Postales desde Tokyo
ConciertosPamplona Reclassics

Postales desde Tokyo

9 / 10
Oswald Tanco — 04-08-2020
Fecha — 01 agosto, 2020
Sala — Varios espacios Pamplona
Fotografía — Oswald Tanco

Pamplona Reclassics, el festival que ha surgido en la capital navarra con la intención de tender puentes entre la música clásica y las corrientes contemporáneas, llegaba este julio abriéndose paso en un mapa de festivales yermo de oferta.

En su primera edición sacada adelante en plena pandemia, el festival venía con la vocación clara de romper con los estereotipos de un género en teoría dedicado a la alta cultura, para establecerse como una oferta abierta a todos los públicos. De la misma manera, mostraba su interés de dejar claro que el género puede trasmitirse de la manera convencional pero también a través de beats, drones y reformulaciones de estudio. El artista de Luxemburgo pero residente en Barcelona, Francesco Tristano, responde muy bien a esta visión de mostrar un movimiento musical que no está en un baúl que se abre para la ocasión, si no que puede encontrarse en un proceso de cambios continúo, abriéndose al presente y al futuro.

El compositor, en su apuesta por desdibujar fronteras entre lo clásico y lo contemporáneo ha llegado a mezclar la música barroca de Bach junto a la vanguardia de John Cage, crear alianzas con la segunda ola de Detroit como Carl Craig y grabar con el sello de música electrónica, pero de vocación clásica Infiné. Con tan poderoso curriculum, el festival no podía tener mejor presentación que la de apuntarse el tanto de traer a un artista internacional de este nivel en su única fecha dentro del país y en un concierto al aire libre.

El pianista venía a presentar "Tokyo Stories", un álbum que en sus propias palabras no intenta explicar Tokyo ni ser un concepción generalista de ese lugar, si no que se quiere configurar como la visión personal del país nipón a través de los ojos del del artista en sus diferentes viajes.

Lo primero que destaca sobre el recinto y que demuestra el gran acierto de seguir adelante con este festival, pese a la crisis sanitaria, es la elección de un espacio como La Ciudadela. Como puntos fuertes un escenario a la altura de los asistentes, separación necesaria entre asientos y una acústica acorde al evento a pesar de ser un festival en un enclave urbano. Además, siendo un festival que apuesta por la innovación en las artes, es de agradecer también la labor didáctica de presentar al artista en cuestión con una introducción aportando una breve biografía y obra de lo que va a suceder encima del escenario.

Con una sobriedad y puesta en escena minimalista con el solo acompañamiento de unas luces con el logo del festival, entraba en escena Francesco Tristano para hacer sonar las primeras notas de “Neon City” a modo de introducción a este viaje al país asiático. Seguidamente “Electric Mirror”, la que es quizá la pieza que mejor ejemplifica la mezcla entre lo clásico y lo moderno. Partiendo de la base de una composición original del artista barroco, John Phillip Romeau, el artista teje una burbujeante vista audiovisual apoyada con bellas imágenes en blanco y negro realizadas para la ocasión. Al frenético ritmo barroquizante se le suma el sonido y la modulación retrofuturista del sintetizador Yamaha, elemento que es utilizado con el mismo virtuosismo que el piano clásico.

Las postales sobre Tokyo se van sucediendo, algunas más desnudas en sus elementos más mínimos como “Yo Yogi Reset” o “Chi No Oto”, piezas que animan a dejarse llevar en un remanso de paz en la que las diapositivas nos muestran sonidos de la urbe, recitados en japonés y ecos de lluvia en lo que es la parte más orgánica y melancólica del show. La colaboración con el artista argentino Guti en el disco en el tema “Insomnia” nos abre hacia la parte más bailable. Lo bueno de las grandes composiciones es que funcionan muy bien tanto en su versión con beats como sin ellos y en este caso, mediante samplers en directo, ha conseguido convertir una sosegada pieza de new classical en un track que podría sonar a las 4 de la mañana en cualquier club.

Y así se van sucediendo las visiones personales de Tokyo hasta que llegamos a la parte final en la que el compositor aparta la presentación de los temas del disco para entrar de lleno en esta vertiente clubber. Los movimientos de cabeza del público, los silbidos de última fila y las luces a modo de discoteca improvisada, convierten un concierto de clásica en una poderosa banda sonora nocturna, que subraya las querencias del compositor por la música de baile. Con el ejercicio de las cuatro notas a modo de loop, como mandan los cánones de la música de baile predominante en los últimos 30 años, realiza un proceso en la que el brioso ritmo y la frenética actitud convencen a la audiencia hasta el punto de despertar unas ligeras palmas (¡palmas en la clásica!)
El aplauso y el agradecimiento final del público demuestran que esta versión de Tristano, respetuosa con la clásica e innovadora con los elementos de la música de baile convence. Tanto que el público profano en estas lides se queda esperando un bis que no llega pero que tampoco hace falta para que lo presenciado nos deje con el recuerdo de un bello concierto de verano.

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