Primavera Viernes
Thomas Arsenault es uno de esos artistas de veintitantos años de edad que tiene muy claras cuáles son sus intenciones. Bajo el nombre de Mas Ysa aportó luz a la primera hora de la tarde del viernes. Presentó el material que forma parte de su primera referencia discográfica “Worth” y sorprendió por su cercanía, por aumentar la carga rítmica de lo que expone en estudio y sobre todo porque nunca está de más ver a alguien creando electrónica modesta con cacharrería en lugar de con un anodino ordenador. Lástima que sus capacidades como visionario sean pocas: “gracias por dejarme tocar en este escenario y en este festival un día tan precioso”. La tormenta tardó poco más de media hora en descargar nuevamente sobre el evento barcelonés. Eso ocurrió poco después de que las psicodélicas Yamantaka//Sonic Titan desplegasen su extraña propuesta. Imaginen a las primeras Cocorosie o a una compañía de teatro japonés dirigiendo una banda de Montreal que suena como si alguien les hubiese rescatado de los setenta, les hubiese situado en pleno escenario ATP y les hubiese recomendado adaptar su repertorio de psicodelia y rock duro de aquellos tiempos a la situación. Pues eso, uno de esos conciertos que funcionan como desengrasante, pero difíciles de disfrutar. Suerte que, minutos más tarde, los legendarios Loop iban a dejar claro que no hay quien les tosa a la hora de exprimir el volumen y la distorsión de sus guitarras. Que unos tipos de cincuenta años deban recordarle a la gente lo que es sonar incómodos es algo que tiene mucha gracia. Si el mundo fuera más justo, su noise reiterativo, bruto y antesala del shoegaze debería citarse como referencia en muchas más ocasiones de las que se hace. Y vista su actuación de ayer, todavía con más motivo.
Drive-By Truckers fueron una de las formaciones que tocó bajo la lluvia. Intentaron que eso no desluciese su actuación, pero fue francamente imposible. La mayor parte del público andaba enfrascada en conseguir guarecerse de la lluvia que en su actuación. Eso sí, muchos recordarán por los tiempos de los tiempos la aparición del arco iris coincidiendo casi con el fin de la tormenta y con la despedida de su concierto.
Es posible que Haim (en la foto) no estuviesen donde están si no quedasen tan bien en fotos y clips, incluso muy posible, pero también es cierto que, sobre el escenario (en formato quinteto, acompañadas de batería y teclista), demostraron que son mucho más que eso. Despejando incógnitas y borrando suspicacias de un plumazo, las hermanas Este, Danielle y Alana sonaron con solidez y funcionaron tanto en los momentos más radiofórmula estadounidense de los ochenta como cuando se ponían unos puntos más rockeras. Si alguien pensó que el escenario Heineken se les iba a quedar grande (entre ellos un servidor), se equivocaba. A quien sí diría que le sobró escenario fue a Sharon Von Etten. Su propuesta suena a día de hoy todavía más íntima (intentó hasta bromear, pero la pobrecilla lo pasó fatal cuando se lió en un chiste) que con su material anterior, y pese a ofrecer un concierto dignísimo, hubiese sido mejor verla en Pitchfork y que The War On Drugs ocupasen su lugar en el ATP. Claro que abandonar su concierto para ver a FKA Twigs tampoco fue la solución. En estudio suena fantástica y muy cuidada, pero a aquellas horas y en concierto recordó demasiado a los tiempos en los que el trip hop iba de bajón. Esa es su propuesta, pero digamos que los tonos R&B y electrónicos de su material se quedaron en el camino entre la mesa de grabación y el equipo del escenario Pitchfork.
Teniendo en cuenta que no pude ver a Dominick Fernow (Prurient, Vatican Shadow) en la cúpula Bowers & Wilkins, enfrentarme a las canciones del “Sunbather” (Deathwish/Music As Usual, 13) de Deafheaven en directo fue la experiencia extrema del festival. Los de San Francisco son una verdadera apisonadora de brutalidad que no deja indiferente, aunque los matices más melódicos de sus grabaciones desaparezcan en su mayor parte cuando están sobre el escenario. Desde la actitud de su vocalista hasta su combinación de post-rock con radicalismo black metal, todo encajó perfectamente en un festival que, a esas horas, requería ya de un puñetazo en la mesa que dejase muchas cosas claras. Sonaron ariscos, radicales y, sobre todo, necesarios. Obviamente, al público ajeno a la propuesta le entró mucho mejor el concierto de los noruegos Kvelertak, por motivos obvios, pero no confundan una cosa con la otra. Kvelertak (en la foto) han sabido reinventar el legado nórdico de ciertas sonoridades, combinando la vocación de crear himnos de sus compatriotas Turbonegro con elevadas dosis de tralla y aceleración. Sonaron perfectos y contundentes, calzando un riff stoner aquí, una blastbeat death allí y sobre todo mucha energía. Las actuaciones de ambas bandas justificaron sobradamente perderse un concierto de The National que apuntaba a gran noche, en el que todo parecía encajar, desde el excelente sonido hasta las proyecciones. Pero no puede uno estar en todos sitios.
Dicen que Pixies tocaron aquella noche. Les escuché, disfruté escuchando algunos de los hits clásicos (e imprescindibles) de la formación que fueron encajando con rigor en su set list, pero la verdad, me siento incapaz de juzgar un concierto completo visto a miles de kilómetros (por exagerar, ya saben) del lugar en el que se estaba celebrando. Poco rigor, dirán algunos.
Por suerte, la fuga de buena parte del público masivo y extranjero tras el concierto de Frank Black y su banda permitió recuperar territorio y ver a los también estadounidenses !!! (foto superior) en mucho mejores condiciones. Cambiaron bastante su repertorio en relación a todas sus visitas anteriores, dejando para los minutos finales alguna artillería, con lo que al mismo tiempo subrayaran que su excelente directo funciona al margen de los temas más conocidos de su trayectoria. Mientras Nic Offer bailaba como de costumbre y bajaba entre el público, el resto de la formación mantenía la rítmica en ebullición sin que perdiese presión ni un instante. Me he cansado de repetirlo con cada una de sus visitas, pero estos tipos siempre funcionan, siempre. El día que Nic Offer deje de estar ahí tengo muy claro que muchos nos sentiremos huérfanos. Texto Joan S. Luna - Fotos: Hara Amorós
El disco de debut de León Benavente se conviritó el año pasado en el fenómeno indie de la temporada, motivo más que suficiente para que un par de miles de personas se acercaran a primera hora de la tarde al concierto que inaguraba ese tour de force en el que se han convertido los escenarios Heineken y Sony encarados el uno frente al otro, ofreciendo una zona muy cómoda en la que no para la música. Los Benavente se mostraron enchufados, con muchas ganas de agradar y subieron un par de velocidades su puesta en escena para adaptarla a un escenario magno en dimensiones que te puede amilanar si no echas el resto. Lo hicieron y tras despedirse con ese himno en el que se ha convertido “Ser brigada”, dejaron a los presentes con una enorme sonrisa de satisfacción en sus caras.
Hacía ilusión desandar lo andado y desplazarse hasta la otra punta del recinto para ver como se las apañaba Joana Serrat con las canciones de su segundo trabajo, el celebrado “Dear Great Canyon” y lo cierto es que espolada por el aguacero primaveral que cayó durante su show, se mostró mucho más contundente y segura que la actuación que pude presenciar hace un par de semanas en Vila-Seca. La catalana es un valor en alza y eventos como este la ayudan mucho a coger tablas.
La cancelación de Jenny Lewis trastocó mis planes iniciales a esa hora de la tarde y con el fin de la lluvia y un esplendoroso arcoiris anunciando la buena nueva de una jornada tan intensa como interesante, nos acercamos a ver el ejercicio de dominio de la intensidad y el ruido de unos veteranos como Loop. Es interesante ver como unos músicos que hace unos años dejaron atrás la época dorada de la juventud, se lanzan por ese tobogán de notas saturadas, haciendo de la distorsión una especie de salmo. Curioso que los más jóvenes no hayan sabido coger el testigo con la misma precisión y rabia. Otro veterano curtido en mil batallas, hasta convertirse en leyenda de la músca hecha en Nueva Orlenas es el Dr. John, quien apareció con su habitual sombrero y mítica trenza para hacer un lento ejercicio de r&b al que le faltó la garra propia de la juventud, aunque ando sobrado de oficio. Una actuación correcta, no memorable, que nos dejó temas de su excelente último trabajo como “Revolution” o clásico imperecederos como “Such a Night”.
Tras la visita del doctor, tocaba ver a una de las sensaciones de hace un par de años de este mismo festival. Tal fue el buen sabor de boca que dejó Sharon Van Etten, que le valió subir de categoría en la posición tanto escénica como en el cartel y, sin embargo, esta vez no estuvo a la altura de la expectación generada. No hizo un mal bolo, pero excesivos parones entre tema y tema e innecesario comentarios de la jugada, lastró un show que sí dejó constancia de la excelente voz de la de New Jersey muy bien arropada por una segunda voz femenina, y que tuvo su momento de gloria con esa preciosidad titulada “Everything Time The Sun Comes Up” con la que se despidió dejándonos en un estado de felicidad suprema a todos los que antes no habían salido huyendo para ver la actuación de Pixies. Es lo que tienen los festivales. Empiezas tocando para un público numerosos, y a la que avanza tu bolo se van produciendo deserciones, así que en ocasiones no es aconsejable guardarse lo mejor para el final.
Con la sonrisa dibujada en el rostro bajamos por las míticas escaleras del gran panel sonal del recinto, dispuestos a presenciar si The War On Drugs y más concretamente su líder Adam Granduciel, defendería con pasión los temas de su excelente último trabajo “Lost In The Dream”, sin saber que un retraso de cuarenta minutos trastocaría desde ese momento el plan de actuaciones marcado de antemano. Eso sí sirvió para comprobar un rato que Lee Ranaldo con sus Dust sigue guardando la esencia del ruido y que incluso alejado de los focos más mediaticos de Sonic Youth sigue haciendo verdaderos ejercicios de oficio y clase.
Y tras la inesperada espera por fin saltaron The War On Drugs con ganas de comerse el mundo, y francamente lo hicieron gracias a temas tan rotundos de su último trabajo como “Red Eyes”, “Eyes To The Wind” que sonó incluso más a Tom Petty en directo o esa mezcla entre Pink Floyd y J Mascis que es “Under The Presure”. Ases ganadores que nos hicieron preguntarnos sino hubiera merecido un marco más grande acorde con el estatus de la banda. Tras una rápida ojeada a The Growlers que no me provocó ni frío ni calor, tocaba pegarse un baño de brutalidad y ruido bien ejecutado. Deafheaven son una banda que hay que ver, aunque sea un ratito. Solo por los frenéticos movimientos de su vocalista George Clarke, quien parece dirigir a una invisible orquesta de metal esquizoide, ya vale mucho la pena el baño de cavernoso ruido estirado y contraido a conciencia.
Por último una versión muy intensa y desmadrada de The National me dejó gratamente sorprendido. Nunca he sido un fiel seguidor de la banda y sus discos no se cuentan entre mis preferidos, pero tras la exhibición de ayer noche, muy bien arropada por unos excelentes visuales, van a hacer que mi opinión sobre los de Ohio de un giro de ciento ochenta grados a partir de ahora. Su show demostró a los más incrédulos que son uno de lo grandes, sabiendo manejar a la perfección lo que debe ser un show festivalero, algo sobre lo que más de uno debería tomar buena nota. Texto Don Disturbios - Fotos : Gustaff Choos
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