Lunes por la noche en la 2 de la Razzmatazz. Barcelona no ha logrado el sold out de Madrid, pero la sala está abarrotada de gente. El público es mayoritariamente masculino y de una edad más adulta de lo esperado, la media rondará los 40. Nada que ver con el festival veinteañero de aquel otoño del 2022 en la Apolo. Dicho ambiente provoca una sensación de concierto de culto, como si se tratase de un clásico, un clásico que se despide demasiado pronto, o al menos así lo han dado a entender con la salida de su último EP “The Machine Starts To Sing” (Secretly Canadian, 2025). La corta vida de Porridge Radio llega a su fin y culmina de la forma más valiente y noble posible: un cara a cara con el público. Ni textos, ni mensajes, ni largas entrevistas, ni extensas declaraciones, tan solo sus canciones y una gira Europea.
El reloj da las 21:05, la música de ambiente se desvanece y el escenario se tiñe de un rojo excitante. Entonces empieza a sonar “Born This Way” de Lady Gaga, himno empoderador que da la bienvenida a la banda de Brighton. Esta introducción rompe radicalmente con la nostalgia y la tristeza de la velada y marca una clara dirección del concierto: esto no va a ser un funeral, si no un homenaje a diez años de melodías valientes, profundas, agonizantes e irónicas que han aportado la honestidad más brutal al rock alternativo contemporáneo.
Sin ninguna palabra o saludo, los miembros de la banda toman posición, empuñan sus espadas en forma de instrumentos y sostienen sus escudos emocionales para lanzarse a la batalla con “Sick of The Blues”, tema que precisamente cierra su último disco “Clouds In The Sky They Will Always Be There For Me” (Secretly Canadian, 2024). Porridge Radio suenan fuertes, seguras, sólidas, sin sentimentalismos. En su forma de encarar el momento hay cierta actitud caballeresca, quizás algo contenida, tal vez incluso evitativa. Decía Dana Margolin en una entrevista para The Loud and Quiet Podcast que no soporta los finales, pero que al mismo tiempo sabe que cuando algo acaba, empiezan otras cosas y que es inevitable. Por sus declaraciones, se puede deducir que la decisión no viene de una insatisfacción o un desencuentro entre los miembros del grupo, sino por un instinto profundo y firme. Decía Margolin que le hubiera gustado anunciar su despedida con un “I am delighted to announce that everything ends”, declaración algo cruda que muestra una pérdida de ingenuidad por parte de la artista y que nos remite a temas tan concluyentes como “Don’t Want to Dance”, precisamente el tercero en sonar esta noche.
“Sleeptalker” inicia un encadenamiento de algunas canciones del último disco, baladas que quizás se acaban reiterando un poco y que se alejan de la picardía de los LPs anteriores. Tal vez está ahí, en la ligera monotonía y la tendencia a caer en versos lentos y melancólicos lo que no ha permitido a Porridge Radio subir tan alto como se esperaba. Quizás en tiempos tan complejos y nublados, el sollozo y el lamento suponen un riesgo que no todo el mundo está dispuesto a correr.
Pero esta bajada de ritmo en el repertorio tiene una ventaja y es que permite poner la atención en otros elementos tan hermosos como las miradas entre los músicos, que van cargadas de una ternura y un apoyo incondicional. Dana lleva el timón, pero su tripulación no baja la guardia en ningún momento, y aquella carga emocional que al inicio parecía no tener cabida empieza a desprenderse y contagiar el ambiente. Entonces Margolin, en uno de sus pocos comentarios, cuenta al público que hay muy pocos lugares en los que una pueda estar bien y que Barcelona es uno de ellos, lo que genera complicidad y agrado entre los oyentes. La artista explica que esa misma mañana había visitado el Flea Market y que casi pierde su libro de gira, nada más ni menos que Moby Dick. ¿Será coincidencia que su lectura precisamente narre la osada y autodestructiva travesía de un barco ballenero en la caza de la más grande de sus presas? Quizás sea algo rebuscado o tal vez se trate de un mensaje encriptado que deja en el aire, pero el paralelismo es inevitable.
Con “7 Seconds” se cierra el repertorio pausado y emerge cierto optimismo y disfrute con un tema que lleva la esencia del grupo: la repetición de su estribillo una y otra vez, creando así un constante nuevo significado y una agonía que se hace entrañable. El público cada vez alarga más sus aplausos en forma de reconocimiento y homenaje. Apenas alguien corea los temas en alto, ya que sería un sacrilegio perderse por última vez (al menos de momento) la escalofriante voz de Margolin, que precisamente esta noche suena como nunca: desgarrada, afinada y de una sinceridad casi punzante.
Una introducción instrumental visceral abre “Back to the Radio”, himno sempiterno de la banda que evidencia que nos encontramos en la parte final del concierto. Lo sabemos todos, pero no hace falta decirlo, ni el propio grupo lo anuncia, que por no anunciar ni siquiera ha comentado lo de la separación. Pero está bien, porque el pelo de Dana cada vez está más alborotado y el grupo cada vez suena más fuerte y se lanzan al público. Luego se asoman en la primera línea del escenario mirando fijamente a cada uno de los presentes, como si quisieran recordarlos para siempre, y les dan las gracias por todos estos años. Al acabar “The Rip” doblan los setlist en forma de cuatro aviones y los lanzan sobre el público.
Y fin. Parece simple y sencillo, pero no lo es. “We almost got better, we’re so unprepared for this”. Las luces se encienden y la sala se vacía poco a poco, pero el espíritu de una noche memorable aguardará para siempre en el escenario y, más internamente, en el corazón de los que estuvimos.
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