de valorar su actuación es el recuerdo de las anteriores visitas del artista, ya que se hace difícil no comparar. Es verdad que se mostró más apocado y sereno que en otras ocasiones, pero no es menos cierto que deparó sorpresas como las de incluir en su set canciones como “Loverman” o “Come Into My Sleep”. Aunque lo que nos dejó más descolocados y quedará para el recuerdo es ese final con “Push The Sky Away” en el que Nick Cave se dedicó a subir a un montón de gente al escenario dedicándoles caricias y carantoñas. Demostró el carisma que atesora y el mayestático dominio de la escena. Mención al margen merecen los siempre solventes Bad Seeds que, una vez, más dieron una lección de cómo debe sonar una banda en directo. Impolutos. (DD)
Hay bandas cuyos directos nos ayudan a entender mejor su propuesta. Es el caso de Zeal & Ardor, cuya actuación nos dejó muy claro lo que pretende ofrecer Manuel Gagneux con su combinación de música negra y black metal. No le costó demasiado, porque lo cierto es que funcionó perfectamente y sorprendió por su coherencia y por la solvencia de la puesta en escena. Cuando vuelvan para actuar en salas, dénles una oportunidad. (JSL)
Quien perdió la oportunidad de epatar fue Bad Gyal. Si su paso por el Sónar la hizo subir un escalón en su carrera, su actuación en el Primavera Sound se quedó muy atrás. Las coreografías funcionaron más que bien y Alba Farelo se deja la piel manteniendo el frenético ritmo que marcó el dance team, aunque el error fue que faltó darle un sentido global a la actuación. La mano de cartas era buena, pero algo falló a la hora de soltarlas sobre el tapete. C. Tangana, horas antes, sí había jugado al todo o nada y había reventado la caja. (JSL)
Que Fever Ray en el fondo quiere despistarnos constamente es algo que ya sabíamos después de asistir a los directos de The Knife y de la presentación de su primer disco en Sónar. Esta vez presentaba “Plunge” y lo hizo con un show bailable hasta la extenuación y al mismo tiempo incómodo cuando los temas lo requerían. A los diez minutos de show ya tenía a todo el público en el bolsillo, algo que supo aprovechar. A medio camino entre Björk, Le Tigre y un combo de riot grrrls, Karin y sus acompañantes nos hicieron olvidar que se había pasado ocho años prácticamente en barbecho. Lo que vimos justificó perderse medio show de Nick Cave & The Bad Seeds. Algunos nos perdimos el otro medio para ver cómo había crecido Vince Staples desde su show anterior en el mismo festival hace un par de años. Y el rapero estadounidense nos dio motivos suficientes para que pasar de Cave no supusiera una carga. Moviéndose como un perro enjaulado por el escenario sin otro respaldo que unas proyecciones que iban soltando imágenes de archivo de personajes, acontecimientos y publicidad de ayer y hoy, Staples nos agarró fuerte para no dejarnos ir hasta que se despidió una hora después. El tipo tiene un talento a prueba de bombas y sobre todo apuesta por un rap personal y moderno cuya personalidad se aleja de la de los restantes grandes protagonistas del momento. Momentos como “Party People”, “Norf Norf” o “Little Bit Of This” –su hitazo junto a GTA- nos golpearon la cabeza sin descanso para bien. Muy para bien. (JSL)
A la actuación de Chvrches no se le puede poner ningún pero. Funcionaron bien y supusieron una bocanada de frescura a esas horas de la noche. Se dejaron querer, la verdad. (EB)
Nils Frahm llevó a cabo un virtuoso show en el que su maestría a los teclados conmovió e hipnotizó por igual. El berlinés fue capaz de convertir el escenario en su laboratorio musical; yendo de un teclado a otro iba desarrollando cada canción capa a capa, desde la melodía más simple y clásica a la majestuosidad de temas como All Melody a través de un crescendo que manejaba el ritmo y las emociones de los presentes. Impresionante. (GC)
La electrónica se apoderó del Bacardí Live en la primera noche del festival. La elegancia y el saber hacer de Mount Kimbie hicieron congregar al público en las primeras filas, algo que puede parecer difícil en un escenario de electrónica. Su directo subrayó el eclecticismo de su propuesta a la que cada día cuesta más etiquetar en un único estilo. Algo parecido ocurre con Sam Shepard, Floating Points, que reunió a un nutrido grupo de adeptos a su sonido, a los que ofreció una hora de electrónica jazzística y groovy. (KM)
Los franceses Carpenter Brut fueron los encargados de cerrar la primera jornada del Bacardí Live con un show que nos transportaba directamente a esos ochentas épicos de sintetizador, melenas al viento y guitarras Flying V, llegando a alcanzar el clímax con una versión hard rock del “Maniac” de Michael Sembello. (GC)
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