Viernes 3 de junio de 2016
El viernes se empezaba a sufrir pronto. A pesar de que Aliment y Viva Belgrado estaban dejando bien alto el pabellón estatal, el hecho de que sea más o menos fácil verlos por aquí hizo que White Fence se llevara a la mayor parte de la gente que había conseguido superar la resaca del jueves. Por desgracia. Un concierto soso, estático, en el que ni la psicodelia ni el lo-fi que define a Tim Presley encontraron su lugar y en el que la banda parecía tener ganas de acabar e irse. Todo lo contrario que Titus Andronicus, que repetían por tercera vez en el festival -esta vez en escenario grande- con un directo para alzar los puños y dejarse la garganta. Bebiendo tanto del punk rock urgente como de los giros melódicos de The Pogues o de un rock americano más de estadio, con ellos llegaba por fin un grupo al que se le ve disfrutar tanto como a los de abajo durante el concierto. Una hora un tanto difícil para ponerse a poguear, pero que sirvió para empezar a soltarse la melena. Por extraño que parezca, versionaron el “Blitzkrieg Bop” de los Ramones sin que sonara a tópico, y dejaron una anécdota reveladora cuando se pusieron a recoger ellos mismos su equipo.
Y de la candidez celebratoria y la cercanía pasamos, en tan solo diez minutos, a una demostración de actitud y fuerza que no tendría réplica en todo el día. Savages eran muy esperadas en el festival y la afluencia de público no hacía más que confirmarlo. A pesar de que se echa de menos -especialmente en “Adore Life” (Matador/Popstock!, 16)- algún tema que sobresalga especialmente del resto, en directo consiguen crear una atmósfera hipnótica y, en el contexto adecuado, trascendental. Jenny Beth es probablemente la líder más magnética que ha dado el rock en años, y es consciente de ello. Imposible apartar la mirada, y menos aún cuando hace de las primeras filas su escenario.
El concierto de Lush fue una de esas gemas perdidas en la inmensidad del cartel del Primavera Sound. Y sí, Lush tocaron este año en el festival; aunque no lo hicieron en la mejor hora (19.30 horas en el Hidden Stage) coincidiendo con el final de unos inconmensurables Titus Andronicus y con el proyecto del ex Pussy Galore y Royal Trux, Neil Michael Hagerty & The Howling Hex. Apenas consiguieron llenar media sala, pero qué más dio; el trío británico salió al escenario a pasárselo bien y lo consiguieron contagiar. Justin Welch (ex-Elastica) demostró estar perfectamente integrado en un concierto que fue puro revival, con temas de los noventa como “Ladykillers”, “Lit Up” o “Hypocrite”.
Un rato después la cancelación de Freddie Gibbs dejaba a Jay Rock como reclamo rapero del día cuando al otro lado del recinto empezaba a sonar la voz de Thom Yorke. Probablemente el concierto que menos público tuvo del escenario Pitchfork, tanto que el propio Jay prefirió acabar antes de tiempo. Tampoco ayudaba que el suyo, a diferencia de propuestas como las de Vince Staples, sea un hip hop bastante estandar, que junto a una puesta en escena más estática por parte del rapero hacen que el público sea el único capaz de levantar el concierto, cosa que no sucedió. Poco después le sucederían en el mismo escenario Royal Headache, uno de los hypes rockeros del festival. Una sorpresa para bien, sin duda, cuando a uno lo cuesta definir el género que hacen. Beben del punk más 79', del garage o de un rock más añejo, con un vocalista frenético de maneras hardcore que hace suyo el escenario desde el primer minuto. Mucho mejores en directo que en disco, sin duda alguna, aunque se nota a leguas que es una sala el lugar donde habría que verlos.
Cuando salieron Radiohead no cabía ni una aguja y eso perjudicó al resto de escenarios que se encontraron disfrutando en familia de los conciertos programados a la misma hora. Pero tampoco vamos a llamarnos a engaño: la expectación estaba más que justificada, y lo cierto es que los de Thom Yorke no defraudaron en absoluto. Si hubiera que poner una sola pega a su concierto es que, posiblemente, se pasó de impoluto y calculado. Esa falta de mácula provoca cierta frialdad en la formas que ya encaja de lleno con la deriva sintética y calculada de todo lo que rodea a la banda. Se han convertido en un icono y ejercen como tal sin complejos. Con esa ambivalencia de navegar entre la autenticidad que te confiere lo indie y la seguridad de que cualquier cosa que hagas será bien recibida por esa masa de seguidores que te adoran y todo te lo perdonan. A esos, a los auténticos conocedores de tu carrera cabe sumarles un buen número de personas que estaban allí por la circunstancias y solo afinaron sus orejas cuando sonaron temas reconocibles como "Karma Police", "Paranoid Android", una sublime "Street Spirit" y. cómo no, "Creep". Un broche de oro con el que acabó y empezó todo.
Lo de The Last Shadow Puppets fue harina de otro costal. Si con Radiohead parecía que habíamos presenciado algo con cierto contenido místico y trascendental, Alex Turner se convirtió en ese diablillo dispuesto a desmontarlo todo. Su actitud sobreactuada se movía entre la parodia y el exceso para realzar una colección de temas que, seamos sinceros, no pasa de resultona. Por su parte Miles Kane ejerce de hombre serio y soporta con estoicismo la pose bufona y amanerada de su compañero. Es como si uno de lo tomara en serio y el otro fuera plenamente consciente de que esta unión es un puro juguete. Un divertimento que entretiene, pero no deja huella. Al igual que su directo.
Radiohead seguía privando al resto de artistas de una buena afluencia de público, aunque algunos ya se habían cansado y empezaban a aparecer a cuentagotas por otros escenarios. En el más pequeño de todos, y con algo de retraso, salía C. Tangana dispuesto a demostrar que no es solo ruido mediático lo que lleva alrededor. Un inicio de concierto impecable en cuanto a repertorio, aunque la cosa fue a menos con la colaboración que estrenaba en el festival con Rosalía, de la que probablemente sepamos más dentro de poco. Si ya el principio dejaba alto el listón en la recta final ponía el broche de oro con “Trouble, “Alligators”, “C.H.I.T.O.” y “100k pasos”. Puede que el público no vibrara tanto como en su última visita a las salas barcelonesas, pero difícil sacar tachas al directo de un Tangana que sobre el escenario consigue elevar temas a priori menores como “Lo hace conmigo” o “Los chikos de Madriz”.
Por su part, The Avalanches dieron una de cal y otra de arena. Lo que para unos fue una bendición, que no abusaran de su mítico “Since I Left You" y que la mayor parte del repertorio estuviera compuesta de temas nuevos -pertenezcan o no a su próximo disco- a otros les pareció el horror. Bajo el escenario había una auténtica fiesta, y precisamente por eso funcionaba el concierto, porque mirar hacia arriba era desalentador: los visuales no eran dignos de tal nombre y la puesta en escena era más que sosa, cuando todo el mundo esperaba que su gira de regreso sería con un espectáculo por todo lo alto. De todos modos, bien en lo musical, y es que al fin y al cabo los aciertos y las carencias de ayer no difieren tanto de lo que hicieron hace dieciséis años.
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