Apenas llevábamos media hora de concierto cuando un fallo en la PA dejó sin volumen a la norteamericana y su grupo en la interpretación casi íntegra de la intensa “Free Money”, de su mítico debut “Horses”. Uno de esos incidentes desagradables que habría cortado el rollo y el ritmo de casi cualquier artista. No en el caso de la de Chicago, que se lo tomó con una sonrisa –“cuando las cosas se joden, lo que hay que hacer es repetirlas”, sentenció con lacónica sabiduría– y retomó el hilo hasta completar un concierto magnífico, en abierta comunión con un público entusiasmado y muy receptivo al crudo y cálido humanismo que derrocha la artista. Ella y su banda ofrecieron un emocionante y algo accidentado tributo a la música y el poder de las palabras, alternando algunos de sus clásicos inmortales con un buen puñado de versiones.
Seis años después de su anterior actuación madrileña –y con un retraso de dos en la que habría debido ser la actuación originalmente prevista–, la legendaria artista volvía a subirse al agradable escenario del ciclo de las Noches del Botánico: uno de los entornos privilegiados para combatir la canícula del verano madrileño, que esta semana nos da una tregua. Con un lleno total y disfrutando de una temperatura espléndida, nadie pareció echar en falta un disco nuevo que justificara la gira (aunque en el puesto estaba su recopilación doble del Record Store Day): como sucedió hace unas semanas con la visita de The Rolling Stones, en términos generacionales estamos ante una mujer que cumplirá en diciembre setenta y seis años, y hay que disfrutar mientras se pueda de su hipnótico magisterio y de una voz que parece eterna.
En realidad, a excepción de su volcánica primera etapa, la norteamericana nunca se ha prodigado discográficamente. Ya en los ochenta tomó la decisión de anteponer su vida personal y familiar. Hace tiempo que se dedica a escribir, juguetear en su Instagram y girar con su carisma intacto. Porque, ¿quién maneja las palabras con la potencia y autoridad de la norteamericana? Bob Dylan, Nick Cave, Marianne Faithfull… un puñado de elegidos. Difícil explicar el magnetismo que irradia esta mujer, que con sus bailecillos y el poder chamánico de sus brazos, sus puños y su tremenda voz derrocha una verdad recia que parece provenir de una calidez genuina derivada de sus orígenes humildes y una vida en la que no han faltado las tragedias. Aún así, Smith no pierde ocasión para mostrarse agradecida a la vida, como demuestra con “Grateful”, que interpreta justo después de “Redondo Beach”, con la que inicia un concierto que va adquiriendo un peso majestuoso, a pesar de las pequeñas calamidades técnicas. La humildad jovial de la artista es totalmente sincera.
Smith nos pone la carne de gallina recitando el poema de su amigo Allen Ginsberg “Footnote To Howl”, fallecido, como nos recuerda, hace un cuarto de siglo: una oda al vitalismo salvaje y sin reservas que también, a su manera, es el rock. Versiona a su ídolo Bob Dylan con más talento y respeto que nadie (“The Wicked Messenger”, la preciosa “One Too Many Mornings”), recordando a los paletos por qué le dieron el Nobel de Literatura. E interpreta sus clásicos como si hubieran sido grabados ayer mismo, flanqueada por Lenny Kaye y su hijo Jackson, que se luce puntualmente con sus guitarras intrincadas. La banda alterna volumen de rock o blues, delicadeza folk y desarrollos cuasi psicodélicos con precisión y gusto, como si sus miembros llevaran toda la vida tocando juntos. El grupo encadena versiones incendiarias de “Helter Skelter” –homenaje a Paul McCartney en su ochenta cumpleaños– y “I Wanna Be Your Dog” de The Stooges, ésta con Kaye a la voz, mientras Patti, que les ve discretamente en la parte de atrás, se toma un respiro.
La cantante evoca a su añorado compañero y esposo Fred “Sonic” Smith con la emocionante “Because The Night”, le hace una elegante y graciosa dedicatoria a su amigo “el capitán Jack Sparrow” y nos dice que no permitiremos que ni corporaciones ni gobiernos nos jodan la vida. Es la única alusión política que hay, junto a las banderas ucranianas que cubren dos amplificadores. El resto, como debe ser, son canciones para la Historia que nos reconcilian en nuestra humanidad: “Dancing Barefoot” suena grácil y fresca; “Pissing In A River” y su mítica relectura de “Gloria” (de Van Morrison y Them), tan poderosas como el día en que se grabaron.
El bis de “People Have The Power” llevó a los asistentes al éxtasis, con la hija de Patti, Jesse Paris, que se había unido a la banda en las últimas tres canciones, a los teclados. Con este himno catártico, Patti Smith, artista única de un mundo que se acaba, nos recuerda que no olvidemos lo especiales que somos, y nos da las buenas noches para cerrar una velada que permanecerá en la memoria de quienes tuvieron la suerte de estar allí.
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