Esteban y Manuel
Sábado
Me costaría diferenciar entre Okay Kaya en concierto y Okay Kaya practicando las canciones en su habitación. Quizás, por el extra de timidez añadido sobre el escenario. Digamos que se toma lo del bedroom pop al pie de la letra. Pero no es necesariamente como algo malo: acaba siendo parte del encanto -se hace querer, palabra- y refuerza el intimismo que sugieren por sí solas sus canciones, especialmente cuando se acompaña con la guitarra y no con el sinte. Aún así el concierto tiene altibajos pronunciados, y algunos cortes que en disco funcionan muy bien, como Dance Like U, pierden al quedarse reducidos a su esqueleto mínimo. Otros ganan, como IUD. (DGC)
Arropada por un bajo profundo y una banda técnicamente impecable, Kadhja Bonet continuó la tónica de los primeros grupos del día. Es decir, hubo mucha gente aburrida durante su concierto. Si ya en su último álbum, Childqueen (Fat Possum, 18), se orientaba hacia sonoridades clásicas y texturas jazzísticas, en directo apuesta por un recorrido plano y desganado por la música negra en el que da lo mismo que esté abordando r&b, pop, soul, jazz o funk: todo suena igual pasado por el filtro de Kadhja Bonet. No le vamos a negar aptitudes, le sobra voz y sale triunfante de cualquier registro, pero a veces da la impresión de que debería ponerse al servicio de las canciones en lugar de ponerlas al servicio de su voz. (DGC)
Serpentwithfeet fue lo mejor que le podía pasar al Primavera Club. 45 minutos de puro magnetismo, casi de dimensión espiritual, en que Josiah Wise hace suyo el escenario y conduce un viaje por sus entrañas -desde una perspectiva queer- con una banda sonora que dispara ecos de r&b, Frank Ocean, soul, texturas electrónicas, Antony & The Johnsons, gospel, minimalismo e incluso música clásica del XIX y el XX. Y todo encaja con una voz, una intensidad, una elegancia y una fluidez difíciles de creer. No le falta nada. (DGC)
Crumb bailaron el sábado con la más fea. El sudor del espectáculo apoteósico de Serpentwhifeet prácticamente salpicaba el rostro de los miembros de la banda americana. La energía del americano fue tal que las gotas -antigravedad- podrían haber empapado al cuarteto hasta ahogarlos. Aún así, no congregaron a pocos viajeros (de los que se mueven sin billete, solo con bolsita blanca anudada con alambre). Y las melodías preciosistas e iluminadas de la banda americana, a medio camino entre la psicodelia, el postrock y el sonido Canterbury, consiguieron su propósito: bajar las revoluciones y aligerar el peso del cuerpo. Cerca del sueño, pero nunca en él. (YSI)
Crumb
Las circunstancias hicieron que esta edición del Primavera Club prácticamente se planteara como una suerte de referéndum entre la pujante música urbana y el histórico dominio de las guitarras en el terreno de lo independiente. Hay que decir en honor a la verdad que si bien el premio a los más destacados conciertos de esta edición 2018 fue para los primeros, en realidad el público apostó por propuestas como la de Snail Mail, que congregó en Barceló a la práctica totalidad de asistentes. La banda de Lindsey Jordan presentaba Lush, su debut publicado por el sello Matador, que en directo se convirtió en una celebración del rock confesional alternativo que en los noventa practicaron artistas hoy semi olvidadas como Liz Phair o Juliana Hatfield, autoras de canciones bastante más redondas que las que firma la menuda Jordan. Pasado un rato llegamos a la conclusión de que si ese revival es lo que tiene que ofrecernos el indie-rock contemporáneo efectivamente va a resultar inevitable ir a buscar la excitación en otros sonidos y actitudes sobre el escenario bien diferentes. (Luis J. Menéndez)
Los dos universos en los que vive inmerso el discurso del Primavera Sound chocaron el sábado poco antes de la madrugada. En la grande de Apolo, la nostalgia, las guitarras noventeras. Y en la [2], tras la cancelación de última hora de Octavian, el trap de última camada. El pasado del festival, el enésimo revival de grupos como Pavement, encarnado por los americanos Hop Along, versus la música urbana contemporánea, capitaneada por Lil Mos. Hop Along no traen nada nuevo, pero traen algo que gusta -y mucho- a la parroquia clásica del PS. Su líder, Frances Quinlan, canta como los ángeles y le suma pegada feminista a sus actos, pero en directo sus guitarras no serpentean ni entran en los bucles nerviosos del indie rock del que beben sin descaro. (YSI)
A Lil Mos le tocó el papelón de sustituir a Octavian, baja de última hora siendo uno de los cabezas de cartel del festival, y lo hizo de la única manera en que podía hacerlo: siendo Lil Mos. Es decir, todo bien. Un directo ligero y sólido pese a lo breve de su catálogo en solitario en el que hubo tiempo para invocar a Cecilio G -#freececi- y para cantarle las cuarenta al rapero londinense por “no tener palabra”. No es el más energético del mundo sobre un escenario, pero es Lil Mos. Y no podría ser de otra manera. (DGC)
Si metes en una turmix al Gato Pérez, a Joe Crepúsculo, a La Pegatina y a Pimp Flaco, te sale un batido alucinante. De efectos psicotrópicos. Porque la nueva cumbia y salsa de teclados vivarachos y guitarras espídicas se canta con autotune. Y con acento gallego. Esteban & Manuel son una jodida fiesta y hacen fácil lo difícil: mover al personal, poner a las caderas a jugar, y no parecer a la vez un grupo de versiones de boda. Dos tipos con camisas de colores saturados cantando temas chiclosos que podrían salir en una Narcos de bajo presupuesto, pero que funcionan. Por citar una, de las más celebradas: El camino del milla (La banda sonora de tu día a día, 18). Prueben, que engancha. (YSI)
Si serpentwithfeet fue el primer aviso, JPEGMAFIA fue la confirmación de que el rap y la música negra iban a salvar el festival. Un directo de patada en la cara, con peligro, en el que las canciones glitcheadas y políticamente cargadas del de Baltimore ganan enteros y suenan como el presente que describe en ellas: sucias, caóticas, nerviosas y salvajes. Y ojo con él: también es una cuchilla andante, que diría Fermín. Se baña en sudor, rompe la garganta en cada tema, se tira al pogo cada cinco minutos, hace al cámara de la mesa de sonido temer por su vida y, sobre todo, nos hace sentir vivos. Y es justo lo necesitaba el festival. (DGC)
Slowthai
Slowthai era otro de los grandes reclamos, con una propuesta que ilumina uno de los posibles caminos futuros del grime y el UK rap, y prometía continuar la misma línea sudorosa de JPEGMAFIA. Se ha hablado mucho y muy bien de sus directos, pero aquí, siendo generosos, se quedó a medias. Los micros al 1 hicieron que solo escucháramos pregrabados durante toda la primera mitad de concierto, y para cuando se empezó a equilibrar la gente estaba demasiado fría o echando un piti abajo. Ni su MC acompañante Kwes Darko, con pasamontañas y colgando boca abajo de las tuberías del techo, pudo salvar aquello. (DGC)
La londinense Flohio sí supo canalizar aquella energía y dar un bolo de grime contundente en todos los sentidos, con las pilas cargadas y una fluidez en los fraseos por la que muchos matarían. Ya sabéis, pogos para dar y regalar. Tiene pocos temas publicados -cuatro, de hecho- pero todos son bangers de primer orden. Y por suerte, porque cuando llegue a la docena será difícil verla en petit comité. (DGC)
El homenaje a las músicas de los trópicos que gestaron Hugo Mendez y Frankie Francis (miembros del colectivo londinense Sofrito, responsables de varios recopilatorios sublimes de música del continente africano) la noche del sábado les haría merecedores de bautizar alguna isla deshabitada del Caribe o de algún baobab centenario en Nigeria. Todo a vinilo y siempre con una manita invisible de bombo sandunguero fondo, los dos pinchadiscos fueron entremezclando cumbia con afrobeat, bases ochentas con dub. Un espectáculo de sincronización, bagaje musical y propuesta en constante ascenso, ya pasadas las dos de la mañana, al alcance de muy pocos. A las 3 fueron las 2; ojalá hubiesen retrasado la hora un par de veces más. (YSI)
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