Owl City, las dos caras de la verdad
ConciertosOwl City

Owl City, las dos caras de la verdad

6 / 10
Joan S. Luna — 22-09-2011
Empresa — Doctor Music
Sala — Apolo Sala [2], Barcelona
Fotografía — Edu Tuset

A primera vista, Oliver Sabin podría parecer uno de esos chicos a los que sus compañeros de clase han obsequiado durante años con collejas nada piadosas, pero no ha habido tiempo para eso. Sabin tiene ahora mismo diecinueve años y a sus espaldas quedan ya giras junto al también escocés Calvin Harris o remezclas publicadas de artistas como Pet Shop Boys o Gorillaz, que se dice pronto. En todo caso, aunque en concierto no dé palo al agua en lo que a instrumentos se refiere, su espontaneidad y desparpajo son suficientes para conseguir meterse a la gente en el bolsillo. El Oliver Sabin que uno se encuentra sobre el escenario es el Sabin que más tarde se abraza y fotografía con los fans o que luce un gorrito lanudo de león, solo que actuando se convierte en un tipo que baila frenéticamente mientras suenan canciones como “Boys Of Paradise”, sin duda uno de los temas que mejor pueden encajar los lectores de esta publicación. Pero claro, Sabin no era la estrella de la noche. Lo era Adam Young, más conocido como Owl City.
No sé si habrán ustedes visto “Las dos caras de la verdad” (Gregory Hoblit, 96), con Edward Norton y Richard Gere como protagonistas. Bien, si lo han hecho entenderán de qué les estoy hablando. Adam Young vendría a ser Norton, y un servidor, bien podría colar por Gere. Habíamos aceptado ya que, pese a que en directo lleva tiempo contando con el apoyo de un batería, una sección de cuerda y dos teclistas, el joven de Minnesota era un tipo tímido que había compuesto sus grandes canciones (con “Fireflies” y “Hello Seattle” como hits principales) en la soledad de su habitación, frente a un par de teclados y un ordenador. Y nos gustaba que fuese así, que fuese un chico corriente, cristiano y apocado capaz de cumplir el sueño americano y llegar al número uno de las listas de ventas a los pocos meses de presentarse en sociedad. Ahí hundíamos la base de nuestros argumentos quienes le apoyábamos en público. Pero claro, el tiempo ha ido transcurriendo y hemos pasado del Norton que gana el juicio al otro Norton, al Norton que descubrimos al acabar la película. El directo de Owl City suena impecable, repasa todos sus éxitos, la puesta en escena no tiene fisuras más allá de la similitud entre canciones, la iluminación está cuidada y tiene su gracia escuchar los breves discursos de Young mientras suenan campanillas o pajarillos como fondo sonoro. Pero uno entiende que las cosas han cambiado en su carrera. Young ha triunfado demasiado para mostrarse como es en realidad. O eso o su sinceridad solamente puede entenderse sumergiéndose en un tipo de juventud muy alejada de la que suele llenar los conciertos a los que solemos acudir. Young sonríe incansablemente, abre sus brazos como un mesías que ha aprendido con un coach, empuña su guitarra y maneja el pie de micro como el Owl City que llena estadios en Estados Unidos y no él Owl City que escribía canciones en su habitación. Y sabe mal, por mucho que su directo suene bien y sólido. El éxito es depredador y, aunque no se haya comido la gracia de sus canciones, sí parece haberlo engullido a él. Será cosa de expectativas y de confianza. Y vuelvo a pensar en “Las dos caras de la verdad”...

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