Rock del pueblo
ConciertosOrozkorock

Rock del pueblo

8 / 10
Reuben Weedianaut — 27-05-2022
Fecha — 20 mayo, 2022
Fotografía — Reuben Weedianaut

El municipio de Orozko ha estado siempre unido al Parque Natural del Gorbea, pero al igual que en el resto de Euskal Herria, su compromiso con la cultura, y en este caso el rock, siempre ha sido elemento indisociable de la comunidad local. Como muestra de ello, en 2019 un grupo de diferentes cuadrillas decidieron organizar el festival Orozkorock, una jornada maratoniana de doce horas con la que dar un empujón al género en la comarca. Tras el éxito cosechado, la reválida se vio truncada al año siguiente, a pesar de haber trasladado la fecha hasta mediados de otoño con la confianza de poder celebrarlo sin restricciones. Pasado el año más largo de la Historia, deciden doblar la apuesta y redoblar esfuerzos para la edición 2020+2, pasando así a dos jornadas, manteniendo (y ampliando a su vez) las mismas bandas en cartel, en un gesto que honra a la organización y demuestra el buen hacer que quedó refrendado en cada aspecto del fin de semana.

El viernes abrían puertas puntualmente con la pereza propia del pistoletazo de salida en estos saraos. Siendo laborable, y no tratándose de evento masivo como otros de índole principalmente capitalista, el público fue dejándose caer a lo largo de la tarde con los cabezas de cartel en mente y con la pulsera del abono para volver al día siguiente en su gran mayoría. Así pues, apenas medio centenar se congregaba para presenciar la actuación de Kurkuma, premio por haber resultado ganadores del concurso de bandas organizado en los Sanantolines locales de 2019. Con un puñado de acompañantes del Baztan en las primeras filas y Xanpe (Π L.T., Koba Estudio) a los mandos de la mesa (responsable también del sonido en el último disco de los de Doneztebe), se desmarcan del saco stoner desde la inicial “Aftertulian” (primer tema de su debut homónimo), evitando la comparación fácil con bandas como Rodeo o Mocker’s. A pesar de la inevitable timidez de los primeros compases, dejan claro que lo suyo es la contundencia. La caja es un tiro, y el bajo restalla con la firmeza de Helmet hasta alcanzar la solidez definitiva con “Burua etxe zaharkitutzat marraztu zenun” antes del primer parón en el set, demostrando que, además de Irun, hay otros lugares que beben de las aguas del Bidasoa. Presentan nuevo álbum (“Bel3zidorrean Hör”) y se nota. Suenan a Dut sin recordar a los irundarras, y cuando Maitane canta en “Erretratu Bertikalak” se acercan a Kashbad, para pasar a un medio tiempo post-hardcore muy Berri Txarrak que enseguida enlaza con el (post-)grunge de Silverchair y la intensidad de unos Soundgarden en “Belezidorrean”. Su cantante no es Chris Cornell, desde luego, pero, ataviado con una camisa muy de la época del “Temple of the Dog”, va ganando en confianza y en cuerdas vocales según avanza el show, usando dos micrófonos con distinta EQ para generar dinámicas con la voz en medio del caos noise rock, y se hace fuerte con “Gogorra Hauskor” (como Thrice vía Hertzainak) para cerrar con la épica “Cosmic” como un talde más de los surgidos de la Plaza Mosku.

ERASO! es un grupo que damos por hecho en el metal euskaldun desde que debutaran el siglo pasado en la extinta Mil A Gritos. Comienzan trazando un puente entre pasado y presente con “Oraina eta Geroa”, ecos a Korn en la percusión y a nuestra adolescencia en el ambiente. Podemos ver a gente del Dimetal Fest dándolo todo entre una audiencia en aumento, y también echando una mano con los distintos turnos, haciendo de la autogestión estandarte en hermandad desde el vecino Valle de Arratia. Los de Zarautz no hacen prisioneros, te ganan por aplastamiento. “Erantzunik Gabe” recuerda a los Piletes de Mungia (Xanpe se llevaría dedicatoria más adelante) y Serge coge el fusil como Steve Harris en un repaso a toda su carrera y a todo el metal que nos vio crecer en los 80/90/00s: de Metallica a Sepultura y de Pantera a Machine Head, sin renunciar a la melodía como los de Rob Flinn en “The Burning Red” y todo ello empapado del tribalismo nu metal de Soulfly. Empezamos a ver llegar las primeras familias con criaturas de distintas edades y la temperatura sube bajo la carpa. Más deslavados en “Algoritmo Bat”, recuperan la fe con “Fede Faltsua”, y “Altzairuzko” los demuestra impenetrables al paso del tiempo como sus coetáneos OST, presentes en las camisetas de los hijos del bajista y en el ADN de los del Cantábrico. Incombustibles. Ora como Hamlet, ora como Söber. Ni sordos, ni mudos. Memoria y porvenir. Que lo que tenga que suceder te coja en la calle. Latidos de asfalto a ritmo de groove metal y chops como adoquines. “Azalarazten” para terminar con el sentimiento de ser familia a flor de piel, con la tranquilidad de no tener que contar nuestros recuerdos a las generaciones venideras, porque podrán vivirlos a través del legado de la música.

SUA eran, a priori, la banda “menos rock” sobre el papel de entre todas las que se subieron a las tablas en ambas fechas. No sé si espoleadas por eso mismo, o por la necesidad de subir a cara de perro con un pruebatoca de manual, pero elevaron su indie sobre la brea reinante a golpe de bombo y a fuerza de su buen hacer en lides análogas. Con Txufo (Empty Files) afinando la maquinaria, para la proverbial tercera canción de su “Ordu Beltzak” están carburando y el público bailando “Gau(ero)” rendido a la sección rítmica de la banda, con Janire poniendo el post-punk desde las cuatro cuerdas y la percusión de Esteban (Mi Buenaventura) marcando los pasos de baile para esa noche. Arreglos de guitarra elegantes como sintes en “Zapatu Gaua”, primer hitazo de la terna con Ane elevándose como frontwoman y Julen en segundo plano, discreto pero siempre presente. Esto era lo que merecíamos. Latineo en los parches, reggaeton y cumbia con el desparpajo de Turnstile y con el aplomo de unos Belako ante un estadio a rebosar. En “Love” suenan a los New Order de “Substance”, mutando con “Hormak” y “Reddish” del after-punk de los de Hook a los Garbage de Shirley Manson, con su propio Butch Vig a los controles. En “Hunting” se tornan en The Breeders, trotonas como Kim Deal, bailables pero macarras como las que más. Cencerros onda DFA para la pista de grava y sorpresa entre quienes se congregan para los siguientes cabezas de cartel ante el inusitado despliegue del cuarteto. “Let Me Enter” no se aleja del punk-oi! tan en boga en la actualidad, y “Shame” pone un punto rockabilly con el que vemos gozar a Micky Shöck en el pit. “You Don´t Care” suena a los Beastie Boys de Kate Schellenbach con Brody Dalle escupiendo barras hardcore asentadas en el bajo, y para cuando cierran con el tema que da nombre a su último LP, no hay nadie en el recinto que no se haya sentido libre en su interior para mover las caderas y rendirse sin prejuicios al indie.

Viva Belgrado son un grupo que, guste más o menos, ha marcado un antes y un después en lo que hemos dado en llamar “escena”. Desde sus comienzos screamo a los temas más cercanos al bedroom trap/lo-fi actuales, su actitud y sus letras han marcado a una variedad de personalidades de manera palpable desde que suena “Un Collar”. Sin su habitual técnico presente, dominar a la bestia que son los cordobeses no es tarea fácil, y ciertos pasajes del setlist se ven comprometidos por ello, pero el círculo que forman los cuatro es un puño y tienen el culo pelado de furgoneta por toda Europa, Latinoamérica y Japón, así que no deja de ser un día más en la oficina para ellos. Mantenemos algunos vicios porque nos sostienen con vida, y la música es el principal de ellos. Shibaris emocionales porque eso es lo que somos. Emociones encerradas en cuerpos que se liberan levantando puños al aire con “Erida”, veneno y antídoto a la vez, como una versión andaluza de BTX. Jaio.Musika.Bizipoza. Escalamos “Annapurnas” con Cándido como sherpa de nuestras emociones, sin reparo en desnudarnos. Esta noche ninguna se dará por vencida. Saludan a la afición, que canta cada palabra con un significado singular, y tensan “Una Soga” como sólo ellos saben, con Ángel de espaldas, atento a cada vaivén de Álvaro a la batería, y Jaime (Catorce/De la Cuna a la Tumba) aportando fisicidad a la guitarra frente a la delicadeza habitual del ausente Pedro a las seis cuerdas. “Bellavista” fue el disco del confinamiento para muchas de las presentes, un relato que seguir mientras abríamos una birra fría mirando a través de nuestra ventana personal, preguntándonos qué habría detrás de ella. Sentimientos a flor (y carne) de piel, porque cada una tiene su historia oculta entre la hojarasca de la “Madreselva”, a estas alturas de su carrera convertida en una sola canción junto a su predecesora en el disco que los encumbró, y el que más nos remueve por dentro, a juzgar por las reacciones cada vez que vuelven la vista a él en directo. La mirada de los 1.000 metros. “Por la Mañana Temprano” habrá tiempo para preocuparse por ese dolor que nos sienta bien, y sirve de respiro para clavarnos los dientes con las fauces heladas de “El Gran Danés”. Nadie muere bajo el sol y siempre hay un nuevo amanecer que contemplar. “Ravenala” para acabar sintetizando entre aplausos desde un podio reluciente la propia esencia del Orozkorock. “A las buenas vistas. A los reencuentros. Y la vida, que es movimiento”.

The Clayton se incorporaban al cartel a última hora en sustitución de The Riff Truckers, y la organización no podría haber hecho mejor elección. A pesar de tener otro bolo esa misma noche en su Aramaio natal, no pudieron negarse ante el empuje de un todo pueblo en favor de la cultura, cercano a la quimera actualmente. Compromiso. A pesar de la temprana apertura de puertas, se congregaba el doble de asistencia que el viernes para el inicio de las hostilidades, mientras toman el escenario al asalto como si tuvieran delante cientos de almas. “Tight Fitting Pants” a modo de intro, sólo así resurge el fénix. Porque nos negamos a creer que la vida tiene que ser vacía y aburrida. Pitillos y estampado de leopardo, punk rock con énfasis en el ROCK. Agros cual Milos descendientes de Gorbeialdea, no se dejan encasillar fácilmente, y “Rush Hour” pone el punto trucker de los gernikeses ausentes, momento de calzarse la gorra de camionero y escupir tabaco con aguardiente. Uniformados como The Hives, sin tanto histrionismo pero con un show igualmente medido. Las camisas (muy Scott Weiland) interactúan sin tregua y el animal-print (muy Dictators/NY Dolls) pone los coros onda Rancid, mientras los tirantes sostienen el entramado desde atrás con sus baquetas. Compenetrados como uno solo, su cantante se come el escenario y todo el quinteto es un derroche de actitud. Sueñan americano con acento sueco, y se nota que su radio sintoniza sin interferencias el canal del hombre pájaro aussie cuando se desmarcan con una versión de los australianos The Volcanics. “Kendu Gorbata” da ganas de hacer lo propio hasta altas horas de la madrugada, un hitazo incontestable. “Quieren Rock” y lo hacen canalla. “Flammable Fingers” encadenando solos con la clase de Knopfler. “Zentzumenak Galtzeraino” resume bien lo presenciado: “Pasioa. Desioa. Eta sua”. Siempre en mi equipo.

Confieso que Niña Coyote & Chica Tornado no son un grupo que escuche habitualmente en casa, pero si tocan en directo, no deberías perdértelos. Son un huracán jueguen en la plaza que jueguen. Suben a las tablas en compañía de la música del recientemente fallecido Vangelis, con indumentaria rosa fresa (ácida) a juego y la sola intención de volar todo por los aires. Se compenetran como dúo y como pareja, y parece mentira que suene como unos Mastodon siendo solo dos personas sobre el escenario. El entramado de Koldo a tal efecto impresiona sólo con mirarlo. Cinco pantallas y una pedalera que parece el puente de mando de la Enterprise, dispuestas para una guitarra que despeina con solo colgársela. El cansancio hace mella y no soy capaz de seguir el setlist con propiedad, pero a la tercera presentan un tema nuevo en el que vemos nuevas facetas del combo y unas voces más melódicas de lo acostumbrado en sus casi diez años de trayectoria conjunta. Uxua maneja el tempo a su antojo para controlar el vendaval, imperial como una Jane Bonham de perfil al público sobre su propia tarima, sin perder nunca la visual con su compañero. Su stoner rock puede llegar a resultar reiterativo en ciertos compases, pero viendo lo mucho que se divierten haciendo lo que hacen, es imposible no disfrutarlo a ras de suelo. Agradecen al zalego que les sigue allá donde toquen antes de desmarcarse con una versión de Iggy Pop a cara de perro, aparcando momentáneamente su buggy del desierto en un garaje de Detroit. Agradecen el enorme gesto del festival al mantener las mismas bandas que cancelaron hace casi dos años, nada más que buenas palabras para el pueblo de Orozko, volcado en que todas las personas involucradas se sientan y trabajen lo más a gusto posible. Van terminando acercándose al post-metal en los pasajes instrumentales, unos Kvelertak de Gipuzkoa con el groove de Clutch y el nervio de unos Xabi Strubell & Galder Izagirre. Txapela kentzeko modukoa. Chapeau!

Los Brazos eran el único conjunto completamente desconocido para mí a lo largo del fin de semana, y mentiría si dijera que no supusieron un merecido descanso para disfrutarlos entre bambalinas con la familia de Madrid/BCN después de haber tirado las fotos pertinentes. Se percibe la profesionalidad que derrochan desde el telón que los recibe luciendo su logo. Veteranía y saber hacer desde el minuto cero, presentando sin previo aviso una de las canciones de su próximo álbum, que hubiera jurado se trataba de una versión de los Stone Temple Pilots dado el torrente vocal y la ejecución impoluta en formato power-trio. El hecho de que su nombre provenga de un tema de Gov't Mule ya debería dar pistas suficientes de que nos hallamos ante músicos que valoran la elegancia y el dominio de sus instrumentos. Cercanos al doom tradicional de Pentagram o a los Soundgarden proto-metal del “Screaming Life”, con un vocalista a la altura que ve cómo su garganta se hace más y más grande según avanza el repertorio. Tan serios resultan, que se da un relevo generacional entre la audiencia, y la juventud está de potes en los bares mientras progenitores disfrutan del blues clasicote de los del Gran Bilbao como en la verbena del pueblo. Pasan por todos los palos considerados clásicos, desde el AOR de Journey al hair metal de Bon Jovi. “Walking down the city I can hear the music play”. Caminamos por la E-Street como Springsteen por las calles de Philadelphia y en nuestra imaginación, las ventanas del barrio dejan escapar de los hogares toda esa americana que va del folk y el country al rock más puro, todo aquello que nos legó Dylan el siglo pasado. Presentan tradicionalmente a la banda y dejan claro que hay mucha afición entre las presentes (más de dos y tres personas me comentan en los corrillos posteriores las ganas que tenían de su concierto, “nunca fallan“), aquello ya parece un karaoke antes de instar a responder a sus “c'mon!” con unos “let it go!” que resultan tan atronadores bajo el toldo sobre nuestras cabezas como la breve tormenta que sucede al mismo tiempo en el exterior. Triunfo y ovación.

Podría resumir el bolo de Toundra con un escueto “llegan, te tumban, se van”. Pero voy a tratar de transmitir lo que se siente cuando te enfrentas a una de las mejores bandas instrumentales del planeta. Repasan todo lo grabado hasta la fecha desde que Álex se incorporó en el legendario “(II)”, empezando por el opus en tres movimientos de “El Odio”, perteneciente a su último trabajo y que no desentonaría en “(I)” en sustitución de la dupla “Bajamar/Pleamar” de aquel. Resulta también una síntesis apropiada de cómo los madrileños construyen el armazón que los vertebra, especialmente desde que Maca (Adrift) se unió a sus filas. Van armando capas y capas de sonido, con el bajo de Alberto apuntalando la estructura y la batería tirando líneas como un arquitecto con escuadra y cartabón, mientras Macón trabaja pico y pala armando y desarmando paredes con esa forma tan particular de tocar como si no estuviera tocando, muros que Esteban tira abajo a voluntad a base de arpegios y presencia escénica. “Magreb” le sigue con aires de clásico en su repertorio, diez minutos de pura gloria para los oídos que enlaza con “Cobra” con la naturalidad con la que una duna se une a otra en el desierto de “Vortex”. La épica de la parte final te clava al suelo y te vuela al mismo tiempo, y “Kingston Falls” es tan hermosa y emocionante que se tararean los acordes como en un estadio de fútbol bufanda en mano. Quien conoce los temas, los sigue en su cabeza, canturreando cada arreglo en versiones personales para cada una, como sólo he visto hacer con Russian Circles. Emocionan. “Watt” es tan Pink Floyd como la portada de “Hex” y su guiño al “Animals”, y a cruzamos el Atlántico para peregrinar las arenas de “Mojave”, ese experimento en el que Álex abandona los tambores para abrazar los sintetizadores en la intro antes de intrincar su desarrollo con una técnica que desbordaría al baterista más pintado. “Bizancio” resulta tan grande como el LP que la acoge o un imperio en pleno derrumbe, y el volumen al que acostumbran a tocar parece no servir para otra tarea que dejar ruinas a su paso. El juego de tensiones que manejan con maestría no deja más opción que terminar con “Cielo Negro”, posiblemente la canción más reverenciada de cuantas han creado, con un puente final que estalla como nubes de galerna en tempestad para dejar las aguas en calma tras amainar. “Ekaitzaren ostean dator barea”.

No quisiera verme con la papeleta de salir a tocar detrás de los madrileños, pero Ezpalak resultan la elección perfecta para tal cometido. Con una intro muy Pixies dan comienzo al espectáculo, “Bapatean”, y hace aparición Juanjo. El frontman. Ataviado con una camiseta que reza apropiadamente “North-Asuna” como lema y razón de ser, el cantante es un torbellino que viste de actitud rock sonoridades que provienen del libro del indie y todo lo que se le ponga por delante. Engrasados tras dos días de estudio, y enfrentándose a su segunda performance consecutiva con la seguridad que ello conlleva, siempre les acompaña un fandom incondicional que los lleva en volandas aunque no les haga falta ninguna para volar tan alto como quieran. “Denbora” tiene tintes de club y un estribillo para bailar con los brazos en el aire mientras lo coreas. “Denborak ez gaitzala harrapatu”. “Eztanda” explota sin previo aviso, como una de las canciones del tercer acto de ese único polígrafo que no debemos dejar que nos atrape. Porque quién sabe qué verdades oculta. “Ilun Dago” pero las sonrisas con las que se dejan llevar por el medio tiempo iluminan la carpa. Pausas estratégicas para tomar aire y mantener la afinación bajo el escrutinio del Dr. Máster, me viene a la memoria aquella barra de Nach: “en lo que sea, pero el mejor”. Y esto es lo que mejor saben hacer. “Zu zeu izan zaitez”. Tocan tan de memoria que parecen una unidad, podrían hacerlo con los ojos cerrados. Pasan por todos los derivados del género que nos ha traído a Orozko con soltura envidiable, arrolladores. Esto es lo que son. Esto y nada más. Vemos a miembros de Rodeo gozarla en las primeras filas con el hardcore melódico la muy Urbizu “Bizi Gabeko Kea” que nos mueve por dentro. Milimétricos como el mecanismo de un reloj que acota con la frecuencia de las olas frente al mar. Tempos medidos, un bombo METZ, y un tercio final de los que quitan el hipo. “Banpiroak” porque la noche es nuestra, y el día de los demás. Hemos perdido todo por el camino, no tenemos nada que puedan robar en el portal de nuestra casa. “Nire amaren etxea defendatuko dut”. Somos sombras de lo que seremos. No nos callarán. Os estamos esperando. Somos todo un pueblo.

The Lizards son el proyecto en el que milita actualmente Edgar Beltri, un mítico de la escena musical de Barcelona, ya sea en grupos como los pioneros estatales del metalcore The Eyes o al mando de La Atlántida Estudio. Aquí se nos presenta en un segundo plano, detrás de su batería armado con la experiencia y la técnica que da tanta carretera como lleva a sus espaldas, y la más grande de las sonrisas de cuantas alumbraron esas dos noches. La primera línea para la andanada final la toman Carla y Judith para arrollarnos a los estajanovistas del rock que todavía pululamos en busca de otra dosis. Gibson SG y Rickenbacker son combinación ganadora siempre, y armadas con sus mástiles desgranan “Fake Reality”, su último larga duración en más de diez años repasando el ABC del hard rock vía Joan Jett meets Motörhead meets The Hellacopters. Son una locomotora que sólo sabe echar leña a la caldera y mientras caen las canciones, no puedo evitar imaginarlas en una sala, sudor y aristas punkarras saltándote a la cara, o a una hora más temprana en la que el físico sea capaz de hacer honor a toda la energía que ponen en la palestra. Da gusto verlas tocar. Tocar y disfrutar. Sonrisas y riffs. Toneladas de riffs. Satisfacción y agradecimiento en los ojos de Carla en cada (breve) parón. Judith es solamente una constante melena al viento, oscilando al compás de su bajo poniendo el punk en la receta como Lemmy hizo en su tiempo. “Rock'n'roll will never die”. Se graduaron con nota en la escuela sueca y la australiana, cuando se ponen macarras les sale L7 y cuando meten coros y armonías vocales, podrían pasar por unos Pennywise de los de corear al unísono puño en alto. “It's only rock'n'roll, but I like it”.

No puedo terminar sin mencionar el increíble esfuerzo de las vecinas de Orozko para sacar adelante esta (bendita) locura, con un trato exquisito en todo momento tanto con las bandas, como con el equipo técnico y la prensa (cámaras y plumillas) allí reunidas. Allende nuestras fronteras podría parecer una utopía, pero en nuestras siete provincias es algo que nos sale natural como respirar. Baste decir que pudimos ver hasta un parlamentario estatal cubriendo uno de los turnos de seguridad (autogestión o barbarie) al ser su familia local y que parte del mismo turno de trabajo que empezó la velada, daba de desayunar a los chavales de The Andras Show (tremenda selección, de “El Cóndor Pasa” a “Hymn of the Big Wheel”, como para pinchar con pajarita) para ponerse a recoger montaje ya con la luz del día. Txapela kentzeko modukoa!!

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