Miércoles 1 de junio de 2016 (Texto por Violeta Rabe)
Que la fiebre del verano ha comenzado a subir ya lo pronosticábamos en nuestro Especial Festivales, y qué mejor manera de calentar motores que con un concierto gratuito previo al inicio oficial del Primavera Sound Festival. Estuvimos en el Parc del Forum viviendo de cerca esa primera jornada, algo que se convirtió en la chispa que detonaría es una alucinante experiencia festivalera de cuatro días en el que la música, y no otra cosa, fue la auténtica protagonista. Como debe ser.
Mariposas en el estómago, caras de desconocidos que en el fondo se sienten familiares porque, de una u otra manera, todos estamos aquí por lo mismo: un amor indescriptible por la música en vivo. Por eso poco importaba enfrentarse con el proceso de rigor. Ese pasar por los diferentes filtros de seguridad para estar al otro lado de ese portal que divide la realidad de la ficción, porque estar dentro del recinto que acoge a todas las agrupaciones que conforman el elenco de artistas del Primavera Sound se siente así, totalmente irreal.
Como ovejas siguiendo el rebaño nos dejamos llevar por el sonido del bajo hasta el escenario Primavera, son las 20:15 y están probando el sonido para Goat. Pasan los minutos, la gente está ansiosa. Nos ubicamos en el centro del público, ni muy lejos ni muy cerca de la tarima, la idea es disfrutar de la música, tener espacio para bailar y no terminar ensordecidos por el volumen de los amplificadores.
¡Por fin!, ya está, comienza la agrupación sueca a desprender todo ese característico tribalismo psicodélico. Máscara, túnicas y color se mueven en el escenario y, aunque echamos a faltar unos visuales que acompañen a la banda desde el fondo, su puesta en escena, sus danzas tradicionales y la energía que transmiten hacen que olvidemos la ausencia de ese soporte audiovisual y nos dejamos llevar sin límites por el onírico momento que estamos presenciando.
Goat ha creado una atmósfera quimérica para que, tema tras tema, pareciera que nos fuéramos introduciendo en un bosque de Korpilombolo – ciudad de origen de la banda- y presenciar un ritual de adoración o una práctica vudú. Su identidad musical está fundada sobre las leyendas de la región, con el fin de recoger el legado cultural de su pueblo natal. Así es como el afrobeat con tintes de krautrock y psicodelia se mezcla con las músicas del mundo de esta agrupación sueca que, entre saltos y alabanzas a entidades místicas, nos dejan claro que el norte escandinavo tiene mucho para ofrecer más allá del post–punk.
Tras una hora de delirio surreal volvemos a la tierra, aunque hay gente a mi alrededor que todavía sigue en trance. Pasada media hora nos preparamos para tomar un DeLorean que nos llevará hasta Londres en la década de los noventa. Suede está sobre el escenario, la gente enloquece con el carisma de Brett Anderson y él parece saberlo. El concierto se inicia con “Introducing The Band”, seguido de “Outsiders”, tema extraído de su reciente trabajo discográfico “Night Thoughts”, inspirado y convincente, que certifica la solidez de su regreso. Los coqueteos con ese glam que evoluciona en un britpop muy al estilo de la banda, nos dejan claro que por mucho que pase el tiempo Suede aún no pierde su esencia. Con cada canción esa generación noventera enloquece mucho más y Anderson, que iniciaba el show de forma sobria e impecable, ahora es un ser desinhibido, totalmente enloquecido con su música.
Llega “For The Strangers” y es ahí cuando Brett Anderson se entrega literalmente, rompiendo esa barrera imaginaria entre público y artista, la multitud se abalanza hacia él y el esperado clímax se alcanza con “Beautiful Ones” Las luces reducen su intensidad hasta dejar el escenario a oscuras finalizando una gran noche que dejará un recuerdo imborrable y una manera excelente de dar pistoletazo de salida a todo lo que vendrás después , pero esa ya es otra historia.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.