Hay que saber separar las cosas. “La vida és ara” (20) es el mejor disco de Pau Vallvé. Su apuesta de directo es astuta. Que se haya llevado a cabo durante más de veinte fechas y en especial en estas últimas tres en Barcelona, es un milagro. Y yo, yo sería un cretino si no desgranara algo más de todas estas frases tajantes.
Vamos de principio a fin. Familias, parejas, chicos solos, chicas solas y muchas jóvenes en grupo ataviadas para la manifestación no mixta previa al 8 de marzo que empezará en unas horas. Todos ellos aguardan pacientes minutos antes del concierto en la minúscula esquina que delimita la Sala Barts. Con su respectiva distancia. Hay dos pases hoy: uno a las 17h y otro a las 20h. El propio Pau Vallvé ha pedido llegar con tiempo, a riesgo de tener que recortar el espectáculo. La gente ha cumplido. Es para creer en Dios.
Pese a todos los todos, el artista catalán ha llenado tres fechas en Barcelona. ¿Milagro, o no? Con público de lo más variopinto. Y ahora salto a lo rimbombante de “su mejor disco”. Nos atrevimos a mentar incluso en la entrevista para MondoSonoro aquello de “disco más maduro”. Pero es que “La vida és ara” (20) ha sido el mejor compañero de viaje de la pandemia. Diez temas en los que se aniquilan los ‘ticks’ del cantautor y la fiesta deriva incluso al bolero. Así lo explica el catalán nada más arrancar el ‘show’: “Me puse mis discos al inicio del encierro y –mientras se imita con voz lánguida– me dije: ‘Vaya palo, Pau Vallvé’”.
Pese a todos los todos, Pau Vallvé, que ya no es Pau Vallvé, ha atraído a más de un millar de personas en diferentes pases a una sala de conciertos. Y esas personas han vitoreado desde principio a fin un recital que –astuto– ya no es rock, ni épica, ni, claro, el mágico desdén tecnológico del cantautor ‘indie’.
En un cuadrado de tres por tres, el artista ha elaborado un set junto a Darío Vuelta que recuerda más al sótano donde gestó su disco que a sus antiguas puestas en escena guitarra-bajo-batería. Cacharros, lona al fondo y hasta estroboscopia.
Su ‘detox’ del rock se convierte en un dinámico paseo por el pop mínimo, el bolero o la electrónica synth. No hay nada de lo que suena que no se fabrique al momento. Magia de cerca, rosquillas recién horneadas. Por eso los vítores. Incluso las luces las tira Vuelta. Entre el público, el antiguo batería, y reputado mezclador, Víctor García, ejerce las veces de técnico, ganándose el sueldo y –ojalá sobre a final de año– hasta el aguinaldo. La voz de Vallvé, siempre raspada y con eco, vibra impecable sobre la tarima de ‘loops’, cajas de ritmos y teclados.
La virguería técnica no le aparta en ningún momento del auténtico objetivo del concierto: presentar el disco que mejor ha representado el 2020 en España. Un álbum que, traducido al directo, también es un –insisto– acompañamiento por lo más recóndito que cada uno vivió en pandemia, pero con ese halo de luz final. Un nuevo episodio de Pau “dejándose de hostias”, celebrando la vida. No sin su dosis de sorna entre temas: "Llevo toda la semana con la paranoia de ser contacto estrecho de alguien. Llevo así desde diciembre... No pasó, joder, ¡mañana a chupar farolas!".
Esa celebración, la de un tipo que mira atrás y abraza todo lo que ha sido es lo que reúne a público de tan diferente pelaje durante casi dos horas. Pese a todos los todos. Esa celebración es vulnerabilidad y espíritu reconocible por todos. Es un posado realista ante lo jodido y lo divino que permite que caigan lágrimas con “Èpoques glorioses”, menear el culo de entusiasmo con “Un sol radiant” o cantar a pulmón “Protagonistes”, el “Creep” del antiguo Pau Vallvé, pero el tema para ir cerrando del nuevo Pau Vallvé. ¡“Protagonistes”, eh!
Hay un Pau que se ha perdonado a sí mismo en este tiempo. Y de su tranquilidad emana el confort que llena tres días una sala en plena resaca pandémica. Todos perseguimos ese autoperdón. Todos salimos más cerquita de él tras el concierto.
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