“Que le den a 1977. Nací en 1956. ¿Qué tiene que ver 1977 con 1956? Estoy aquí para hablar de mi presente y mi futuro”. Así, interrumpiendo la primera pregunta y marcando territorio, arrancaba John Lydon la rueda de prensa previa al concierto en una lluviosa mañana en Madrid. No fue el único momento de tensión en su jugosa comparecencia: el punto álgido llegó cuando acusó a uno de los asistentes de vago, entre otras cosas menos amables, por hacer referencia a The Fall. “No tengo nada que ver con borrachines”, sentenció ante la estruendosa carcajada general, asegurando a renglón seguido que ya había mandado al carajo a quienes, en aquel mismo año, acusaron al “grupo que no voy a nombrar” de copiar a los Ramones…”Soy el rey de los punks”, concluyó. Medio en broma. Y medio en serio.
En la breve conversación que mantuve con él hace un par de meses a propósito de su gira, Lydon ya me dejó claro que sigue poniéndose literalmente enfermo, por los nervios, antes de tocar. Y algo de eso debió pasarle en Madrid. Pero esa coraza defensiva, endurecida por años de guerra abierta con el “shitstem” (hasta que se ganó su libertad con su propio sello) y que potencia su lado histriónico y malévolo, se resquebrajaba por momentos, haciendo aparecer al tipo afable, vehemente y lúcido con el que yo hablé (que me agradeció sinceramente que le llevara para firmar una copia de su último disco en lugar de otro vinilo de “Never Mind The Bollocks”). No hay impostura alguna en Lydon, que se vanagloria de hablar claro en la música y en sus entrevistas, y que, con aspecto envidiablemente juvenil, dejó otras perlas maceradas en sosa cáustica: “He tocado con algunos de los mayores fraudes de la música” (aludiendo a algunos de sus ex). “Soy un joven de sesenta años”. “Me quedé de pie cuando todo el mundo estaba arrodillado”. “Cuando el punk se convirtió en una pose, lo mandé a tomar por culo”. “En el último mundial la mitad de los jugadores iban con mi corte de pelo. Quizá debería hacerme peluquero”.
“Cuando escribo una canción, planteo preguntas, la vida es complicada”, afirmó, ya más en serio. Y eso es lo que su resucitada banda hace en directo, aprovechando (novedad histórica) el buen rollo que tienen. En el cuarto concierto de la gira española (inicio de la europea), recurriendo como base del repertorio a sus más que dignos dos discos de su dignísima etapa reciente (cortes como “Double Trouble”, “Corporate” o “Deeper Water” convencieron a los más escépticos), certificaron su buena salud.
No creo que nadie en su sano juicio del nutrido público presente en la sala buscara la radicalidad kamikaze del breve periodo "Metal Box" (en un momento dado a alguien se le escapó el inevitable y cansino “God Save The Queen”), pero el grupo, con visible complicidad, cumplió con creces, alternando sus cortes más pop de los ochenta (“This Is Not A Love Song”, “Rise”) o de rock convencional (“Warrior”) con la oscura densidad experimental de “Religion II” o la escalofriante “Death Disco”, que sigue siendo el mismo inquietante monstruo rítmico que en 1980, con ese fraseo desquiciado de “El lago de los cisnes”. Todas, en versiones largas (a veces, demasiado), a la manera de aquellos singles de 45 rpm.
Las magníficas guitarras angulosas de Lu Edmonds y las letanías de Lydon, que se dejaba la piel en cada frase (como había prometido en la rueda de prensa), fueron piedra angular, naturalmente, en la hora y tres cuartos de concierto. Pero es la pulsión rítmica del bajo de Scott Firth (“por fin tenemos un buen bajista”, había dicho Lydon con sorna unas horas antes), apoyado por el sólido trabajo del batería Bruce Smith (The Pop Group, Rip Rig + Panic , The New Age Steppers,...), el sostén de una música que, acaba trascendiendo cualquier género, aunque arranca en el bajo, como sabe el jefe, que durante “Religion” rindió tributo a Firth. Terminaron con “Shoom”, el mejor corte de su último disco, momento en que Lydon permitió al respetable explayarse con lo de “What the world needs know is another fuck off”.
“Fuck off” que, por cierto, regaló de coña al respetable cuando, tras la emoción de los aplausos, le preguntó qué “Madrid" iba a ganar la Copa de Europa, y de la sala emergió una cacofonía ininteligible. Había división de opiniones, claro. Su Arsenal, ya lo sabemos, volvió a perder a las primeras de cambio. Todo el mundo se fue encantado.
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