Eterno magnetismo
ConciertosPatti Smith

Eterno magnetismo

9 / 10
Jon Pagola — 29-09-2022
Fecha — 28 septiembre, 2022
Sala — Auditorio Kursaal
Fotografía — Jokin Fernández

Parece una tontería, pero no lo es en absoluto. En la página web de Patti Smith, hay una pestaña que con el nombre de Jobs muestra los trabajos de la artista estadounidense. Se menciona el concierto de celebración de su 76 cumpleaños, el día 30 de diciembre, en Brooklyn; aparece la portada con un autorretrato a lo Vivian Maier de su nuevo libro “A Book of Days”; y, por último, un enlace te lleva a su último disco en solitario, el ya lejano "Banga" (2012).

La poetisa y rockera, que llegó a Nueva York a finales de los 60 con una mano delante y otra detrás, emergió en San Sebastián como si no hubiera pasado el tiempo: Patti Smith, la mujer de aires neohippies de siempre. Una mujer mayor, delgada y de aspecto desaliñado que se mueve y canta como una jovenzuela. Una trabajadora del sector musical. El auditorio donostiarra no se llenó, pero presentó un magnífico aspecto. El show costaba la friolera de 80 euros, el mismo precio que se había establecido con Iggy Pop este verano. El público era mayoritariamente maduro, con la edad suficiente como para haber disfrutado en su momento de sus primeros álbumes, desde el seminal “Horses” (1975) hasta “Wave” (1979).

Este es uno de sus oficios: ofrecer conciertos de rock. Y cada vez que actúa deja huella, emocionando hasta a los muertos con su presencia. Saludó al público (“¡Hola, San Sebastián!”) a las 20:10 horas, diez minutos más tarde de lo previsto, mientras la espera se amenizaba con música reggae. Ritmos jamaicanos antes del paulatino éxtasis colectivo. Al principio, pareció despistada: se le olvidaron las gafas y falló con la guitarra acústica en el segundo tema. Fueron detalles sin importancia, gajes del oficio. El ambiente se fue caldeando hasta que, hacia la media hora, masticó los versos de “Footnote to Howl” de Allen Ginsberg en el 25 aniversario de su muerte. El Kursaal atendió el mini-recital poético en un silencio sobrecogedor.

A las 20:50 llegó el primer himno: “Dancing Barefoot”. ¿Se puede reciclar una vieja canción, insuflarle una nueva vida y que logre emocionar como la primera vez? Si tienes la energía y la autenticidad de Patti Smith y a su lado pones a dos músicos tan competentes como Tony Shanahan (bajo y teclados) y su hijo Jackson Smith (guitarra), todo es posible. Más tarde, los dos músicos fueron los culpables de un duelo superlativo, retándose como pistoleros ruidosos con sus instrumentos.

Patti es una mujer generosa. No se le caen los anillos por contentar al público y, de paso, a la historia del rock, rescatando canciones de leyendas como Bob Dylan, Neil Young o Lou Reed. Del primero tocaron “One to Many Mornings”, una de sus canciones favoritas del cantautor de Minnesota; la delicada “After the Gold Rush” de Young tuvo un guiño al cambio climático; “Walk On The Wild Side” fue cosa de los chicos. Patti Smith observaba desde la esquina lo bien que recreaba su grupo el clásico rock neoyorquino. Se acordó de su marido, Fred Sonic Smith, fallecido en 1994, y del promotor catalán Gay Mercader, que le llevó de gira a España por primera vez en 1976.

Exceptuando “Because The Night”, que cayó en la tanda final junto a unas soberbias interpretaciones de “Gloria: In Excelsis Dio” y “People Have the Power”, la carrera de la madrina del punk no ha estado jalonada de grandes éxitos comerciales. Ella ha sido una corredora de fondo que no se ha desmarcado un pelo de su filosofía contra una sociedad acelerada y la prisa como estilo de vida. Publica discos a cuentagotas y en directo se prodiga lo justo; cuando tiene algo que decir. Por lo visto en el Kursaal, aún no ha dicho la última palabra.

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