En esas benditas contradicciones que (d)escriben la historia, el punk británico del 76-77 estaba lleno de músicos con un equipaje musical que era precisamente el que venían a subvertir, pero que muy poco después les sirviría de base para crecer y experimentar. Quizá por ello, ese período es tan inquietante y paradójico. Paul Weller, al frente de los Jam (1975-1982), era de los pocos que alardeaba de su tradición pop (o rock), como heredero natural de The Who, Small Faces o Kinks, y a la vez de su gusto por la música negra como ejemplar mod. Así, el resto renegó en una primera instancia de todo lo que no fuera causa directa de lo último (el punk), para poco después desvincularse cada uno a su manera. Johnny Rotten como Lydon en PIL, los Clash con "London Calling" o "Sandinista", Howard Devoto de Buzzkocks en Magazine, los Stranglers con "Golden brown" o los Damned en algo aún hoy inclasificable... Mientras, la salvaje inocencia de Sid Vicious le llevó a seguir al pie de la letra la autolisis que se presuponía al asunto.
Paul Weller, a quien nadie imaginaría con cresta o imperdibles, abrazaría a continuación el northern soul de la Motown a través de la sofisticación de The Style Council (1983-1989) y su elegancia de marca, con algunas pistas esbozadas ya en el progreso de los propios Jam. En él se dan la mano las raíces más nobles con una visión particular y futura que le ha concedido una trayectoria larga, en un destacado segundo plano mediático y artístico, como parte indiscutible de la historia, pero también como relator aceptable de toda y cada de las décadas siguientes. Es decir desde los noventa a hoy. Publicando periódicamente nuevos álbumes, no dejando nunca que pasaran más de dos-tres años entre uno y otro, (últimamente a ritmo vertiginoso, incluso), siempre en un tono atemporal y/o clasicista medio-alto, cuando no puntualmente brillante. Lo que se dice un valor seguro.
El Weller que tenemos hoy delante alrededor de 1.200 personas en Bilbao, no aparenta ni con mucho esa edad suya que coincide con la jubilación media. Un estado envidiable que le permite no parar de cantar en escena durante 110 minutos, repartidos en 27 canciones, a la vez que simultanea la eléctrica, la acústica y el piano. A sus lados, otros seis músicos que incluyen guitarra (Steve Cradock de sus acólitos Ocean Colour Scene), bajo, batería, percusión, teclados, saxo y flauta. El inglés hace suyo el paso del tiempo como un logro verdadero y evidente. Le escolta una percha perfecta, el savoir faire y hasta su melena canosa que los focos parecen tornar a rubio platino.
La cuestión ahora radica en la elección del repertorio entre los muchos posibles de casi medio siglo de actividad. Como era de prever y alabar, tira bastante de su cosecha reciente: álbumes como el muy estupendo "On sunset" de 2020 y "Fat pop" de 2021 acaparan muchos momentos, aunque quizá se deje en el tintero algunos destacados de ambos, o del hermosísimo "True meanings" (2018). El inicio con la mecánica "Cosmic fringes" puede incluso despistar, la base de su concierto está en ese soul estilizado y/o agitado con luminosas pinceladas funk y casi acid jazz, que sabe mezclar con base y cadencia pop-rockera que decae en alguna balada y tiempo medio demasiado previsible, pero que sube enteros cuando llega a la intriga expansiva de "More", el refinamiento de "That pleasure", o la delicadeza bien entendida de "Village". El recorrido por temas anteriores de su época solitaria tiene también algunas etapas de interés en el ritmo bluesero de "Stanley road", el frenesí de "Into tomorrow" o el empuje arrebatado de "The changingman" con la que se despide antes de volver para el bis. Incluso cuela una inédita "Jumble queen" que se supone adelanta un próximo álbum.
Y luego entre col y col, Weller alternó hasta cuatro canciones de Style Council y dos de The Jam, como razonable cuota a la morriña. "My ever changing moods" llega al principio, como segunda del lote, para deleite de una mayoría que explosiona sobre todo con el himno bailable "Shout to the top", y que aún con esa torpeza vasca saca el "Billy Elliot" que el-que-más-el-que-menos-lleva-dentro. El turno de canciones adhesivas se completa con la rebotante "Start!" y la emocionante sorpresa final de un "That's enternainment" que ya intuímos cuando Weller salió para un expectante segundo bis con la guitarra acústica. La noche anterior en Burdeos se decantó por "Town called malice" y dos días antes hurtó a los parisinos esa segunda salida, que según nos contaron sólo concede cuando se siente a gusto. De hecho en el set-list aparecía con tres interrogantes. El sabor final es satisfactorio, a pesar de que quizá, sólo quizá, no siempre alcanzara toda la grandeza que atesoran sus grabaciones.
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